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El Piojo exterminó ilusiones del América

LOS ÁNGELES -- Miguel Herrera no ha sido campeón en el futbol mexicano por falta de talento sino por exceso de frenetismo verbal, que ya, por definición, es un exceso.

Él lo sabe, lo ha dicho, que sus campañas magníficas con Atlante y Monterrey murieron en manos del arbitraje y no por incapacidad de sus equipos ni de sus jugadores.

Miguel Herrera tiene todas las virtudes de un técnico que puede ser campeón: trabaja bien, arma grupos, controla vestidores, elige bien jugadores, es un hábil estratega, se compromete con la institución.

El problema es que siendo un ganador, pierde la coherencia y la estirpe preclara del triunfador.

Lo vive ahora con América.

Desde el pedestal de la buena campaña con las Águilas, Herrera ha sido un Piojo en términos de congruencia con su puesto y su compromiso con la institución.

Herrera había dicho, antes de llegar al Nido, que el América era llevado a los títulos mediante maniobras y cohechos arbitrales. Lo dijo reiteradamente, víctima de los silbantes.

Ahora, simplemente este torneo, con cuatro penales en siete juegos, no todos legítimos, ha emprendido con todo, contra todos.

Abrió lastimando árbitros, siguió Sergio Bueno, se lanzó contra reporteros, defendió débilmente al Maza Rodríguez, y en su más reciente explosión criticó a Miguel Mejía Barón por sus deficiencias como entrenador, lo ventaneó como traicionero, y lo remató con un comentario de mal gusto al expresar "desviaciones sexuales".

Ensalza esa misma entrevista a El Universal con una frase fascinante: "las decisiones se toman con las vísceras, pero muy bien pensadas".

Ha reconocido que este último desplante, dislate y desliz, hizo montar en cólera a su directiva y ya recibió una llamada de atención por su poca elegancia, a través de Ricardo Peláez, presuntamente en una charla este mismo jueves.

Le ha pedido el América que ya no hable. Que calladito, se ve más bonito.

Evidentemente, en el pináculo del americanismo en que vive, Herrera desarrolla animadversión y molestia.

En las redes sociales lo acusan de que se ha subido a un kilo de tortillas y se ha mareado de semejante escalada.

El Piojo quiso desquitarse de Mejía Barón por las críticas que el extécnico mundialista le dedica con singular y recurrente frecuencia en su columna de cada martes en el Diario Récord.

Pero queda claro que Miguel se extralimita. Sin duda, salpica a la fraternidad de Pumas, para la cual el odontólogo es un referente por sus títulos, por su capacidad como entrenador y por su carrera en diversos niveles de la institución.

El Piojo debe entender el significado de esa frase maravillosa: "El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras".

Y pueden Usted y Miguel estar seguros de algo, nuevamente, ha arruinado cualquier posibilidad de hacer al América campeón. Ese será el costo magnífico de sus explosiones verbales, y lo lamentable es que arrastra a un equipo, una institución y un grupo de jugadores como víctimas de sus desvaríos.

El Piojo pintaba para ser el salvador de las ilusiones de título de las Águilas, pero termina siendo el aniquilador de ellas mismas.