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Lewis y la ridícula hipersensibilidad

ORLANDO -- Colby Lewis, un lanzador de los Vigilantes de Texas, está enojado porque un bateador de .220 de los Azulejos de Toronto tocó la pelota para tratar de vencer una formación especial defensiva que es parte importante de su bajo promedio de bateo. ¡Plop!

Con los Azulejos ganando 2-0 y dos outs en la quinta entrada del partido del sábado, en el Rogers Centre, Colby Rasmus tocó por tercera para lograr un infield hit ante una formación defensiva especial en su contra. El jardinero de los Azulejos mantuvo viva la entrada y de paso subió su promedio de bateo por encima de .220 por primera vez desde el 4 de julio.

Lewis, quien tiene efectividad de 6.37 en 2014 -- un porcentaje escandalosamente malo para cualquier temporada, sobre todo en una en que la ofensiva ha sido dominada ampliamente por el pitcheo-- argumentó que Rasmus no sabe jugar béisbol.

O sea, en el librito de Lewis, un marcador 2-0 es ventaja más que suficiente para derrotar a Texas y los rivales deberían entregarse el resto del juego cada vez que anoten dos carreras contra los Rangers. En ese mismo librito de Lewis, su equipo sí le puede hacer una formación defensiva especial a un bateador de .220 con dos outs, pero si el pobre sujeto araña para alcanzar una base, entonces es un antideportivo.

Si el lanzador que tiene 10 ponches sigue esforzándose en conseguir 10 más, eso está perfecto y es completamente deportivo, pero si un bateador toca por tercera cuando le ponen cuatro infielders en el único lado por el que batea, eso es antideportivo. ¡Gulp!

Anote la reacción de Lewis en la lista de ridiculeces cada día más frecuentes en Grandes Ligas en nombre de una supuesta "forma correcta de jugar el béisbol". Y las explicaciones que dan estos hipersensibles son tan ridículas como sus supuestos arranques de ira.

No estamos defendiendo a bateadores que tocan la pelota con marcadores 10-0 ni a corredores que intentan robos de bases en partidos de un solo lado. Pero incluso en esas situaciones, no hay ningún libro que diga que un jugador debe abdicar en sus intentos de dañar al rival y, de paso, mejorar sus propias estadísticas. Total, al final del año, ese jugador muy probablemente discutirá un nuevo contrato sobre las bases de sus números, no de la popularidad que tenga entre sus rivales.

Solamente en los últimos dos años hemos visto como a los Bravos de Atlanta les molesta que Carlos Gómez corra a lenta, mediana o rápida velocidad después de pegar un jonrón importante; a David Price le agua la sangre que David Ortiz observe el recorrido de sus jonrones y a una gran cantidad de jugadores de Grandes Ligas la bilis se le mezcla con ácido cuando Yasiel Puig hace bailar su bate antes de recorrer las bases después de un cuadrangular.

Y en la mayoría de los casos, los protagonistas fueron blancos de agresión de lanzadores, que aparentemente, en el famoso librito, tienen licencias para dar pelotazos para cobrar afrentas y humillaciones.

Y todos los enojados, absolutamente todos, ofrecen explicaciones ridículas sobre supuestas formas correctas de jugar el juego para justificar que se molestaron porque el otro los superó. Es como que un rival de Sugar Ray Leonard o Floyd Maywather haga una conferencia de prensa para quejarse de que esos tipos "no se dejan golpear y pegan muchísimos golpes, lo que no es justo".

Esa es la idea. De eso se trata el juego. Todo lo demás, son simples ridiculeces.