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Huelga 1994: De estar en 1er. lugar a irse a casa

El manager Davey Johnson y los Rojos lideraban la Central LN cuando estalló la huelga en 1994. Stephen Dunn/Getty Images

Oh, lo que pudo haber sido.

Nosotros, los Rojos de Cincinnati, habíamos trabajado para llegar a la cima de nuestra división, y convertirnos en uno de los mejores equipos del béisbol. En el transcurso de un periodo breve de 20 meses, habíamos reconstruido y reorganizado el equipo en busca de los playoffs. Finalmente estábamos ahí. Incluso, sentíamos que teníamos una oportunidad de ganar la Serie Mundial.

Teníamos oportunidad, esto, hasta el 11 de agosto de 1994, cuando a las 9:45 p.m. del Pacífico, cuando el pitcher de los Marineros Randy Johnson ponchó a Ernie Young de Oakland, y los peloteros se fueron a una huelga que resultó ser uno de los paros más largos en la historia de los deportes profesionales estadounidenses, una ausencia devastadora de siete meses y medio.

Nos arrebataron la temporada 1994, y hasta el día de hoy me pregunto qué tan lejos hubiera llegado ese equipo.

Los problemas de 1993

Para mí, que era gerente general de los Rojos, fue especialmente difícil de tolerar, dados los años que antecedieron al suceso. Fui contratado por Marge Schott para ser el gerente general de los Rojos el 16 de octubre de 1992. En ese entonces, yo era el gerente general más joven en la historia del béisbol, a los 31 años, y de inmediato causé impacto al contratar a Tany Pérez como mánager, hice canjes para traer a Kevin Mitchell y Roberto Kelly, además de firmar como agente libre al pitcher abridor John Smiley con un contrato de cuatro años. Me sentía bien por el progreso que habíamos hecho, y Baseball America incluso se refirió a mí con el titular "Joven Maravilla".

Los siguientes meses fueron una historia distinta, y por eso el titular más apropiado para la situación hubiera sido "Joven Pesadilla". Digamos que, rápidamente, todo se convirtió exactamente en eso. Primero, Schott fue suspendida un año por Grandes Ligas producto de los comentarios insensibles que realizó, y no permitió que nadie fuera de la organización de los Rojos llegara y asumiera su puesto de forma interina. Así que ella añadió el puesto de "presidente interino" a mi cargo. En lugar de ser un gerente general novato a cargo de las operaciones de béisbol, me topé con que tenía que estar a cargo de contabilidad, mercadotecnia, relaciones con la prensa y todos los demás departamentos de los Rojos. Ni siquiera estaba listo para ser gerente general de Grandes Ligas, ¿entonces cómo era posible que pudiera dirigir a toda una organización?

El entrenamiento primaveral transcurría sin contratiempos hasta que nuestro primera base, Hal Morris, se separó el hombro en un pleito contra el relevista de los Indios José Mesa en Winter Haven, Florida. Morris se perdió gran parte de la primera mitad de la campaña, y eso resultó ser un augurio de lo que vendría.

Combinen a un presidente/gerente general novato y a un mánager primerizo, y eso no era una buena fórmula para una franquicia de Grandes Ligas. Sentí que debía hacer algo para arreglar los problemas. De forma injusta, despedí a Pérez el 24 de mayo, cuando apenas habían transcurrido 44 partidos de la temporada 1993, y contraté a Davey Johnson, quien había ganado 90 partidos en cinco ocasiones distintas con los Mets, además de conquistar la Serie Mundial en 1986. Él no había dirigido en tres años, pero a los 50 años, tenía la experiencia y el liderazgo necesario para sortear lo que yo sentía era un huracán y un tornado al mismo tiempo.

Nuestro equipo en 1993 finalizó con récord de 73-89, a 31 juegos del campeón divisional, los Bravos de Atlanta.

Tuve una reunión con Schott justo después del último partido de la campaña regular, y ella me dijo que pese a que todos en la ciudad querían que fuera despedido, me quedaría un año más. Pero ella fue muy concisa en esto: o terminábamos en primer lugar, o yo sería reemplazado. Los gerentes generales normalmente tienen de cinco a siete años para reconstruir una franquicia y comprobar su valía; yo solamente recibí dos años, y me faltaban 12 meses. Afortunadamente, ella volvió tras su suspensión, y mi enfoque volvió a ser el béisbol.

La reconstrucción

Reunimos un equipo de coaches sólido para Johnson, que incluyó a Bobby Valentine, Ray Knight -- ambos que posteriormente serían mánagers -- y Don Gullett. Luego, nos dedicamos a reconstruir el bullpen, la defensiva en el cuadro y la banca, además de añadir a un pitcher abridor consolidado.

Comenzamos al adquirir al segunda base Bret Boone y al pitcher abridor Erik Hanson de los Marineros. Eso nos dio a un abridor y mejoró el cuadro. Para culminar con el fortalecimiento del cuadro, firmamos al campocorto Tony Feráandez durante el entrenamiento primaveral, y a regañadientes aceptó moverse a la tercera base. Nuestra defensiva en el cuadro era ahora la mejor del béisbol, con Fernández uniéndose al futuro integrante del Salón de la Fama Barry Larkin en el lado izquierdo del cuadro, y Boone se unió a Morris en el lado derecho. El alcance del cuadro era espectacular, lo que automáticamente hizo mejorar a nuestro pitcheo.

Para mejorar al bullpen, en enero contratamos como agente libre al setup Jeff Brantley, procedente de los Gigantes, que sabía lanzar strikes y no le temía a ningún bateador. No tenía el repertorio típico de un cerrador, pero tenía la mentalidad y la rudeza de un cerrador. También adquirimos a Chuck McElroy de los Cachorros, un relevista zurdo que, al igual que Brantley, terminaría el año con nosotros poseyendo una efectividad ligeramente arriba de 2.00. Sorprendimos a muchos durante el entrenamiento primaveral cuando promovimos al prospecto Héctor Carrasco desde la sucursal de Clase A en la Liga del Medio Oeste, donde había batallado un año antes. Pero él se convirtió en un relevista sólido para nosotros y, así de fácil, arreglamos el bullpen.

Para mejorar la banca, trajimos a Lenny Harris, Thomas Howard, Jacob Brumfield, Jerome Walton y Brian Hunter. Ellos aportaron una mezcla perfecta de versatilidad, velocidad, defensiva y poder.

Luego que inició la temporada, sentíamos nuestra alineación tenía muchos bateadores derechos, así que hicimos un cambio enviando a Roberto Kelly a los Bravos para traer a Deion Sanders, lo que nos dio a dos grandes atletas en los jardines, Reggie y Deion Sanders, junto a nuestro mejor jugador ofensivo, Kevin Mitchell.

Como anécdota, adquirir a Deion fue la operación más rápida que hice en mi carrera. En una llamada telefónica a John Schuerholz, gerente general de los Bravos, hice la propuesta y horas después aceptó. Imaginen cuando traté de explicarle a Schott que había adquirido al "Primer Time Dollar Sign Deion Sanders", con su imagen exuberante y los problemas que acarreaba por practicar dos deportes. Pero, con el tiempo, Deion se convirtió en uno de sus favoritos.

Entonces, si 1993 fue una pesadilla, las cosas rápidamente se estaban acomodando en 1994. Nuestros planes para corregir al equipo estaban funcionando, y llegamos a agosto en una carrera cuello-a-cuello con los Astros de Houston en la recién formada División Central de la Liga Nacional. Nuestro equipo encabezaba la liga en promedio de embasarse, promedio de bateo, de slugging y, lo más importante, carreras anotadas. En cuanto al pitcheo, éramos terceros en efectividad y WHIP, además de cuartos en ponches. Nuestra defensiva cometía la menor cantidad de errores en la liga, y nuestro rango defensivo era especial. Teníamos un equipo bien redondeado con cada elemento, y nuestro diferencial de carreras era de +119.

En resumen, teníamos un equipo lo suficientemente bueno como para llegar a la Serie Mundial. Los Expos de Montreal tenían el mejor récord del béisbol (74-40) en el momento que llegó la huelga, pero como todos sabemos, el equipo con la mejor marca en la temporada regular en ocasiones no gana la Serie Mundial. Teníamos una oportunidad.

Y luego llegó la huelga

La fecha límite de canjes en Grandes Ligas fue distinta ese año porque los equipos esperaban la huelga, y los equipos como nosotros no queríamos deshacernos de prospectos para recibir veteranos que normalmente nos ayudarían en la recta final. Le dije a nuestro mánager, Davey Johnson, que dirigiera cada partido de agosto como si fuera postemporada, porque incluso si se daba el caso de huelga, siempre existe la posibilidad de finalizarla a tiempo para la postemporada. Entonces, necesitábamos asegurarnos de que estuviéramos en primer lugar cuando estallara la huelga. Y lo logramos apenas por medio juego sobre los Astros.

Pero de nada sirvió. El 14 de septiembre de 1994, el comisionado Bud Selig anunció que la huelga había dejado un hueco irreparable en el béisbol, y que la postemporada quedaba cancelada. No habría playoffs. No habría Serie Mundial. Eso, en efecto, terminó con nuestro sueño de ser campeones.

Me sentí muy mal, antes que otra cosa, por nuestros jugadores, staff de campo, scouts y empleados. Ellos trabajaron muy duro para ponernos en posición de llegar a la postemporada, y les fue arrebatado. También nos dimos cuenta de que quizá no tendríamos esa oportunidad de nuevo, especialmente porque debíamos hacer cambios para la siguiente temporada. No podríamos sostener el costo de retener a todos los peloteros para 1995, incluyendo a Kevin Mitchell, nuestro mejor bateador, y al dinámico antesalista Tony Fernández. Simplemente, nunca sabes cuándo tendrás otra oportunidad.

Afortunadamente, la tuvimos. Pudimos reemplazar a Mitchell con Ron Gant, hicimos el canje para adquirir al abridor David Wells, y firmamos al receptor Benito Santiago y al relevista Mike Jackson. Llegamos embalados a la postemporada en 1995 y barrimos a los Dodgers de Los Angeles en la Serie Divisional antes de perder contra los Bravos en la Serie de Campeonato.

Tuvimos una oportunidad legítima de ganar la Serie Mundial, pero hubiera sido mucho mejor tener dos oportunidades en lugar de una. ¿Qué tan valiosas son esas oportunidades para ganar la Serie Mundial?

Consideren esto: ese equipo de 1995 fue el último equipo de los Rojos que ha llegado a la Serie de Campeonato de la Liga Nacional.