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River: una merma futbolística que lleva a pensar en un futuro complicado

BUENOS AIRES -- Ya fue señalado en más de una oportunidad a lo largo de las diferentes entregas: cuando un equipo anda derecho, todo sale bien. Los que nunca hacen goles empiezan a meterla, los futbolistas menos destacados rompen la mediocridad y cumplen con tareas épicas, el entrenador hace modificaciones que terminan por otorgarle un resultado positivo, etc, etc. Todo es color de rosa y los cuestionamientos siempre se miran desde lejos.

Pero nada es eterno y a todos les cabe las generales de la ley. River cosechó apenas dos puntos de los últimos nueve disputados, con el agravante de que los dos compromisos finales los jugó en su casa, y ahí fue derrota (ante Estudiantes) más empate (contra Olimpo). Con una salvedad y es que no sólo los resultados fueron desalentadores, sino, y esto es fundamental, no está apareciendo su fútbol atildado y desequilibrante, ese que lo puso como equipo sensación en la primera parte del semestre. Ahí es donde se encienden las alarmas.

Explicaciones se escuchan muchas, que los equipos ya le tomaron la mano, que los juveniles no asumen protagonismo cuando les toca ingresar, pero más allá de determinados factores hay uno que es preponderante y tiene que ver con lo físico. Marcelo Gallardo no apeló tanto a la rotación. La sucesión de buenos resultados los tentó a no hacer demasiado recambio y eso a la larga se paga. Más aún si se implementa un sistema táctico que demanda tanto esfuerzo del cuerpo.

Y hoy, con un recorrido largo sobre sus espaldas, hay jugadores que están sintiendo el trajín de jugar dos veces por semana. Eso se observa en su juego. Muchos dirán que es presentar un escenario demasiado apocalíptico para un equipo que perdió un solo partido en la temporada. No es la idea. Sí, en cambio, marcar aspectos que ya se venían vislumbrando. La rotación y el posible escenario complicado desde lo físico era algo que se lo colocaba como uno de los adversarios más complicados de enfrentar en el mediano plazo. Hoy ese momento llegó y las consecuencias están a la vista.

Es innegable que la inminencia del Superclásico le otorga a cualquier detalle una magnitud mayor. Y es lógico porque ese partido, más aún cuando es eliminatorio y correspondiente a la semifinal de una copa internacional, potencia con la misma intensidad tanto lo bueno como lo malo. Tampoco hay que se injustos. Más allá de que Gallardo haya tenido (o no) la íntima convicción de que les iba a dar el físico para las dos competiciones, no se debe soslayar que el plantel de River tiene bien diferenciado quiénes son los titulares y quiénes los suplentes. No es un equipo largo. Aunque en el discurso el entrenador haya dicho que para él no existían los titulares ni los suplentes, los hechos demuestran claramente que si hay un equipo principal y un grupo que viene algunos escalones atrás.

Es la merma futbolística la que lleva a pensar en un futuro complicado. O al menos no tan próspero como se imaginaba hace algunas semanas. Los diez días que se vienen serán determinantes: Boca como visitante, Racing (por el certamen local) y la revancha antes el Xeneize, colocarán a River hacia un rumbo definido. Si no tiene un final feliz no será motivo para condenar a un proceso, pero sí sacará a la luz errores de estrategia, logísticos. Pero claro, si se corona con una vuelta olímpica Gallardo podrá hacer las correcciones en un contexto de mayor tranquilidad. Se viene la fase del "todo o nada", y el anhelo del Millo hoy se topa con una realidad que hace poco tiempo atrás parecía impensada....