Si hay una derrota justificada en el tormento de Los Angeles Lakers, ésa es la que se produjo el jueves en Nueva York. Coaches, jugadores y directiva deberían de agarrar papel y lápiz para sentarse a tomar nota con la máxima tranquilidad que les permita el peso del fracaso.

Gasol-D'Antoni
Andrew D. Bernstein/NBAE/Getty ImagesD'Antoni necesita toda la ayuda posible para retomar el paso
Los New York Knicks dieron una lección de cómo se compite por un título, algo que los laguneros ansían como la utopía de una campaña llena de sinsabores. Los neoyorquinos desplegaron un básquetbol pragmático a base de circulación del balón, de una perpetua búsqueda de la mejor alternativa, de la posición de lanzamiento con más garantías y de la penetración más efectiva y dolorosa.

La velocidad fue una de las armas de los locales, así como las transiciones en defensa, la manera de contener a Kobe Bryant (labor harto complicada que contó con algunas lagunas), y el juego colectivo basado en la confianza de todas las piezas que Mike Woodson puso sobre el tablero. El coach logró lo que no pudo conseguir Mike D´Antoni en cuatro temporadas con unos jugadores que en la actualidad colocan a la franquicia en una de las posiciones más esperanzadoras de las últimas décadas.

No cabe duda de que en el cúmulo de virtudes neoyorquinas hay un nombre escrito con mayúsculas que supone un elemento diferenciador sin parangón: Carmelo Anthony, que de no ser por su esguince en el tobillo, hubiera tenido opciones de llegar a aquellos 61 puntos que Kobe Bryant llegó a anotar en 2009 en un estadio icónico como el Madison Square Garden. Nunca se sabrá para bien de los californianos.

Sin él sobre la duela, los laguneros se sintieron más poderosos para levantar 24 puntos en el último cuarto y medio. Aún así, el resto de los jugadores dieron el do de pecho en un ejemplo de confianza. Confianza del propio Anthony para habilitar a sus compañeros si es necesario y la de ellos mismos para no jugar por y para él, sino aprovechar su presencia para brillar. Algo que los californianos muestran por momentos en el caso de Bryant, aunque no con asiduidad.

Pero el problema de los Lakers no fue sólo ése, sino la incapacidad para mostrar consistencia periodo a periodo. En la vergonzante racha de cuatro encuentros sin vencer, siempre hubo un cuarto en el que los laguneros permitieron más puntos de los que deberían o, en caso contrario, en los que anotaron menos de los que dictan los preceptos ofensivos de D' Antoni.

Al final, las concesiones prematuras pasan factura cuando se ponen las pilas en las segundas mitades, momento en que la diferencia es tal que los Lakers mejorados no son capaces de levantar. Porque lo hacen a medio gas. Ya sea por la locura de tres coaches en un cuarto de temporada, de la dificultad de unos sistemas que nunca cuajan, de las lesiones de Steve Nash, Pau Gasol o Steve Blake; sea por lo que sea, los laguneros no están donde deberían de estar.

Las virtudes de los neoyorquinos fueron precisamente las carencias de los Lakers. De sobra conocida es la la falta de energía en defensa, la lentitud en las transiciones, la blandura en la pintura, la kobe-dependencia extrema, la falta de efectividad, las pérdidas de balón. Estas desventuras se saben de memoria.

Por ahora no hay una luz al final del túnel en el que se encuentra inmerso el equipo. Todo lo contrario, la cosa todavía se puede poner peor si no son capaces de agarrar algo de oxígeno el viernes ante el peor equipo de la NBA esta campaña.

Sin tiempo para nada más que para remontar el vuelo, los angelinos se miden a Washington Wizards. Los capitalinos se encuentran en la última posición de la Conferencia Este con un balance de 3-16 y son el conjunto con peor promedio de la liga hasta el momento.

Nadie hubiera tenido las agallas de decirlo al comienzo de la temporada, pero luego de 23 partidos disputados, los Lakers se juegan mucho ante el potencial equipo más débil, que medirá la capacidad unos laguneros a la deriva, sin rumbo y presos de la desconfianza generalizada.