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Más herejes y menos mandamientos

Hoy en día no sobran los matices en el béisbol de las Grandes Ligas. Todo va en "contra del protocolo" y el "honor" del adversario. Da la sensación que en vez de un juego estamos en presencia de una reunión de Naciones Unidas donde hay que sopesar cada palabra, cada gesto so pena de desembocar en una crisis global.

Los códigos no escritos del béisbol son un manual inviolable de ética. Deben respetarse... al menos en teoría. Pero a esta altura del juego algunos de esos mandamientos, esbozados en el siglo pasado, necesitan ser actualizados y quizás, excluirse de ese etéreo volumen para bien de un espectáculo que compite cada año con otras disciplinas que empujan y le van ganando la partida en preferencia del público.

Tantos convencionalismos y susceptibilidades restan en vez de sumar. Si bien aborrezco a quienes tocan bola o roban base con ventaja amplia, propinan un pelotazo tras haber permitido un cuadrangular; del mismo modo encuentro irracional que el jonrón se tenga que festejar bajo estrictos patrones de conducta, que un lanzador se enoje porque le "rompieron" una formación con la delicadeza de un toque de bola o que gesticular hiera la sensibilidad del rival.

El respeto se gana, no se impone.

Las analogías nunca están de más: ¿imaginan que tras un gol los futbolistas se cohíban de celebrarlo porque laceran sentimientos ajenos?

Diría un colega que estamos en Estados Unidos y como tal debemos adaptarnos a sus costumbres. Puede que tenga razón... y de hecho, los peloteros latinos son claro ejemplo. Pero adaptarse no significa renunciar a la manera de interpretar determinados códigos.

Parte del éxito de la armada latinoamericana radica en haber roto moldes, dándole sabor --con esos detalles en apariencia insignificantes-- a un juego que en ocasiones es un tratado del aburrimiento.

Papi lanza el bate y disfruta; Puig gesticula y es temerario. Los gestos de uno y las "locuras" del otro son tomadas como faltas de respeto pero distan de serlo. Simplemente son maneras de jugar y la diversidad es parte del espectáculo. En tal sentido habría que responder una pregunta: ¿qué quiere el público? Un juego de "cuello y corbata" o una verdadera batalla.

Sean latinos, japoneses o norteamericanos, al béisbol de las Grandes Ligas le hacen falta más herejes y menos mandamientos.