Dos Eurocopas y un Mundial han conseguido frenar en los últimos cinco años el habitual pesimismo hispano con su selección de fútbol. Cada vez que llegaba un gran acontecimiento, las bromas entre españoles hablaban de los cuartos de final, la barrera imposible para La Roja.

Ahora, en medio de una crisis feroz como la que esta sufriendo el país, la gente se ha acostumbrado muy rápido al caviar. El equipo de Vicente Del Bosque es el único capaz de dar alegrías a gente que sufre a diario graves problemas domésticos. Sin embargo, ésta es una situación peligrosa y hasta desalentadora en algunos momentos.

En apenas una semana la campeona del mundo arrancará su segunda Copa Confederaciones. La primera fue hace cuatro años en la que acabó tercera después de caer con Estados Unidos en semifinales. Esta es una competición siempre vista como algo lejano por los aficionados al fútbol hispano. El hecho de que solo se pueda acceder a ella como campeón era algo impensable no hace mucho para La Roja. Pero ahora España se ha ganado de manera doble su plaza en el torneo, como campeona del mundo y como campeona de Europa.

Y es precisamente en esa doble condición de campeón lo que ahora hace cambiar la visión de los seguidores de La Roja. Cansados de una temporada muy larga, y expectantes con lo que pueda suceder dentro de un año en el Mundial, en el que hay que defender el título, la Copa Confederaciones está pasando ante los ojos de los aficionados al fútbol en España como un torneo menor.

Del Bosque y sus chicos andan estos días defendiendo la importancia de la competición que está por comenzar con argumentos contundentes para intentar calar en la mente de los seguidores. No solo por el hecho de que es el único trofeo que le falta a un equipo que ha conseguido de una manera muy rápida los principales títulos.

El seleccionador, hombre de mucho fútbol, resalta una y otra vez que en Brasil se van a ver las caras los campeones contientales de todo el mundo. Que por allí van a pasar los mejores jugadores empezando por los anfitriones, favoritos como siempre a todo. Y que una final ante la selección carioca en un escenario como el Maracaná es suficiente motivación como para que todo un país en problemas viva otra noche más de esas mágicas en el verano ibérico.

Uruguay, Tahití y Nigeria. Son los rivales de la primera fase. México, Italia, Japón y Brasil los que pueden estar en los cruces. Dice Del Bosque que nada es fácil, pero los jugadores de La Roja quieren completar el círculo mágico, impensable no hace mucho, que encierra Eurocopa, Mundial, Eurocopa nuevamente y Copa Confederaciones.

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Lionel Messi, NeymarGetty Images

Septiembre de 2005. La temporada en España no había hecho más que arrancar. Frank Rijkaard dirigía al F.C. Barcelona desde el banquillo.

Después de tres jornadas de liga Samuel Eto'o había marcado los tres goles que hasta ese momento llevaban los blaugrana. Pero como en cualquier amor, el primer mes fue el bueno y pronto desapareció el placer para el camerunés. Antes de que llegue octubre empieza a confesar a sus más íntimos que se quiere marchar del Barcelona.

Esta situación que no llegó a salir a la luz es real. Eto'o solo tenía un problema, pero para él era el problema. Ronaldinho Gaúcho era su compañero en el ataque. El brasileño por aquellas circunstancias que tiene el fútbol y el periodismo se estaba llevando la atención y las portadas de los medios de Barcelona. Eto'o no entendía como con sus goles era relegado a un segundo lugar en el universo blaugrana. Mientras los más cercanos le hacían ver su importancia no solo en el club, sino en el fútbol mundial, él solo veía la sonrisa y simpatía de su compañero y sin embargo rival en el campo.

Eto'o y Ronaldinho aguantaron algunas temporadas más vestidos de blaugranas. El brasileño se fue al Milan en 2008 y el camerunés al Inter en 2009. Curioso, se marcharon a equipos rivales.

Ha pasado casi una década. Unos años en los que el reinado de Messi ha hecho olvidar a aquellos dos fenómenos que le dieron a los blaugrana dos Copas de Europa y tres Ligas. El argentino se ha convertido en este tiempo en el mejor jugador mundial. Seguido de cerca por Cristiano Ronaldo, el portugués era solo su rival, no su compañero en el vestuario. Ser el mejor le ha permitido ciertas licencias que otros no han podido tener. Ni tan siquiera los siete campeones del Mundo blaugranas han podido disfrutar de beneficios exclusivos que más tarde eran devueltos por Messi en el campo vía goles.

Ahora llega Neymar. Un mito del barcelonismo como Johan Cruyff ya ha puesto en duda que sea positivo tener al brasileño junto a Leo Messi en el vestuario. Nadie mejor que el técnico que le dio la primera Copa de Europa al Barcelona para expresar lo qué puede ocurrir. Dos gallos en un mismo gallinero nunca ha sido algo beneficioso para el resto.

Sin embargo cosas más importantes han de suceder antes de que se llegue a lo que dice Cruyff. La primera de todas es conocer con qué actitud llega Neymar al Camp Nou. Hay que saber si las cifras de su fichaje, el interés despertado y los focos encendidos sobre él no nublan su joven mente. Descubrir si el fútbol realizado en Brasil se adapta al de los blaugrana. Ver si en Europa tienen hueco las filigranas que le hemos visto sobre el verde brasileño.

La madurez adquirida por Leo Messi, para lo bueno y para lo malo, especialmente en la última temporada, le mantienen todavía con mucha ventaja sobre el recién llegado. Neymar va a tener que trabajar duro y mostrar muchas cosas antes de quedarse con los flashes de las cámaras que iluminan con fuerza a día de hoy al diez del Camp Nou.

Si Neymar llega a confirmar todo lo que se espera de él, entonces es posible que el Barcelona tenga un gran problema. "Bendito problema" dirían algunos. Pero problema al fin al cabo. Esperemos mientras llega el problema y los aficionados culés disfrutan de dos de las tres piezas más codiciadas en este momento del fútbol mundial.

La historia de José Mourinho en el Real Madrid se puede contar de muchas maneras. Dependiendo del narrador tendrá un inicio y un final distinto. En función del orden en el que se pongan los hechos se destacará el triunfo o el fracaso. Lo que nadie puede ocultar son los ingredientes comunes en la línea argumental que se quiera emplear para contar lo sucedido en el Real Madrid en los últimos tres años.

Los catastrofistas miran el tiempo desde el presente hacia el pasado. Pero en este caso no para decir aquello de "qué felices éramos entonces", ya que tratan de ocultar los buenos momentos vividos para no tener que reconocer el éxito del que los consiguió. Los ingenuos observan desde el pasado lo logrado por José Mourinho y dicen no entender nada del presente al que no miran de frente.

Los primeros se olvidan para qué fue fichado José Mourinho en el Real Madrid. Los años del imperio barcelonista con Pep Guardiola a la cabeza estaban haciendo mucho daño a la moral del Santiago Bernabéu. Elogios, títulos, buen juego y hasta goleadas del rival. Eso es lo que sentían los blancos el día que el técnico portugués llegó al despacho de Florentino para firmar su primer contrato.

La primera se la llevó en la frente. En su primera visita al Camp Nou como entrenador del Real Madrid recibió una manita de cinco goles blaugrana.

Sin embargo tuvo tiempo de reacción suficiente como para acabar la temporada ganándole una final a Guardiola, la de la Copa del Rey de 2011.

Por el camino se dejó ver en sus primeras peleas. Estrenó su balance de grandes víctimas con Jorge Valdano, al que el presidente Florentino Pérez despidió a instancias de Mou. El poder crecía.

En el segundo periodo los madridistas empezaron a vivir noches de fiesta por toda la ciudad, no se cansaban de bailar. Y es que el Real Madrid empezaba a meter el dedo en el ojo al barcelonismo.

La liga del centenar de puntos ofreció a Mou la capacidad de reivindicar más poder blanco. Y Florentino se lo concedió con una ampliación de contrato firmada el 22 de mayo de 2012.

Mientras unos madridistas seguían bailando otros empezaban a ver que se estaba haciendo crecer demasiado al monstruo.

Por eso en la tercera temporada llegó el tropiezo. El poder de Mou era tal que se permitía dejar a un lado la liga para mirar de frente a la posible décima Copa de Europa. Como dueño del vestuario podía tomar decisiones más allá de sus consecuencias. Con argumentos probablemente tan sólidos como incomprendidos quitó a Iker Casillas de la titularidad. Aplaudido por altas instancias del club y sin ser consciente del riesgo real, planteó el mayor desafío de su carrera. Y por ahí empezó su caída.

Hasta entonces todos los problemas generados, declaraciones fuera de lugar o enfrentamientos con personajes importantes del mundo del fútbol habían sido perdonados a José Mourinho. Florentino Pérez llegó a decir que los actos del entrenador también eran una forma de hacer madridismo.

Pero ahora había tocado algo sagrado para el madridismo, al capitán de la selección campeona del mundo. Y fue cuando aparecieron todos los leñadores agraviados con anterioridad repletos de hachas dispuestos a cortar el árbol y hacer leña del responsable de que el Real Madrid no logrará un solo título en la temporada. Ni su defensor principal, el presidente, se puso de su lado esta vez.

El mismo presidente que permitió sin un solo reproche cada uno de los actos fuera de lugar del entrenador. Los mismos actos aplaudidos anteriormente por una afición a la que había devuelto el orgullo arrebatado por el Barcelona. Un orgullo conseguido a base de títulos como la liga de 2012, con récord de puntos, o la Copa de 2011 ante el "posiblemente mejor equipo de la historia", en palabras del propio entrenador. Títulos logrados con unos jugadores que mientras el técnico los consideró imprescindibles le apoyaron en todas y cada una de sus decisiones y acciones y para los que entrenador pidió el mayor reconocimiento posible a nivel mundial.

Ni la familia. Ni el barrio. Ni los amigos del colegio. Ni los compañeros de trabajo. Es complicado explicar porque en Madrid la gente se hace de un equipo u otro. La condición social es la que menos influye a la hora de decidir. El Rey Juan Carlos está considerado como madridista, mientras el Príncipe Felipe es un conocido seguidor atlético.

Y es que hay un momento en la vida de todo madrileño en el que se ve obligado a elegir. No importa si vive enfrente del Santiago Bernabéu o si las ventanas de su casa dan al río Manzanares. No importan los colores de sus padres o de sus hermanos. Hay una extraña sensación que empuja a escoger entre el blanco y el rojiblanco.

El ruido de las fábricas al despertar, los olores y colores de la gran ciudad, hacen a uno sentir que se encuentra ante un gran acontecimiento cuando juegan Madrid y Atleti, que así es como los madrileños conocen a los dos equipos de la ciudad. Aunque muchos creen que el clásico de la liga española lo inventaron Real Madrid y Barcelona, eso no es así. El clásico de verdad siempre fue el derbi de la capital. Lo otro es algo más reciente. Por eso un Madrid-Atleti es especial. Y si es una final, más.

Madridistas y atléticos llevan muy dentro unas señas de identidad de las que jamás se separan. Es imposible encontrar a un aficionado de uno u otro equipo que anteriormente se haya cambiado de bando. Todos son genuinos.

La primera señal es el color de la camiseta. De eso no se tiene la menor duda. Hasta en el día de la primera comunión es difícil encontrar a un niño atlético vestido de blanco. Para eso se inventó el traje de marinerito con tonos azules. Tampoco es habitual ver a un madridista llevar sobre el blanco inmaculado de su camisa detalle alguno rojo, ni tan siquiera una flor.

No hay creencia sin un Dios. En Madrid hay dos. Los del Madrid se van ante la Diosa Cibeles a ofrecer sus hazañas. Los del Atleti acuden al Dios Neptuno a celebrar sus triunfos. Ambos Dioses están separados en dos plazas por apenas quinientos metros en el centro de la ciudad. Para este viernes hay diseñados dos dispositivos de seguridad diferentes para las celebraciones. A medida que cambie el resultado de la final, las fuerzas de seguridad irán cambiando su ubicación a la espera del lugar definitivo de la fiesta.

Los dos bandos han creado a lo largo de la historia motes y apodos para referirse al enemigo. Nombres que con el paso del tiempo se han ido asumiendo como una seña más de identidad de grupo para unos y otros.

Los clásicos rojiblancos llamaban merengues a los del Real Madrid por el color de su camiseta, cual postre de nata endeble. Los blancos pusieron a los del Atlético de Madrid el apodo de colchoneros, ya que parecía que habían hecho sus camisetas con las fundas de los antiguos colchones de lana que se vendían en la capital. Menos claros están los motes más modernos, los vikingos madridistas y los indios rojiblancos, aunque unos y otros los usan en tono negativo para hablar del rival y positivo para referirse a sí mismos.

Los estadios son lugares sagrados de reunión. Demasiados aficionados de los dos bandos se niegan a visitar el campo del rival incluso si juega su equipo. Es lo que convierte a esta final en excepcional. Mucho tuvieron que debatir los atléticos para aceptar el Santiago Bernabéu como escenario del partido. Al final primaron dos argumentos. El primero, la mayor capacidad del coliseo blanco. Las entradas se reparten en partes iguales entre las dos hinchadas. El segundo, la posibilidad de poder humillar al rival en su propia casa si la final cae de su lado.

Pero la seña de identidad que menos reconocen los dos bandos es la necesidad que tienen unos y otros de sentir al rival. La posibilidad que al menos dos veces al año tienen de compararse con el otro se convierte en imprescindible. Los dos años en los que el Atlético de Madrid descendió a segunda división se notó un vacío en la temporada. La falta de derbi liguero dejó un hueco en todos difícil de completar.

Hasta los que ocultan sus colores, incluso los que dicen ser de otros equipos que no son Madrid o Atleti, todos los que viven en la capital tienen su favorito en la final de este viernes. No se puede evitar. Da igual el blanco o el rojiblanco, todos se decantan por alguno de los dos clubes de fútbol más antiguos de la ciudad.

A veces da la sensación de que Madrid mira con envidia a otras ciudades españolas. Esas veces en las que Gijón, Bilbao, La Coruña o Málaga, por nombrar algunas, se visten con un solo color durante días. Días previos a un gran partido de fútbol para el local. Blanco, rojo, azul, verde... pero un solo color, el que levanta el ánimo a todos los habitantes y el que les hace olvidar los momentos difíciles que toca vivir en el día a día. Madrid no tiene algo así y eso hace más diferente una final de Copa como esta.

Si toda la ciudad, independientemente del color, tiene el ánimo levantado durante una semana, solo la mitad de ella seguirá de igual forma los días siguientes a la final. Aquella que consiga celebrar el triunfo. Ellos serán los que presuman. La otra parte será la que sufra. En la familia. En el barrio. Con los amigos del colegio. Con los compañeros de trabajo.

MourinhoCesar Manso/AFP/Getty ImagesBajo el mando de José Mourinho, el Real Madrid volvió a ganar la liga española tras 4 años de sequía

BRISTOL -- Madrid, 22 de mayo de 2010. Noche cálida, casi de verano, en Madrid. El Inter de Milán acaba de adjudicarse su tercera Copa de Europa en el Estadio Santiago Bernabéu. Tercer título de la temporada. En el aparcamiento del estadio madridista se vive una imagen recordada durante años por los aficionados interistas. Abrazo entre Marco Materazzi y José Mourinho. Las lágrimas de ambos delatan la emoción del triunfo y la pena del adiós. Nada está confirmado en ese instante. Sin embargo, los que bien conocen al técnico portugués saben que ese tipo de escenas delatan al hombre duro en los banquillos, vestuarios y salas de prensa y blando en las distancias cortas que concede a la amistad y la familia.

Apenas unas horas más tarde ya todo es oficial. Una semana después Jorge Valdano presenta al nuevo entrenador del Real Madrid para las siguientes cinco temporadas.

Después de un año de críticas, enfrentamientos y polémica, José Mourinho cerraba como a él quería una nueva etapa en su vida profesional.

Levantando los brazos. Lo tenía planeado. No quería cometer en Milán el error que tiempo atrás había tenido en Londres. Allí, tras levantar la historia del Chelsea, tuvo que salir por la puerta de atrás. No. De Italia se iría por la de delante. Así lo tenía planificado y lo cumplió.

Madrid, 19 de enero de 2012. Día gélido de invierno en Madrid. Todos los periódicos llevan en sus portadas el desastre de la noche anterior en el Estadio Santiago Bernabéu. El Real Madrid de José Mourinho había salido humillado por el Barcelona de Pep Guardiola en el partido de ida de los cuartos de final de la Copa del Rey. El marcador de uno a dos era lo de menos. La imagen dada por el equipo llega a asustar tanto a los responsables del club que empiezan a pensar en el cese del entrenador. El departamento de medios del club empieza a lanzar señales de que el técnico está viviendo sus últimos días en el Paseo de la Castellana.

Un año antes el Real Madrid había salido campeón precisamente frente al Barcelona en la final de la misma competición. Cuando llegó Mourinho al Real Madrid el objetivo era desbancar al equipo catalán del trono del futbol europeo en el que llevaba tiempo instalado. Aquel era el primer paso. El segundo era el título de liga que estaba en camino.

Una semana después el futbol exhibido en el empate a dos del partido de vuelta jugado en el Camp Nou impresiona a los más críticos con el entrenador portugués. El marcador no sirve para seguir adelante en la competición pero si para salvar la posición del técnico que continua con su equipo vivo en Liga y en Champions. José Mourinho, que ha soportado una presión salvaje durante los días previos, aquella noche empieza a madurar una idea, la de marcharse del Real Madrid igual que lo hizo del Inter. Con la Copa de Europa en las manos.

Madrid, 25 de abril de 2012. Día lluvioso de primavera en Madrid. José Mourinho sabe que está a dos partidos de cumplir su objetivo. Un año antes había logrado la Copa del Rey. La liga estaba muy cerca esa temporada. Y la Champions pasaba por vencer al Bayern de Múnich esa noche antes de la gran final. El plan previsto en la cabeza del técnico se cumplía de manera precisa, aunque solo los más cercanos eran conscientes de ello.

El partido arranca bien. Penalti a favor a los seis minutos y Cristiano Ronaldo hace que los blancos empiecen a preparar el viaje a la final. A los catorce minutos, dos a cero. Los aficionados empiezan a ver brillar la décima Copa de Europa. Sin embargo todavía en la primera mitad, Robben se venga de su salida del Real Madrid y marca el tanto que empata la eliminatoria. La noche se pone tensa. El reloj corre y nadie consigue hacer más goles. Se acaba el partido, se acaba la prórroga y llegan los penaltis. José Mourinho se arrodilla en el verde del estadio. Su plan empieza a torcerse cuando Cristiano Ronaldo falla. Kaká tampoco marca. Y Sergio Ramos regala un balón al graderío.

Aquella madrugada José Mourinho sale derrotado pero no hundido. Decide retrasar un año sus planes. Solo un año. Sabe que de nada valen los dos títulos arrebatados al Barcelona. Sabe que su carácter y sus propios errores en público y en la intimidad del vestuario le van a complicar la siguiente temporada. Pero su orgullo le impide dejar el trabajo a medias. Seguirá buscando su tercera Copa de Europa y la décima del Real Madrid. Luego adiós.

Esta historia tendrá su final muy pronto. Un final conocido por todos los protagonistas. Un final definido y cerrado. En el último año solo ha variado un aspecto. Un año antes pocos sabían de las intenciones del entrenador. Esta vez todos lo saben. Con décima o sin décima José Mourinho ha decidido marcharse del Real Madrid. No se aguantan más. Ni el club al técnico, ni el técnico al club. El divorcio de este matrimonio de conveniencia es total. Errores de orgullo por ambos lados de la pareja han terminado por romperla.

Solo quedan las fotos de las paredes, hay que repartir los muebles y que el camión de la mudanza venga y lo haga sin tardar. Como en toda separación habrá lágrimas. Falta por saber si serán de emoción con la "orejona" entre las manos o de rabia en el umbral de la puerta de atrás del Bernabéu. Falta por saber a quién se abrazará José Mourinho ese día y de quién serán las lágrimas.

Iker CasillasPierre-Philippe Marcou/AFP/Getty ImagesCasillas regresará a una convocatoria en el equipo blanco

BRISTOL -- Decía Nacho Cano, uno de los tres componentes del grupo musical Mecano, que cuando compuso la canción "Un año más" pensaba en el carácter español. Este genio de la música explicó de una manera concisa cómo somos. Sólo hay un instante al año en el que todos nos ponemos de acuerdo, y es cuando todos comemos las 12 uvas en la media noche del último día del año. Nunca más. Si miramos al fútbol, es exactamente igual. Dicen que en España hay más de 40 millones de entrenadores dispuestos a corregir las decisiones al mismísimo Vicente del Bosque.

Y sin embargo, lo peor no es no encontrar el punto exacto de acuerdo. Es como si tuviéramos un cromosoma en nuestro ADN que nos lleva a los extremos en las opiniones. No nos ponemos de acuerdo y si el otro no piensa como nosotros se convierte en nuestro rival y la mayoría de las veces hasta en enemigo.

Si trasladamos esta situación al fútbol y lo aliñamos con las opiniones de los medios de comunicación, la cosa puede convertirse en una auténtica guerra en la que nadie gana. Y si no, obsérvese el caso MourinhoCasillas.

Cuando el técnico decidió dejar al portero en el banquillo los colmillos de una parte de la afición y del periodismo madrileño salieron en defensa del capitán de la selección campeona del mundo. Con mayor o menor acierto se recordaba al portugués que estaba mostrando claramente sus divergencias dentro del vestuario, algo que por aquel entonces empezaba a ser evidente. Ahora cuando Iker Casillas se termina de recuperar de una lesión que le ha tenido casi tres meses fuera de la cancha, se trata de seguir creando debate por el hecho de que José Mourinho no cuenta con él ni siquiera para el banquillo.

Mientras los Casillistas, se llenan de argumentos contra el técnico y salen en defensa del portero por motivos que pueden ir más allá de lo deportivo, los Mourinhistas se defienden con uñas y dientes recordando como el portugués acabó la temporada pasada con el dominio triunfal del Barcelona y ahora sigue vivo en el camino a la décima Copa de Europa.

Y llevan el asunto tan lejos como para convocar una manifestación por las calles de Madrid justo antes del próximo partido de los blancos en el Estadio Santiago Bernabéu. Algunos creen que es una cosa de locos, 5 millones de desempleados en el país y se convoca una manifestación para defender a un entrenador de fútbol.

Pocos son los que se han quedado en medio de esta pelea. Y son pocos porque de un lado o de otro han empujado para ganar adeptos a la causa, acusando a los neutrales de estar en contra de uno u otro bando o de los dos, más allá de argumentos objetivos para no enrolarse en ninguno de manera definitiva.

Pongamos las cosas en orden y démosle algo de perspectiva. Iker Casillas sale de la portería del Real Madrid por una decisión técnica y personal del entrenador. José Mourinho aprovecha que el guardameta no mantiene el nivel de antaño para hacerle pagar el enfrentamiento personal que mantienen desde que llegó al club. Error del técnico. Especialmente cuando el sustituto no está a la altura del peor Casillas (el asunto Adán merece ser tratado en otro momento).

Ahora recuperado de su lesión Casillas se encuentra con que no es el suplente original, sino un nuevo portero el que ocupa la portería, que además tiene el ritmo de competición necesario a esta altura de la temporada. Los Casillistas cargan contra Mourinho. Error de los Casillistas. Cualquier entrenador hubiera hecho lo mismo sin tener que recurrir a cuentas personales pendientes.

Durante las próximas semanas, quizá hasta el final de la temporada, la guerra va a continuar. Cualquier cosa que se haga de un lado o de otro va a ser criticado inmediatamente por el otro bando y amplificado por la prensa. Y así, todos pierden. Algo a lo que no ayuda, es la manera en la que desde dentro del club se exponen las cosas al exterior.

Terminará el año y los Casillistas pensarán que han vencido por la más que posible marcha del técnico, mientas habrán bombardeado cualquier decisión suya aunque les lleve a poner piedras en el camino de los dos títulos que aún quedan en juego esta temporada. Hasta entonces los Mourinhistas presumirán de los éxitos del entrenador, camino de la décima Copa de Europa para el club, aunque eso le cree problemas a la portería de la selección española que jugará más tarde por el título que le falta, la Copa Confederaciones.

Y en medio, los neutrales seguiremos asombrados de la capacidad de autodestrucción que tenemos en España.

BRISTOL -- Se denominó Transición a la forma en la que en el último cuarto del siglo pasado España logró pasar de una larga dictadura militar a una de las democracias más consolidadas en el mundo. Una manera de hacer las cosas que causó admiración en muchas naciones que buscaron en los políticos españoles la manera de adaptar lo vivido allí a las nuevas situaciones que se daban en países que nacían a la democracia.

La principal característica de aquella Transición, que ahora a muchos españoles les parece tan lejana, fue la normalidad con la que se quiso recubrir cada uno de los pasos que el país entero iba dando.

Normalidad en la unión de distintas tendencias de pensamiento, unidad a la hora de elegir los caminos a seguir y caminos que, a la vez que hacían olvidar el pasado, engrandecían el presente e ilusionaban para el futuro.

De Gea
Michael Steele/Getty ImagesDavid De Gea hace parte de la renovación que está llevando a cabo Del Bosque en la Roja

Ahora, no lo vamos a ocultar, de aquella Transición apenas nada queda y en España ni los políticos están unidos, ni se ve el camino, ni las gentes tienen ilusión por lo que estar al caer.

Solo hay algo que cala por igual en todos los españoles, la Selección de Fútbol que dirige Vicente del Bosque. Es lo único que ahora mismo une en la misma dirección y con idéntica ilusión a todos lo que cada vez que juega la Roja olvidan los malos momentos que están viviendo en el día a día cotidiano.

El seleccionador anda estos días inmerso precisamente en eso, en una nueva Transición española. No política esta vez, sino en el equipo que a día de hoy es campeón del m undo y dos veces de Europa.

Busca Vicente junto a sus ayudantes, Toni Grande y Javier Miñano, la manera de hacer evolucionar al mejor conjunto de jugadores que nunca tuvo España. Una manera en la que desde la calma, sencillez e inteligencia se logre el consenso para encontrar un nuevo camino que ilusione.

El próximo martes ante Francia puede ser el día en que esa transición dé un paso más. El técnico de la Roja lleva tiempo observando cómo aquel equipo que juntó hace ya cinco años Luis Aragonés y que él heredó poco después, ha crecido, madurado y... aunque pocos se atrevan a decirlo, empieza a envejecer.

Dice Vicente Del Bosque "del pasado no se vive". Y nunca tuvo tanta razón en una frase como en este caso. El empate a uno del partido disputado ante Francia en el Vicente Calderón de Madrid, deja a España en una delicada situación. Solo vale ganar a los galos a domicilio para no tener que pasar los apuros de una repesca.

Para un encuentro tan importante Del Bosque ha empezado a dar, en unos casos por obligación, en la mayoría por convicción, los pasos necesarios para hacer evolucionar al equipo campeón. Lesionados Puyol y Casillas, tocado Xavi, o perdido Fernando Torres, son éstas algunas piezas que poco a poco salen para dejar paso a nuevos valores. En la portería aparece un nuevo talento, David de Gea. En el lateral vino para quedarse César Azpilicueta. En el centro del campo Isco y Javi García piden un lugar en el equipo. Y arriba... arriba calma. Del Bosque quiere una transición lenta y sencilla, sin ruido. Fiel a los suyos, poco amante de los terremotos y convencido de lo que tiene. Por eso Michu debe seguir marcando goles mientras espera en Swansea un momento que seguro que está muy cerca.

Mientras repasamos nombres nuevos en la Roja, casi ni nos damos cuenta de aquellos que ya hace tiempo que no aparecen y que hicieron grande al equipo. Marchena, Sena y Capdevila ya no están en las convocatorias. Los tres fueron titulares en Viena en la final de la Eurocopa en la que España empezó su paseo triunfal. Ahora el que nos falta es Puyol, el que con un cabezazo metió a la Roja en la final del Mundial de Sudáfrica. Pronto será Xavi. Y un día alguno de los que dieron la vuelta de honor en Johannesburgo dirá que el cansancio de temporadas cada vez más cargadas, le pide dejar de acudir a las llamadas del seleccionador.

Fernando Torres
Jasper Juinen/Getty ImagesFernando Torres no fue convocado para los partidos de España ante Finlandia y Francia

Para todo eso se prepara Vicente del Bosque. Para que no haya ruido entre un cambio y otro. Con normalidad y sentido común es capaz de mantener unido a todos los que tienen que ver con la época más gloriosa del futbol español. Época que algún día finalizará, todo se acaba, pero que no lo hará en medio de una grave tormenta que arrase con un trabajo excepcional, como el que ha hecho el fútbol español en las dos últimas décadas y que culmina con los tres trofeos hasta ahora conquistados.

El día que se conoció el sorteo de grupos, Vicente del Bosque fue muy claro: "Será una eliminatoria a doble vuelta con Francia". Palabras que para algunos resultaban extrañas en un hombre acostumbrado a transmitir precaución y calma, incluso en partidos en los que la selección campeona del mundo se enfrentaba a rivales de infinita menor calidad.

Un año y medio después, el tiempo una vez más le ha dado la razón al seleccionador español. Aunque él estos días se empeña en mentalizar a sus jugadores en que antes de jugar en el Stade de France hay un compromiso importante ante Finlandia en El Molinón de Gijón, todos los protagonistas de esta historia saben por dónde pasa la clasificación directa al Mundial.

Y es que ni Georgia, ni Bielorrusia, ni por supuesto Finlandia, están en estos momentos a la altura de dos de las mejores selecciones que hay en el mundo. La llegada de Didier Deschamps le ha lavado por completo la cara a los Blues tras los fracasos y escándalos vividos con Domenech en Sudáfrica y Blanc en Polonia y Ucrania. Una nueva generación de futbolistas franceses llevaba tiempo llamando a la puerta de un conjunto en el que sobraban jugadores polémicos y con ganas de discutir a todas horas. Un cambio realizado desde las turbulencias. Muy distinto a la Transición que estos días se lleva a cabo en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, en Madrid. El laboratorio del fútbol español.

Sencillez, sentido común e inteligencia. Vicente del Bosque.