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River: de rotaciones, fútbol, rachas y otras vicisitudes

BUENOS AIRES -- Con el final de temporada ahí a la vista, comienzan a surgir algunos temas de preocupación para cualquier equipo que esté afrontando con posibilidades ciertas dos competencias: la rotación se vuelve algo inexorable, y, de la mano de ella, la merma del funcionamiento también se transforma en un tópico imposible de esquivar.

Porque son muy pocos los clubes del mundo que tienen titulares y suplentes de la misma jerarquía. Y River no escapa a esa regla.

En cada puesto que Marcelo Gallardo decide cuidar, la diferencia de rendimiento, por lo general, es notoria. De hecho para jugar ante Vélez en Liniers, el técnico ordenó cinco modificaciones respecto del once que le había ganado a Estudiantes en la Copa Sudamericana, y esa transformación de casi medio equipo se vio reflejada en el juego. Al punto de que fueron muy pocas las veces a lo largo del semestre en las cuales River dio una sensación de vulnerabilidad tan grande como la que se vio en el primer tiempo en Liniers.

Previsible e inevitable que eso suceda. Porque sostener el ritmo de dos partidos por semana con la intensidad de juego que propone el Millonario sin hacer una rotación, redundaría en una historia sin final feliz. Por esto es que le está costando cada vez más resolver sus pleitos. Lo que hace algunas semanas era sencillo, hoy se transformó en trabajoso. Con el agravante de que River se convirtió en el equipo a vencer, con lo cual sus rivales redoblan esfuerzos cuando lo enfrentan. Sería algo así como el lado oscuro de ostentar un invicto.

Si bien hay cuestiones técnicas y tácticas que no necesitan de una verificación empírica, Gallardo se llevó de Liniers una idea irrefutable: si hay un jugador imprescindible para el esquema del Millo, ese es Leonardo Pisculichi. Es el alma futbolística del equipo, el conductor, el que abastece, el que hace jugar, el cerebro. Sin él dentro del campo, aunque parezca desmedido, River se vuelve previsible y vulgar. Sin exagerar, son dos equipos distintos cuando Piscu está y cuando no. Y el técnico no tiene a otro futbolista de características similares al cual acudir a la hora de darle descanso.

Por eso su ausencia la siente, la sufre, la padece. Gallardo probó con el chico Lucas Boyé rotando posiciones con Teo Gutiérrez, retrasándose ambos en forma alternada para tomar el balón en tres cuartos, pero ninguno de los dos mostró la aptitud del ex hombre de Argentinos.

Pese a todo, como River es un equipo que está muy fuerte de cabeza y que posee la plena convicción de que atacando puede cubrir cualquier falencia, es que no dejó su invicto en el Fortín. Ahora suma 31 partidos sin conocer lo que es ser derrotado y alcanzó la cifra más alta de su historia, igualando la marca del año 1922. No es poco, más aún si tomamos como contexto un fútbol actual que se caracteriza por su notable paridad. Y pensar que cuando renunció Ramón Díaz, aún paladeando el título de campeón, todos conjeturaban sobre la mochila que iba a tener que acarrear el entrenador que se hiciese cargo. Con ese supuesto estigma llegó Gallardo y trajo a River hasta estos días donde tiene abiertos dos frentes de pelea. Además todos hablan de la forma en la cual llegó hasta este envidiable sitio. Un escenario impensado. Pero real. Y sí, podríamos decir que "Gallardo lo hizo".