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Wawrinka, asado y dulce de leche

El suizo número 26 del mundo se divierte en Buenos Aires: disfrutó de la carne y compró discos Prensa Copa Claro/Sergio Llameras

BUENOS AIRES -- La victoria de Stanislas Wawrinka sobre Kei Nishikori por los cuartos de final del ATP de Buenos Aires no encuentra una explicación circunstancial (el famoso "quién se levantó mejor que quién" en un día específico) sino una razón estructural en el análisis de la vida tenística de uno y otro jugador. El encuentro lo tuvo todo: paridad, alto nivel, lujos, despliegue. ¿Cuál fue el factor de desequilibrio?

El suizo, 26 del mundo de 26 años, ex top ten, declara en cada entrevista y en cada conferencia de prensa que el polvo de ladrillo le sienta comodísimo, que incrementa su confianza, que lo hace jugar mejor. El japonés, en cambio, aprovecha para confesar que -pese a ser el 17 del ránking- su presencia en una cancha lenta responde a un aprendizaje. "Es difícil jugar en polvo, es desgastante y me cansa disputar partidos tan duros. Pero estoy mejorando", aseguró el nipón durante esta semana. Tiene 22 años y su meta es volverse más completo pensando en el futuro de su temporada más que en el presente de este campeonato.

Y aunque tuvo tiempo de jugar un poco con los periodistas en un cuestionario superficial y divertido (eligió videojuego sobre libro, DVD sobre cine, playa sobre montaña, ventana sobre pasillo en el asiento de un avión y morochas sobre rubias), se nota que Kei vino aquí para trabajar y para aprender. Stan, en cambio, llegó a divertirse.

En la tarde que los enfrentó, ambos lograron su objetivo. Nishikori exigió a fondo a Wawrinka, que encontró un desafío difícil de resolver, casi un enigma, un acertijo veloz de derecha potente que lo desbordó cuando intentó jugarle mano a mano en velocidad. Ahora, cuando el suizo volcó en la cancha su oficio, sus pelotas más altas, la profundidad como cualidad prioritaria, las contrapiernas y ese formidable revés paralelo a una mano -se cansó de acertar tiros ganadores con ese golpe-, las diferencias entre quedaron plasmadas en el marcador.

Wawrinka ganó 6-4 y 6-2. Fue en 1 hora y 36 minutos. Fue sin discusiones. Por tres quiebres contra ninguno. Por experiencia, claro. Por comodidad en tierra. Y por soltura, naturalidad, diversión.

Esta es la segunda vez que el nacido en Lausana elige jugar en Buenos Aires. ¿La razón principal? Obvia: el piso naranja. "Es un gran torneo, gran público, buenas canchas. La gente siempre ha sido muy amable conmigo. Había jugado Copa Davis en polvo de ladrillo y no quería cambiar de superficie. Por eso elegí Buenos Aires. Un lindo campeonato en una linda ciudad", sostiene. De paso, deja un elogio de esos que nunca están de más: "Sin dudas, la cancha central de este torneo es de las mejores de polvo de ladrillo del mundo".

Pero no se trata solamente de la cancha lenta. Gastronómicamente, el bueno de Stanislas también le guarda cierto cariño a la Argentina. "¡El año pasado compré dulce de leche!", cuenta en una entrevista con el sitio oficial de la Copa Claro. "Es muy bueno para las tostadas, pero hay que tener cuidado. Es peligroso para la dieta", desliza. También relata que se aventuró en el macromundo de la carne argentina: "Me gustó el asado, no recuerdo los nombres de los cortes, pero los argentinos me recomiendan dónde ir y qué pedir". Y dice que compró CDs de algunos músicos locales, aunque no recuerda los nombres.

Hombre de mundo, habla inglés, francés y alemán. También un poco de español, que intenta practicar en estas latitudes. "Entiendo bien pero hablo muy poquito. No es fácil, cuando estás apenas unos días en un lugar. No llegas a sentirte del todo cómodo", explica.

Cómodo, la palabra clave y la más repetida. "Sé que puedo ganar el torneo, pero es un cuadro duro. Veré. Lo importante es que me siento cómodo en cancha". Lo dicho: cómodo, la palabra clave. Por allí corrieron las ventajas de un hombre que sostuvo su servicio cada vez que le tocó sacar en el partido y levantó los tres break points que cedió ante un rival de jerarquía.

Lo que viene es incierto. Ya es semifinalista, como el año pasado. Primero se las verá ante Almagro, quien venció a Andreev. Después llegaría una final en la que puede enfrentarse con el ídolo local, Nalbandian. El suizo no esconde su admiración. "Si no está lesionado es un gran jugador. Fue 3 del mundo, jugó final y semifinales en los Grand Slams y siempre da todo en Copa Davis". No habla de la presión, ni del aliento de un estadio en contra. Habla sólo de lo que le gusta: "David es un jugador que me encanta ver jugar". "Y también me encanta enfrentarlo", revela.

Hoy se aseguró un partido más en este torneo que le regala satisfacciones. Se fue aplaudido, sonriente. Pura alegría. Después de todo, comió buena carne, escuchó música nueva y se deleitó con el dulce de leche. Ah, y ganó. Pero eso no es nada: se nota que vino a divertirse.