<
>

Forma y contenido

BUENOS AIRES -- El comienzo del Abierto de Australia trajo consigo una situación extratenística bastante particular. Se trata del desacuerdo dialéctico entre Rafael Nadal y Roger Federer, los dos hombres que prácticamente se dividieron el dominio mundial de este deporte durante casi una década.

El español, que desde hace muchos años es crítico con el actual calendario de la ATP, tuvo algo que podría asimilarse a un exabrupto al responderle a un periodista respecto a las declaraciones de su colega suizo. Roger había sido particularmente halagüeño con el formato del año tenístico, y en especial había hecho énfasis en lo negativo de ir en contra del propio circuito.

Nadal, en una declaración realmente destacable en cuanto a contenido, se despachó con un decálogo clarísimo de las cosas que le molestaban en el armado de la temporada y enumeró los factores que -según él- podían corregirse. Hay que aclarar que Rafa no es un hombre muy dado a la palabra. Más bien todo lo contrario. Suele ser parco. Suele evitar el discurso al punto en el que uno empieza a pensar que está cuidándose de cometer una imprudencia por falta de habilidad dialéctica. Bueno, ayer Nadal echó por tierra con cualquier especulación que pusiera en duda su capacidad discursiva.

El video acompaña la nota, y verán que la posición del mallorquín fue clara. Él quiere mayor decanso para los tenistas. Quiere menor tiranía del ránking y de los campeonatos importantes, que no permiten recesos largos durante el desarrollo del año. Quiere que la humanidad de los jugadores sea contemplada desde el punto de vista fìsico: "Yo, cuando termine mi carrera, quiero poder ir a jugar al fútbol con mis amigos. O a esquiar, si me apetece".

La queja, fundamentada y lógica, también incluyó un estiletazo, que no pareció intencional. Nadal dijo que la postura de Federer "era la fácil". Sostuvo que quedaba "como un gentleman". Habló del físico privilegiado del suizo y de su posibilidad extraterrena de llegar a los 30 años sin dolencias corporales. Roger prácticamente no respondió: bien por eso.

El periodismo, tosco como casi siempre, se hizo eco rápidamente de una "discusión" entre los dos tenistas más representativos de una era. El grado de repercusión responde a que es la primera vez que ellos, titanes de perpetuo enfrentamiento dentro de la cancha, se muestran enfrentados fuera de ella. Siempre pensaron igual, se mostraron como ejemplos de compañerismo y deportividad. Lo siguen siendo, pero ahora difieren en un punto particular: vaya cosa, no era para tanto.

Quizá habría que pensar más a fondo a quién beneficia o deja de beneficiar lo que propone cada uno. Si Federer defiende este calendario seguramente es porque no tiene obligación de jugar todos los torneos y puede armar una temporada a su gusto. Si Rafa lo critica, probablemente sea porque él -a diferencia de los jugadores que están fuera de los 100 mejores- no necesita que existan tantos torneos que lo acepten (a él lo aceptan todos, pero no siempre sucede con los tenistas de tercera línea) para sumar puntos, dinero y experiencia.

El punto del reclamo es importante para una cantidad de jugadores que están ausentes de los grandes medios. No para Federer ni para Nadal. Ni siquiera para Murray y Djokovic, aunque ellos aboguen por uno de los bandos. El gran cambio modificaría la realidad de al menos una centena de jugadores que no tienen tanta exposición y prestigio. Por ellos, por todos ellos, deberíamos haber mirado el "qué", el contenido que planteaba Nadal en su breve exposición. Podíamos abrir un debate. Podíamos preocuparnos por el futuro de un colectivo sin voz. Armar una estructura para la mejora.

En cambio, tontamente, Nos quedamos en las formas. Nos centramos en el "cómo" y obligamos a Nadal a pedir disculpas, a sentir que debió haberse guardado sus palabras para un ámbito privado: se pelaron, discutieron, desacuerdo. Muy mal por nosotros.