<
>

Otro día de lluvia

VARSOVIA -- Hasta ahora me había movido siempre con los trenes por Polonia. Debo decir que, si bien son algo viejos, lentos y hacen muchas paradas, son cómodos y sin dudas eficientes, siempre en horario y también bastante económicos.

Pero como este jueves tuve que viajar desde Cracovia hasta Poznan y este viernes tengo un avión desde Varsovia para Kiev, me era imposible organizarme con los trenes. Así, decidí alquilar un auto.

En Polonia no hay verdaderas autopistas o, más bien, son tales sólo en algunas secciones, mientras que por muchos kilómetros son calles grandes y veloces pero con cruces, semáforos y repetidos límites de velocidad bastante bajos.

Si a eso le ponen una cantidad infinita de peajes y que, por el tercer día consecutivo, llovió mucho, podrán entender porque llegué justo a tiempo para ver el partido.

Entrar a la cancha también fue un problema. Policias y personal UEFA estaban todos tan preocupados por los hinchas croatas, que no pensaron en dejar pasajes libres para ir hacia la tribuna italiana o hacia el acceso de la zona de prensa, de manera que tuve que yo, como muchísimos hinchas italianos desesperados, tuve que dar mil vueltas a la cancha para lograr acceder. Todo, regularmente, bajo una molesta llovizna y un cielo gris.

Mi humor, podrán imaginar, no era de los mejores. Pero el primer tiempo de Italia me había devuelto la sonrisa. Los colegas a mis costados hablaban idiomas incomprensibles (más tarde supe que se trataba de daneses y de checos), pero en el entretiempo pudimos intercambiarnos algunas impresiones en inglés y lo que más me dijeron fue la palabra "felicitaciones".

Así, el segundo tiempo fue realmente un plato amargo. Pero de los peores. No de los que llegan al final de un día terrible y que todos se esperan. No de esos a los que uno se puede preparar con anticipo. Uno de esos que te arruinan un almuerzo exquisito. De los que, en un segundo, nos bajan de las estrellas y nos tiran en los establos, como se dice en Italia.

En realidad, aparte la creciente ansiedad y las uñas que se acababan, la prisa por irme a mirar el partido de España, los apuntes que iba tomando, las primeras consideraciones escritas y todo el resto del rollo del trabajo me habían dejado como en una especie de limbo: sabía que Italia había recién tirado una ocasión increíble y un partido dominado, pero al mismo tiempo no me daba del todo cuenta de la situación.

Pero esa "inconciencia" duró pocos minutos. No tuve el tiempo de llegar a la sala de prensa, que un queridísimo colega italiano me dice "le regalamos un punto a un equipo de Serie B. ¡Pero que digo! Estos ni de la B son. No jugaron a nada y se llevan un punto. Somos los más bobos de Europa."

Sus palabras me iluminaron y me di cuenta de lo que logró hacer Italia. La Azzurra le hizo pasar un papelón terrible a un gran conjunto europeo como Croacia, que ocupa el séptimo lugar en la clasificación UEFA de los seleccionados, haciéndolo lucir como un equipo de la B. Realmente mi colega, en ese sentido, tenía razón. No que los balcánicos sean realmente un equipo chico, al revés. Pero la Nazionale jugó tan bien que los croatas dejaron esa impresión.

Al mismo tiempo, los muchachos de Prandelli se ridiculizaron a sí mismos, porque no se puede anular de semejante manera a un adversario tan poderoso y de prestigio para luego regalarle un empate que, por encima, pone en discusión el pase del turno y el entero trabajo de los últimos años.

Todo depende, en mi opinión, de lo que está a la base del equipo. El tiburón es una máquina de cazar, pero en el agua. Lo mismo la tigre en la tierra firme. Si uno de ellos dos intentara ser un gran cazador afuera de su hábitat, no lograría hacerlo. Esa es una paradoja, claro, pero a Italia más o menos le está pasando la misma cosa, puesto que está afuera de su hábitat.

El ambiente natural para la Nazionale es el de la garra, el del corazón. Todas las selecciones del mundo le tienen miedo a la Azzurra, pero ninguna porque juegue bien a fútbol. Todos la temen por su carácter.

Así, la idea de jugar un fútbol bonito me encanta, pero eso debe ser un condimento al juego italiano. Si se vuelve la palabra de orden y el precepto número uno, pasa lo que pasó ante España y Croacia: juegan bien, pasan en ventaja, pero se quedan con un puñado de arena en las manos.

La salida desde el estadio fue más fácil de la entrada a la cancha. El tiempo de comerme una hamburguesa con unos polacos (la mitad de los hinchas eran polacos, tanto que a menudo se cantaban coros para Polonia en la cancha, que nada tenía que ver con el match o con el Grupo C) y me subí al auto en dirección de Varsovia.

Unos 100 kilómetos más tarde estaba mi hotel, en donde pude ver el desafío de España. Acá encontré algunos italianos, pero el humor de ellos era hasta peor que el mío y, a parte un par de saludos, no quisieron hablar mucho. El italiano no sabe perder, realmente. Debe ser por eso que es tan bueno con los triunfos.

Esta mañana ya es otro día y estoy más contento. Como primera cosa, en Kiev veré un partido muy interesante, Suecia vs. Inglaterra. Pero especialmente hoy salió por fin el sol, que no veía desde que salí de Italia hace casi dos semanas atrás. Ayer fue un día amargo. Un día gris. Un día de lluvia.

Hoy empiezo de toda otra manera y espero que mi viaje a Kiev sea de buen auspicio, para verla a Italia en esa misma ciudad, el primero de julio. Yo aún tengo esperanzas y cómo dijo el mismo Buffón no le tengo miedo a los "biscochos". Al revés, ahora para desayuno me voy a comer un par.