BUENOS AIRES -- "Cualquiera gana cuando juega bien". No recuerdo exactamente dónde escuché esta frase por primera vez, ni tampoco sé a ciencia cierta quién fue su autor original. Lo único que sí puedo aseverar es que en el momento de evaluarla me sentí desorientado. ¿Qué es exactamente lo que quiere decir? ¿Que jugar bien es fácil, y por lo tanto también es fácil ganar? ¿Que es facil ganar si uno juega bien? ¿Que no es meritorio ganar si uno juega bien?

Después de varios años de reflexión, y de repetición innumerable de ese mismo criterio por miles de tenistas y miles de comentaristas, finalmente comprendí a qué se referían. Y lo que está explícito en esta sentencia es nada menos que esto: para ganar grandes torneos, para hacer historia en serio, para avanzar rondas tempranas en todos los campeonatos, hay que saber cómo ganar jugando mal.

Obviamente, no se habla de intención. A nadie le gusta jugar mal. Nadie quiere tener un mal día, nadie busca estar impreciso, cansado, fastidiado. Sin embargo, todos, en algún momento, lo están.

¿Por qué sacar a colación este tema justo ahora? Cualquiera que haya visto los partidos de tercera rueda de los latinoamericanos Fernando González y Juan Martín del Potro podrá saber la respuesta.

Jugar mal, y ganar: ése es el gran mérito. Que el mínimo indispensable sea suficiente. Que la media máquina alcance. Que el mal día dé revancha inmediata, que permita avanzar de cualquier manera.

Ante Mayer, Del Potro estuvo enredado en una madeja de distracciones y malas ejecuciones. La sensación es que estaba cansado y que quería acortar ese duelo de tercera rueda: tenía apuro por terminar con un rival que él sentía inferior. Y este apuro tenía que ver con sus compromisos posteriores, con la sensación de que acumular cansancio era perjudicial para lo que venía. Es como si pensara: "Yo voy a seguir jugando, tengo que estar fresco".

En algún punto es como los días en nosotros, los civiles de trabajo diario, vemos que pasa la hora y vamos a acostarnos muy tarde, sabiendo que al día siguiente tenemos una obligación temprana. Uno se fastidia por anticipado: "Mañana voy a tener sueño". Y eso a veces nos impide dormir.

A Del Potro, su impericia lo fue enojando cada vez más. Se daba cuenta de que el partido era cada vez más largo, que no lo podía cerrar... Entonces fue jugando cada vez peor. Y tuvo aún más problemas.

Sin embargo, sacó el duelo adelante. ¡Y ni siquiera tuvo que jugar cinco sets! Eso resulta increíble porque habla de la diferencia de calidad entre un tenista que -agotado, sin mucho ánimo, sin acertar el saque con consistencia,jugando mal- le gana a otro que parece pleno.

Lo mismo se puede trasladar al duelo de Feña. ¿Jugó en su tope? No. ¿Corrió todos los puntos? Nada de eso, de hecho dejó pasar algunos con una displicencia que hizo sospechar que estaba lesionado. ¿Estuvo en control del partido? Tampoco, más bien diría que pasó algún sobresalto.

Sufrió la humedad, sufrió el calor, tuvo hielo en sus rodillas. Arriesgó más de la cuenta. Jugó al límite con su drive.

Pero ganó. Y ni siquiera lo hizo con su máximo nivel.

Usaré esa palabra que tanto se usa para definir a los habitués de la victoria: tuvo oficio. Él y Delpo, ambos lo tuvieron.

En un mal día, en un día de rutina cansadora (esos en los que uno hubiera preferido quedarse en la cama), las dos ilusiones latinas completaron con esfuerzo un día en la oficina. No fue un día brillante, pero no los despidieron.

Si eso se transforma en permanente puede llevar al desastre. Si, en cambio, es entendido como un recurso para salir de apuro, puede ser el comienzo de algo grande.

Ivanovic
Getty ImagesIvanovic no es lo que era. ¿Qué está fallando?
BUENOS AIRES -- Parece mentira que esa mujer vestida de amarillo, con la visera blanca tapándole el rostro por la impotencia, sea la misma que hace un par de años deslumbraba en cualquier Grand Slam y festejaba su corona en Roland Garros.

Parece mentira, porque esta Ana Ivanovic -la que perdió con Dulko, la que tuvo que dejar el circuito para descifrar sus penas durante una buena parte del año pasado- tiene pocos rastros de aquella sacadora letal con mentalidad de hierro y desplazamientos explosivos.

Resulta notable: Ana es una megaestrella publicitaria, una cara visible de Adidas y hasta una modelo de vestimenta no deportiva que en sus inicios era deseada por su belleza, incluso antes que por su juego. Sin dudas, supo construir una fama tenística que fuera más allá de lo estético, quizá lo logró desde el deseo pleno de que se la reconociera como tenista, y no sólo como mujer guapa. Quería ser más que Kournikova. Y lo logró.

Pero la permanencia en ese lugar no es sencilla. Pregúntenle si quieren a Sharapova. El éxito no hace que baje el perfil de una tenista bella, lo exacerba: no hay menos publicidades, hay más. El talento no hace que haya menos reconocimiento de tu belleza. Por el contrario, multiplica los enamorados. Manejar eso no es fácil.

Es imposible entrar en su cabeza, o en su cuerpo, y dictaminar cuáles son los motivos de su bajón. Más valioso resulta resaltar cuáles son los factores que la están perjudicando, para seguirlos en el tiempo y verificar si existe en ellos algún progreso.

Por eso, mantengámonos en el tenis. Que valga una muestra para analizar esa decadencia el último duelo con Dulko. Vamos punto por punto con algunas cuestiones principales.

  • El lanzamiento de la pelota en el saque resultó una pesadilla. Tuvo que interrumpir al menos diez servicios en el partido debido a esta cuestión. Y no era porque la molestara el sol, sino porque no podía efectivizar una mecánica que la dejara después ejecutar su movimiento naturalmente. Fue tan malo su lanzamiento de bola que en alguna ocasión -ya fastidiada ella misma por las repeticiones y quizá avergonzada de tanto pedir disculpas a su oponente- pegó el golpe de saque igual, sin importar que la pelota estuviera evidentemente en una posición incómoda.

  • El servicio, en consonancia con esto, fue un punto débil. Si antes ella se caracterizaba por jugar buenos ángulos combinados con potencia, hoy la alarmante falta de efectos en su segundo servicio hacen que tome riesgos innecesarios que muchas veces redundan en dobles faltas.

  • Los desplazamientos laterales dejaron mucho que desear, pero mucho peor aún fue verla correr en diagonal hacia cualquiera de los lados cuando Dulko intentaba un drop shot. Parecía el movimiento de una amateur, entrando en una curva desesperada y llegando tarde cada vez que su rival ejecutaba un envío más o menos correcto. Lenta, casi desorientada, le costaba acercarse a la red si no era ella la que proponía un ataque con un approach.

  • El timming de Ivanovic no es lo que era. Quizá tuvo un mal día, pero la sensación es que el 80 por ciento de las pelotas las pega demasiado tarde o demasiado temprano. En más de una oportunidad, esto significa enganchar la pelota en la red (a veces pegando plano y hacia abajo con el revés) o enviarla mucho más allá de la línea de fondo. Eso también tiene que ver con la deficiencia en la terminación del golpe, que hace que la pelota no tome top spin y que, por lo tanto, no baje nunca.

  • Su oportunismo ha, prácticamente, desaparecido. Todavía reacciona a tiempo cuando la tienen contra las cuerdas. Es decir: no tiene "miedo a perder" y suelta su brazo en los momentos límite siempre y cuando pueda salir perjudicada. Pero cuando tiene que buscar su beneficio, ya no es tan letal. Como si le pesara el famoso "miedo a ganar". Deja pasar break points, o games de saque que pueden ser clave. No tiene esa sed de sangre que la llevó a la cima.

    Más allá de todo esto, hay un factor que regula todo lo anterior, y que hoy se nota volatil en la serbia. Es la confianza. Si ella gana un par de partidos con solidez, su juego puede volver a acomodarse. Hoy es 21 del ránking mundial. Tiene todo para trepar. Si juega como lo hizo anoche, seguramente descenderá más abajo de ese puesto.

    Ojalá, por el bien del tenis femenino, de nuestro deleite cotidiano y de su propia recuperación, vuelva a ser la que fue. Es que fue una número uno. No es poco.

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