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Pistorius, de la evangelización al aquelarre

LOS ÁNGELES -- Óscar Pistorius nos rebasó como seres humanos. Monumentales tragedias han emboscado su vida. Al nacer, estuvo a punto de morir. Y después, tantas veces estuvo a punto de morir que aprendió a renacer en cada una de ellas.

Amputaciones. Fracturas. Cicatrices. Dolor. Rabia. Mutilaciones. Segregación. Claudicar no era una opción, era una arenga para seguir. Pistorius es un sobreviviente de las tempestades en que naufragan otros, en las que podemos naufragar todos.

Pistorius había vencido todas esas calamidades. Las ha vencido todas. Excepto que este jueves decide morir dos veces, aún sin perder la vida. Muere dos veces porque, presuntamente, apaga sus dos pebeteros internos: la mujer perfecta que amaba (la modelo Reeva Steenkamp), y al hombre mismo que amaba la vida aún imperfecta. Su vida respira, pero no aspira. Ha claudicado a pesar de no haberlo hecho ante las murallas de los hombres y de los atavismos.

Pistorius estaba convertido en el heraldo de lo imposible. Utopía (lugar que no existe, según los griegos), era, por él, territorio ya conquistado por el hombre. Fue el Neil Armstrong que dio el primer paso en una Luna donde se prohibía pisar a los atletas con habilidades especiales.

Al sudafricano siempre le dijeron que no. La frase de Jodorowsky, él la dramatizó en la vida diaria: "Para los pájaros que nacen en jaula, volar es una enfermedad". Pistorius era un enfermo para muchos, que se atrevía a desafiar los encolumnamientos de la adversidad. Quisieron que viviera preso de sus aparentes desventajas.

El tiempo estará presentando el rostro blanco de la verdad. O al menos parte de él. Habrá quién pretenda ser un polizonte, un intruso en los motivos de Pistorius. Es un territorio con derechos judiciales, pero debería permanecer fortificado contra el morbo.

La tragedia no es sólo de él. La tragedia es de quienes veneraron la conquista de un Himalaya custodiado para los seres humanos con habilidades especiales. El abandono del patriarca resucita las dudas sobre si en verdad hay una olla con oro al final del arco iris.

"La conquista de lo imposible acaba con el asombro y cuando acaba el asombro ya nada parece posible", comentaba Carl Lewis, plusmarquista olímpico.

El mexicano Saúl Mendoza, multicampeón en silla de ruedas en maratones y Juegos Olímpicos, explicaba que "nunca pierdo la motivación de cada día de competencia, porque nunca pierdo la motivación de la competencia más exigente que es vivir mejor cada día", explicaba.

Insisto: tal vez nunca sepamos los motivos de Pistorius para morir dos veces sin perder la vida en este 14 de febrero. Incluso, tal vez nunca debamos de saberlos. Incluso, tal vez no merezcamos saberlos.

Lo que no puede morir, incluso a pesar de esa doble muerte que no le quita la vida, son los motivos que lo llevaron a ser un colonizador de la necedad humana que pretendía impedirle sentirse igual o mejor que otros atletas.

El mejor sermón de Pistorius lo dieron sus victorias. Nadie tiene derecho a condenar la lealtad de sus propias batallas.

Su alfa y su omega, su cénit y su crepúsculo, ocurren en universos distintos, en universos paralelos, pero distintos.

Y así debe tomarse, como una evangelización maravillosa del humanismo primero... y después como un aquelarre sin sentido.

Y recordemos, por si hace falta, que "si Jesús no supo renunciar a ser Dios, ¿qué se puede esperar de los hombres?".