Ya sea en el día de su homenaje de despedida en las Mayores, en una ceremonia de exaltación en Cooperstown o en algún documental que se produzca dentro de 50 años, no faltará la imagen del Carlos Beltrán atrapando un elevado en el jardín derecho y lanzando un cohete preciso a las manos de Yadier Molina para salvar la victoria en el primer juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional de 2013.

Es curioso. Una sola jugada puede ser la marca de fábrica de la grandeza de dos jugadores. La elegante recepción y el sólido bloqueo de Molina a Mark Ellis con el hombro izquierdo también estará en su ceremonia de despedida, en su viaje a Cooperstown y será pieza obligatoria en el recuento de sus grandes momentos.

En el caso de Beltrán, que haya decidido más tarde el partido con un sencillo al jardín derecho en la decimotercera entrada solo le añade más argumentos a los escritores que ven al jardinero puertorriqueño como un potencial miembro del Salón de la Fama.

En el de Molina, ya debe ser oficial: el también boricua tiene que -es decir, se elimina puede o pudiera- ser nombrado en la misma oración con Johnny Bench e Iván Rodríguez cuando se discute quién es el mejor receptor de la historia. Si quieren consenso en este debate, solo pregúntenle a los lanzadores de los Cardenales y a los corredores más rápidos de la Liga Nacional.

Miré la jugada una y otra vez, cerca de 30 veces... esa madrugada. Ellis disparó un triple y San Luis embasó intencionalmente a Hanley Ramírez. Michael Young, quien entró en sustitución de Adrián González en la octava entrada, bateó un bombo entre el derecho y el central. John Jay podía llegarle, pero tal parece que el jardinero central la cedió no por deferencia, sino tal vez convencido de que la experiencia, la sangre fría y el brazo de Beltrán eran mejores en ese momento. Buena decisión. El tiro fue en un ángulo perfecto y con la fuerza necesaria para llegar a tiempo. El rebote en la grama llevó la bola justo en donde Molina tenía la mascota a décimas de segundos del embiste de Ellis.

Molina celebró sentado en el suelo; Beltrán trotó hacia el dugout con la seriedad del que le quedan cosas pendientes por hacer. Como por ejemplo, conectar un hit de oro.

Molina jugaba partido en el que demostraba porqué es el líder del equipo, y manejaba el pitcheo de los Cardenales como si fuera un ingeniero de la NASA a cargo del aterrizaje del transbordador. Pero desde su colocación para esperar el disparo de Beltrán hacia la izquierda del plato (sabiendo que tenía tiempo para esperarlo) hasta la posición en que se protegió para evitar una lesión en el choque con Ellis fueron una clase magistral para receptores.

Esto es mucho más que una simple jugada que salvó la victoria en un primer partido de una serie de campeonato. Fue una brillante conexión entre un gran jugador, con méritos para el Salón de la fama al líder del equipo más exitoso en las Mayores en los últimos diez años. Un momento para recordar entre dos extraordinarios peloteros capaces de convertir con su sola presencia a un modesto equipo de Puerto Rico en finalista del Clásico Mundial en marzo y a los Cardenales en aspirantes a la Serie Mundial en octubre.

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