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El Piojo, entre la gloria y otra emboscada

LOS ÁNGELES -- Recambio. Transición. Evolución. Desarrollo. Continuidad. Proyecto. Son palabras saludables que siempre sonaron obscenas en torno al futbol mexicano y su selección nacional.

Y se ratificaba al saltar de una Copa del Mundo a otra manoseando entrenadores. Hasta llegar a la insalubridad extrema, caótica, suicida de los dos últimos procesos, con cuatro técnicos a cargo, y con el Tri en estado catatónico, en estado de coma, tanto para Sudáfrica 2010 como Brasil 2014.

Le preguntábamos a Justino Compeán en Río de Janeiro, tras la renovación de contrato con Adidas: "¿Qué garantías tiene el futbol mexicano de que esta vez no te vas a equivocar como en tus dos gestiones anteriores al elegir al técnico?".

Franco -¿o cínico?-, Justino reconoció que no había ninguna garantía, más allá de la buena intención de darle continuidad a Miguel Herrera.

El Piojo tiene una ventaja: le sobran laboratorios y le sobran desafíos. No puede, y no quiere, rehuir ninguno. Y sabe además, que los resultados pueden trasformar esa Luna de Miel actual en una emboscada.

Las ventajas respecto a otros procesos, son que este mismo año dispone de seis encuentros en tres jornadas de Fecha FIFA, y que arranca con Chile y Bolivia, y continúa con dos encuentros más en octubre, sin rivales ni sedes, y concluye en noviembre, con clima gélido, en Holanda y Bielorrusia.

Miguel Herrera sabe que está obligado a trabajar sobre la transición, y a un riesgo y a un costo elevado.

Da a conocer su lista de jugadores para encarar a Chile y Bolivia, y aparecen jugadores jóvenes, sorpresas, además de legionarios, y dos que supuestamente habían sido separados: Maza Rodríguez por decisión propia, y Carlos Salcido, por dictamen del mismo Piojo.

La lista de invocados incluye a jugadores que observó antes del Mundial de Brasil, además de otros que cumplieron procesos de Juegos Olímpicos.

Tampoco, y esto lo reconoce Miguel Herrera, se trata de enseñarles trabalenguas ni teoremas trigonométricos, sino de un esquema sencillo de jugar al futbol, pero que requiere, inevitablemente, de un potente despliegue físico y hormonal: ni los flojos, ni los tibios pueden jugar bajo su mando.

Mientras el Maza y Salcido son útiles para El Piojo en los ocasos de sus carreras, es inaplazable esa oportunidad para Rodolfo Pizarro y Miguel Herrera de Pachuca, jugadores que seguramente seguirán el proceso completo, así como el valioso retorno de Hiram Mier y la observación de Oswaldo Alanís, y será interesante ver al Cubo Torres si el reencuentro con la camiseta del Tri, esta vez la mayor, no le cohíbe sino le motiva para una posición que aparece aún abierta ante la intermitencia de Chicharito Hernández, y el enigma sobre la longevidad competitiva de Oribe Peralta.

Con 12 exmundialistas, Miguel Herrera sabe que tiene una garantía en el nuevo esqueleto del Tri, especialmente porque Héctor Herrera, Giovani dos Santos y el Gallito Vázquez viven de nuevo excelentes momentos, y Miguel Ponce guarda el desafío de haber sido cepillado del Mundial y pretende aprovechar la ausencia de Miguel Layún.

Pero el proceso de transición va más allá de este recuento. Desde Jurgen Damm hasta Ponchito González, con un grupo de jugadores que levantan la mano y que tendrán el proceso preolímpico para seducirlo, Herrera deberá encontrar al equipo que ya tiene marcadas obligaciones.

1.- Lavarse la cara en la Copa América.

2.- Ganar la Copa Oro para pelearle a EE.UU. el boleto a la Confederaciones 2017.

3.- La Copa de Las América en el 2016.

4.- Juegos Olímpicos, con el respaldo a y de El Potro Gutiérrez.

5.- Y lo más importante, la eliminatoria mundialista, porque las dos más recientes han sido caóticas.

Valioso pues que El Piojo debe, porque no tiene opción, enfrentar ese recorrido de pánico, casi prohibitivo, aterrador, que nunca han complementado otros entrenadores del Tri, menos después de dirigir un Mundial.

Y aquí hablamos de nuevo de recambio, transición, evolución, desarrollo y continuidad.

Especialmente porque Miguel Herrera sabe, y lo sabe muy bien, que su futuro está en los resultados y no dependiendo de las frágiles, volubles y traicioneras lenguas de los directivos, y de un contrato, que además, técnicamente, ni siquiera ha firmado.