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El Millonario sintió el desgaste

BUENOS AIRES -- El fútbol tiene esas cosas maravillosas. Cuando todo parece ser previsible, lo infrecuente termina por irrumpir en la escena. Los favoritos dejan de serlo y aquellos que, a priori, parecen convidados de piedra, se vuelven objetivos inexpugnables. Es cierto que a River últimamente no le venía padeciendo esto. Por el contrario, había logrado transitar por el complejo camino de la lógica.

Sin embargo, cuando el banquete se observaba como presto para devorarlo, flaqueó. Aquel Arsenal que llegaba tambaleante, herido, se retroalimentó de las fuerzas de su rival y jugó un partido ordenado, prolijo y sacrificado, que le permitió empatarle al equipo sensación. Como local, es cierto, pero en la previa esa medición de fuerzas lo ubicaba en un sitio de desventaja. Por eso, a la hora de mensurar lo realizado, Martín Palermo terminó yéndose conforme con el punto cosechado.

Marcelo Gallardo, lógicamente más ambicioso, se fue con un sabor algo más agrio. Y esto tiene que ver, entre otras cosas, porque sabía que ganar lo posicionaba con seis unidades de ventaja en la cima de la tabla y, además, porque, como señalamos en anteriores entregas, River se ha acostumbrado a ganar,

La cancha excesivamente mojada producto de la lluvia, conspiró contra la estética que suele plantear el Millonario. Y es obvio, el terreno en esas condiciones suele equiparar fuerzas entre el empeño y el juego. Cada cual con sus armas. La explosión habitual del conjunto de Núñez está vez quedó opacada por la imprecisión a la hora de definir. En cantidad no generó tantas ocasiones como en presentaciones anteriores, pero tampoco logró un grado de eficacia similar al que exhibió, por ejemplo, ante Independiente.

La gran pregunta pasaba por cómo iba a absorber la ausencia de Matías Kranevitter, un hombre clave en este esquema. Y si bien Leonardo Ponzio no brilló, tampoco desentonó para lo que es un futbolista que llevaba tanto tiempo sin ser titular y con pocos minutos en cancha. Esto significa que no fue el responsable de la carencia de juego. Sí, en cambio, River en su conjunto pareció haber sufrido el rigor de la seguidilla de partidos y el ingrato maridaje que representa el agotamiento físico con una cancha tan embarrada. Ese enemigo que creyó haber evitado el día de la suspensión del partido, volvió a hacerse presente y jugó un papel preponderante.

También es verdad que a River ya lo conocen y van entendiendo de qué manera deben jugarle. Contra esto deberá combatir en lo que resta de las competiciones que deba afrontar. Lo mismo que jugar con equipos tan cerrados, como lo fue Arsenal. Es obvio y hasta razonable que todos no saldrán a cambiar golpe por golpe.

El cansancio se hace sentir, los dolores se exacerban con el correr de las fechas, pero todo esto Gallardo deberá enfrentarlo con inteligencia. Porque está claro que su equipo no cuenta con un recambio tan eficaz como para darles descanso a aquellos futbolistas más desgastados. Ahora tendrá que jugar ante uno de los escoltas, Lanús, y ahí en entrenador pondrá en la balanza que entre ese compromiso y el posterior, que será nada menos que el Superclásico, contará una semana para rehabilitar a sus jugadores. Por eso solicitará un esfuerzo más. Así es el fútbol de impredecible y de testarudo, cuando la mayoría presagia algo, se encarga de abofetear a esos falsos profetas. Esta vez Arsenal acarició la hazaña (ganaba 1 a 0), pero River despertó a tiempo. La enseñanza que dejan estos compromisos es más que conocida: nadie puede relajarse. Cuando se baja la intensidad, se paga con puntos que quedan en el camino.