<
>

Arde Melbourne

MELBOURNE -- Hace un calor infernal en Melbourne --33 grados marca el termómetro-- , pero a la gente poco parece importarle y filas de personas siguen abarrotando la entrada del Melbourne Park.

Faltan sólo pocos minutos para que se abran por primera vez en este año las puertas de entradas al Abierto Australiano y la Orquesta Filarmónica de Melbourne recibe la orden de empezar su función. Bancas vacías y callecitas que se mezclan entre sí en este gran complejo tenístico, serán ocupadas por mares de gente en sólo unos minutos. Se siente el ambiente de fiesta.

9:30 de la mañana marca un gigantesco reloj situado en la entrada principal y finalmente el jefe de seguridad da la orden: ¡"Open the gates!". Y en sólo unos minutos el silencio se volvió bullicio, jolgorio. La fiesta había comenzado. Ríos de gente atestaron los parques, las callecitas y aquellas solitarias bancas que por dos semanas nunca más estarán vacías.

Caras pintadas con colores de banderas, torsos uniformados con camisetas de selecciones nacionales: australianos; japoneses; serbios; croatas; suecos; suizos; chilenos; argentinos; chinos... Todos compenetrados en un inmensa fiesta del deporte. Una docena de jóvenes serbios se amontonan frente a la cámara y en su idioma gritan vivas por Djokovic, Jankovic e Ivanovic; una pareja chilena adulta grita el famoso "¡chi-chi-chi-le-le-le, viva Chile!"; y un trio de jóvenes argentinos responde con el "¡vamo', vamo' Argentina, vamo' vamo' a ganar..." Melbourne es una gran bola de calor, una bola de fuego que estalla y se vive en las tribunas.

En la cancha 16 parece estarse jugando la final del torneo. La gente, la mayoría chicas, corren en desbandada hacia allá. "¿Por qué correrán?", me pregunto. Y claro, la respuesta era obvia: Rafa Nadal está practicando, mientras un centenar de personas lo observan separadas por una pequeña cerca mallada, de no más de un metro de altura. Para cualquier aficionado estar más cerca del número uno del mundo es casi imposible.

Se escuchan gritos por todos lados: en la cancha 13, una gran masa de suecos se enloquece con cada jugada de Robin Soderling; el Rod Laver explota en emoción y es que Ana Ivanovic acaba de ganar su partido; cabizbajo un gigante de 2 metros y 5 centímetros pasa por mi lado: es el estadounidense John Isner, quien acaba de perder a manos del eslovaco Dominik Hrbaty; me asomo a la cancha 8 y me encuentro con un David Ferrer descompuesto, molesto y no es para menos: el alemán Denis Gremelmayr, numero 80 del mundo, le acaba de ganar el cuarto set en tiebreak en medio de la felicidad de un puñado de compatriotas que lo alentaban.

Sin duda alguna, una magia especial tiene este Australian Open. Por algo dicen que es el más pintoresco, el que más se vive dentro y fuera de las ensordecedoras tribunas. Arde Melbourne en calor. Arde de tenis. Arde de fiesta.