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El tercer ciclo de Ramón

BUENOS AIRES -- Hay que rendirse ante las evidencias. Los resultados invitan a hacerlo. Es cierto que el camino recién comienza, pero en el análisis del día a día es imposible soslayar los datos estadísticos contundentes que enaltecen el inicio del tercer ciclo de Ramón Díaz como entrenador de River. Tres presentaciones, igual número de victorias, la última de ellas en el Superclásico, puntaje ideal, indicadores irrefutables, aunque, por sobre todas las cosas, lo que no se debe eludir es todo lo que está representando en lo anímico, afuera y adentro de la cancha, el efecto que generó, lo que irradia su presencia.

La gente está ilusionada, sueña con volver a los primeros planos. Pero no lo hace con un espíritu utópico, realmente está empezando a convencerse de que pueden lograrlo. En lo cotidiano es quien absorbe todas las presiones, lo cual hace que los futbolistas en el campo jueguen más sueltos. Y libera a aquellos más resistidos. ¿O alguien duda que darle la titularidad a Adalberto Román es una posibilidad que sólo Ramón puede utilizar por la confianza que la gente tiene en él? Atención que esto no es una valoración sobre el jugador, quien fue estigmatizado por aquella desgraciada jugada ante Belgrano, porque hasta ese momento no había rendido mal. La condenaron, el riojano lo indultó y el hincha aceptó la decisión. Eso se llama confianza ciega.

Tampoco hay que caer un análisis excesivamente parcial. No es saludable para el observador imparcial. La referencia es para el permanente discurso del riojano sobre lo que representa River, eso de ser protagonistas, de ganar todo lo que juega, de volver al estilo, etc, etc. Esto, en rigor de verdad, no difiere mucho de lo que pregonaba su antecesor. Porque Matías Almeyda también buscaba transitar esos caminos e inculcarles esas cuestiones a sus dirigidos. Lo de Ramón pasa por lo que trasmite, por su figura, por todo lo que genera. Por su forma de llegarle al hincha. Al jugador, quizás, no le entra tanto con sus palabras, con su discurso, sino más bien con un mix de lo expresado. Lo deslumbra como un encantador de serpientes.

Saca la chapa y transforma a los más grandes en pequeños. Ven la devoción que la gente tiene por él y no les queda otra que, al menos, pensar internamente: "este tipo tiene algo". Estamos en un fútbol en el cual, y más en la profesión de entrenador, la retórica depurada, el léxico rebuscado, parece ser una carta de presentación tentadora para los dirigentes, sin embargo Ramón se apuntala con cosas más campechanas. Hoy está ante una prueba: ganarles la pulseada a aquellos que aún lo miran de reojo. Porque los tiempos de gloria extrema los forjo gracias a disponer de un equipo plagado de estrellas. Hoy el plantel dista de ser galáctico. Ahí es donde se verá la mano del entrenador. Por lo pronto, consiguió avances interesantes: jugar por abajo, sin colocar jugadores en puestos que no lo sienten, evitar los pelotazos, no ceder protagonistas estando en ventaja, algo que se venía dando. Y, por supuesto, logró resultados. Eso agrandas la espalda de cualquiera.

Ramón Díaz no necesita dar exámenes de nada, sería injusto tomárselos. La tabla historia de títulos habla por sí sola. Pero tampoco puede recostarse sobre laureles del pasado. El tiempo dirá si logrará sumar o no a sus huestes a quienes aún lo miran de reojo. Si lo consigue, su proyección en el mundo River se dispararía hasta límites insospechados, que hasta excederían, si él decide incursionar otras áreas, su participación en el fútbol.