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Dinho y la fiesta se traga al festejado

LOS ÁNGELES -- La fiesta se tragó al festejado. Y a los huéspedes también. Un contubernio del destino. Ronaldinho pudo resucitar al Querétaro y terminó dándole el tiro de gracia.

Lo sofocó al querer darle respiración de boca a boca.

0-1, ganaba Tigres. Y vino la travesura de Danilinho. Penalti. Obsequio para su paisano. Obsequio de bienvenida. Venga y vista de héroe como con Brasil, con Barcelona, con tantos.

Y Ronaldinho eligió que su gol fuera más parte de la grandilocuencia que del resultado. Quiso sobrevivir al trámite simplón vistiéndolo de parafernalia. Quiso ponerlo atuendo de gala y lo convirtió en pordiosero.

La pelota terminó en la butaca donde la ignominia jala los cordones crueles del destino. Y todo terminó 0-1.

Sí: la fiesta se había tragado al festejado. Y a los invitados también. Sólo quedó a salvo la cena. El Día de Acción de Gracias de Ronaldinho, el guajolote se vistió de Tigre y se escapó vivo y festivo, cuando todos querían una porción de él.

Antes y después del Holocausto de su presentación en México con la Copa MX, Ronaldinho había hecho y haría poco. Cinco balones filtrados, dos de ellos telegramas de gol, y además algunas demostraciones de que su astucia está una milésima de segundo por encima del resto.

Y Ronaldinho pagó culpas ajenas. Fue la penitencia de pecados ajenos.

Voracidad y precipitación lo pusieron en la cancha. Lo querían ahí todos. Directivos, medios, aficionados. Hasta los adversarios mismos, unos Tigres que se decidieron a usurparle el protagonismo y la novia al maniquí de la noche.

Fuera de ritmo, lento, desconcertado, desidioso, el brasileño pecó de menosprecio o pecó de cómplice en el circo ajeno. Y si hubo tolerancia porque no peleaba pelotas, ahora, con el penalti desperdiciado, y la obsesión por buscar la epopeya individual en tiros libres, debieron agotar la paciencia a la que tiene derecho.

La culpa no es sólo suya. ¿Hasta dónde empeñó Nacho Ambriz el resultado? ¿Hasta dónde empeñó el futuro en la Copa? ¿Hasta dónde cargó con la soberbia de los dueños de querer regodearse pública, impúdica y socialmente precipitando al jugador, y encima sostenerlo 90 minutos?

Y encima elige al peor adversario, porque es el mejor con la pichicatería en la cancha: los Tigres del Tuca. Tras el gol de Hérculez Gómez, quien lo ladró efusivamente, se vinieron 80 minutos ladera arriba para los Gallos Blancos.

Pero hubo algo peculiar. ¿Qué demonios hacía Roanldinho metiéndose a esperar el balón a la zona más congestionada de la cancha, como lo era el lindero del área rival?

Donde se obsesionaba Ronaldinho en colocarse, sólo había otro jugador capaz de entregarle el balón ahí, en medio de esa boscosa zona de la trinchera de Tigres. Y ese otro jugador era otro Ronaldinho que evidentemente no existe.

Nacho Ambriz lo sabía. Y eligió. O aceptó que eligieran por él. Si en el segundo tiempo suelta en la cancha a su equipo original, habría sacado no sólo el empate, sino la victoria. Sin duda.

Pero el dictamen dictaba una dictadura: los balones debían terminar en Ronaldinho, y debía jugar todo el encuentro. Querétaro echó la casa por la ventana. Pero el carnaval previsto, pagado por anticipado, terminó en funeral.

Insisto: la fiesta se tragó al festejado, y la cena se fugó del horno con los puntos, la novia y el protagonismo.

¿Después de la exigencia, mínima cierto, de los 90 minutos, podrá y deberá Dinho jugar ante Chivas en el Omnilife?

La lección es implacable: Querétaro deberá aprender a jugar con diez, mientras Ronaldinho esté fuera de forma, aunque, si alcanza su mejor nivel, llegarían, posiblemente, momentos en lo que el Querétaro disfrutaría de jugar con 12.