<
>

El día en el que creí otra vez en el futbol

MÉXICO -- Yo no conocía al chico. Y luego entonces le llamaremos Matías. Está de moda el nombre, me dicen.

Sigo sin conocerlo, pero me gustaría. Él jamás lo supo ni lo sabrá. Me devolvió la sonrisa, el juego. Me devolvió la infancia.

Me hizo recordar que los detalles hacen la vida, esa que tenemos prestada y en dónde jugamos de paso.

Hace no mucho, curiosamente estando aquí en Brasil, escribí lo siguiente:

"La pelota ya no manda. Hoy lo hacen los abogados, los de traje Hugo Boss. Esos burgueses de corbata de marca y mancuernillas de oro que aman el futbol. Miento. Aman lo que rodea al futbol. Y normalmente lo rodea dinero, fama, poder, jerarquía.

Lejos está aquel futbol del pueblo, del boleto a 10 pesos, de la corneta y la bandera. Hoy al futbol van aquellos con dólares, con una camioneta 4x4 y con un blazer "Louis Vuitton". Hoy el estadio no huele a cerveza, semillas y pipí. Ir a un estadio en la actualidad es respirar perfume, pizza y un ron importado por el compadre de un amigo."

Matías jamás leyó este par de párrafos. Y lo agradezco. Les cuento de un chico con unos 15, tal vez 16 años. Argentino por su playera albiceleste. Eso supongo.
Mi entrada al estadio fue por la puerta "G". Lo hacía apesadumbrado y rendido por las largas jornadas y el calor asfixiante.

Mi andar se vio interrumpido justo cuando estaba por entregar mi boleto en la entrada. Matías me robó el momento. Apareció en bermudas y despeinado. Gritaba y saltaba que transmitía. "Conseguí boleto, conseguí boleto. Me lo regalaron."Pasó por la revisión y no dudó en besar a la encargada de revisar la entrada. "Estoy feliz. Nunca he visto ni a mi Selección y hoy estoy entrando a un partido del Mundial", contaba con incredulidad absoluta. Sus ojos hablaban. Los presentes reían con cerveza en mano.

Corrió. Sin saber a dónde. Corrió por impulso, corrió con el alma. Quería asomarse a la cancha. Su cielo. Sin saber qué hacer, volvió con la señorita aún sonrojada. Y besada."¿Dónde me toca?", le preguntaba con ingenuidad. "Por allá, en el sector 122", contestó ella. Se repitió la escena, beso y agradecimiento eterno para su guía hacia el paraíso.

Brasil es tan majestuoso y diverso, qué igual hace frío y llueve en el sur, cómo te derrites en el norte. El Mundial convive igual con esos que se aburren de ir a estadios vestidos de traje y bostezan al minuto 30, cómo con Matías que debutó en su primer evento grande.

Justo cuando envejecieron mis héroes apareció el caudillo. No tiene estampa Panini ni su apellido tatuado en la espalda de una camiseta. Pero yo lo llevaré tatuado en el corazón. Me devolvió la ilusión y me recordó que las cosas, mientras más sencillas, más reconfortantes.

Matías se perdió entre la gente. Seguro estoy que lo gozó como el que más. El fútbol es trivial, dicen, pero de vez en cuando, y a veces muy seguido, da tremendas lecciones de vida.