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Dopaje y dinero: lo que fácil viene, fácil va

Alberto Contador, uno de los mejores ciclistas del mundo, se ha visto involucrado por escándalos de dopaje ©Luis Barbosa

En un mundo ideal, los deportistas competirían limpiamente, sin acudir a prácticas fraudulentas como el uso de sustancias químicas para mejorar su rendimiento.

En ese mundo ideal, los organizadores de los grandes eventos deportivos como Juegos Olímpicos o Panamericanos, Mundiales de fútbol o atletismo, no tendrían que destinar enormes recursos a la instalación de costosos laboratorios antidopaje y luego a los nada baratos exámenes para detectar a los tramposos.

Pero eso es en un mundo ideal.

En el mundo real, el deporte se ha convertido en un negocio multimillonario que genera ríos de ganancias a atletas, clubes y federaciones, aunque todos ellos caminan sobre una cuerda floja financiera a la vez que deciden inmiscuirse en el sórdido ambiente que se mueve en torno al dopaje.

Tomemos por ejemplo al ciclismo, uno de los deportes donde el uso de sustancias prohibidas para mejorar el rendimiento se ha expandido como una epidemia incontrolable.

Un corredor novato de la modalidad de ruta comienza su vida profesional con un modesto salario de entre 50 mil y 75 mil dólares anuales, según la firma auditora Ernst and Young.

Pero ese es sólo el comienzo. Para inicios del 2012, un ciclista cualquiera de las dos categorías profesionales que existen, la UCI Pro Team y la UCI Continental, tenía un salario bruto promedio de 390 mil dólares anuales, sin contar los contratos individuales de publicidad.

En los últimos tres años, el salario de los ciclistas prácticamente se ha duplicado, lo cual es una motivación más que natural para los deportistas, que buscan llegar y mantenerse en la élite, aunque, valga la redundancia, muchos no lo hagan de manera natural.

Y esos son nada más los promedios. Un ciclista de primerísima línea, como el español Alberto Contador, llega a ganar salarios de siete cifras.

Contador ganó en el 2010 alrededor de 5.9 millones de dólares, cuando pertenecía al equipo Astana, pero según el diario francés Journal Du Dimanche, esa cantidad subió hasta 7.4 millones en el 2011, al firmar contrato con la agrupación Saxo Bank.

Asimismo, el presupuesto de los alrededor de 40 equipos profesionales que existen se ha disparado desde el 2009 en un 36.5 por ciento, al pasar de 349 millones hace tres años a 475 millones en el 2012.

El 73 por ciento de esas cifras millonarias proviene de los más de 61 patrocinadores involucrados en la actividad ciclística.

Otra buena razón para el esfuerzo a toda costa para superarse, tanto desde el punto de vista de cada corredor, como de los equipos que ellos conforman.

La palabra clave es dinero, pero el intentar ganarlo de manera mal habida, tiene consecuencias negativas desde el punto de vista económico.

Desde que a mediados de la pasada década se destaparon los escándalos del dopaje casi absoluto del ciclismo profesional, muchas de las compañías patrocinadoras empezaron primero a recortar los fondos y luego se retiraron por completo, al ver cómo el fenómeno crecía como una avalancha de nieve.

En el 2008 la telefónica alemana Deutsche Telekom puso fin a 17 años de colaboración con el equipo T-Mobile. Adidas y el fabricante de autos Audi le siguieron los pasos.

En Francia, la empresa Barloworld, que prestaba su nombre a un equipo profesional, rompió sus lazos con el mundo de las bicicletas, luego de que varios de los miembros de esa agrupación dieran positivo por dopaje en el Tour de France del 2008.

Una semana después, la firma Saunier Duval también quemó sus naves, cansada de tanto fraude.

La salida de esas compañías implica pérdidas millonarias para los equipos y no sólo de manera inmediata.

Entonces conseguir nuevos patrocinadores se vuelve una tarea titánica, pues las empresas quieren verse asociadas con la limpieza, con la trampa, pues eso daña su imagen corporativa con consecuencias más allá del ciclismo, sino del propio mercado.

Es entonces que tanto deportistas, como equipos, se dan cuenta de la validez del refrán: lo que llega fácil, se va fácil.