Suárez le dio la victoria al Barcelona ante el City en Manchester

Jodi Blanco | Corresponsal

BARCELONA -- Luis Suárez no miró a nadie. Recogió el obsequio de Kompany y simplemente hizo lo que siempre acostumbró a hacer en su época de jugador del Liverpool. Mirar a la portería y disparar con todo. Volvió a Inglaterra y el Barça descubrió en todo su esplendor al Suárez por el que pagó el traspaso más alto de su historia. Suárez en plenitud.

El Barça, con una primera mitad sublime y una segunda discreta, dejó encaminada su clasificación para los cuartos de final de la Champions frente a un Manchester City tan millonario como decepcionante en su esquema. Después de invertir ingentes cantidades de dinero en reforzar la plantilla, suena a chiste que la baja de Yaya Touré le significase tal penalización.

Quien apuntase que la ausencia del marfileño sería decisiva acertó, en la misma medida que lo debió entender Messi, quien no precisó de anotar para marcar el ritmo de esa primera mitad infernal en la que el Barça derrumbó a un City instalado en el caos. Pellegrini, recordando lo sucedido el año pasado, decidió variar el planteamiento y ofreció al Barça un pulso por el ataque... Sin sospechar que en ese teórico intercambio de golpes sería noqueado de manera absoluta.

Apenas superarse el primer cuarto de hora un centro sin más consecuencias lo convirtió en mortal Kompany, que dejó el balón muerto a pies de Suárez... Gol. No había tenido demasiada fortuna el uruguayo en sus anteriores duelos contra los citizens, a los que solo había marcado un gol con la camiseta del Liverpool, pero los silbidos de la hinchada cada vez que aparecía demostraban el respeto y temor reverencial por él. Y cumplió con lo que temían en Manchester. Balón encarado y disparo mortal.

Suárez no levantó la cabeza. No buscó la llegada de un compañero desde atrás. No enfrió la jugada esperando a la segunda línea. Simplemente miró a Hart y le fusiló con rabia para que el City entendiera la realidad de la eliminatoria. Tras diez minutos de falsa igualdad el Barça tomó el gobierno del partido.

No le hizo falta el temple de Busquets ni la calidad de Iniesta. Se bastó con el liderazgo de Messi, que jugó aquí, allá y donde hizo falta, que maravilló con el balón desde atrás y hasta delante, que empequeñeció a un rival roto por el medio y entregado a su suerte hasta arrodillarse a la media hora, cuando Alba entró por el lateral y encontró nuevamente a Suárez, bien colocado para cruzar el balón a la red.

Los datos fueron escandalosos al descanso: un remate a puerta del City por siete del Barça, que cerró ese primer acto con un centro-chut de Alves que tocó el larguero. Todo demasiado claro.

Era lógico que la segunda mitad cambiase, al menos mínimamente. Pero sorprendió el paso atrás que dio el Barça casi tanto como el orgullo con que el City se fue arriba. A la que se suponía tenía que templar el Barça, retirándose del primer plano Messi para que el centro del campo tomase los galones, el equipo de Luis Enrique se desdibujó y en quince minutos llevó más peligro el equipo de Pellegrini que en toda la primera mitad.

Obtuvo el premio con el golazo del Kun Agüero pero se demostró a fin de cuentas insuficiente porque sin la brillantez anterior, el equipo catalán se bastó para mantener la eliminatoria a su favor.

Pudo y debió sentenciar el pase a cuartos en el último suspiro con el penalti que forzó Messi, pero Hart le detuvo el lanzamiento en un final de partido triste para el Barça. Triste epílogo, sí, pero para nada triste noche porque el equipo de Luis Enrique dio un paso de gigante, recuperó sus mejores sensaciones y ofreció 45 minutos sublimes para asustar a toda Europa.