Se apagó la magia lagunera

FECHA
08/02
2013
por Gonzalo Aguirregomezcorta

LOS ÁNGELES -- Da la sensación de que Los Angeles Lakers están condenados a las profundidades; de que una fuerza sobrenatural se ha empeñado en impedir que los laguneros levanten cabeza, que agarren algo de oxígeno y comiencen a escalar posiciones hasta llegar a los playoffs. Es como si alguien les hubiera echado un mal de ojo para que su destino no sea otro más que el de formar parte de un hueco residual en los sedimentos de este océano de despropósitos.

La derrota ante los Boston Celtics fue el fiel reflejo de un equipo escuálido, deambulante y capaz de pasar de la 'gloria' de un promedio de 6-2 en los ocho últimos encuentros a la estela del fracaso que le persigue desde el comienzo de la temporada.

Perder frente la marea verde trébol fue tan doloroso como el chasquido que sufrió Pau Gasol ante Brooklyn Nets y le mantendrá lejos de las cancha durante un periodo mínimo de ocho semanas de las 10 que restan de competición regular.

-"Quizás ahora se le aprecie más", llegó a manifestar Kobe Bryant tras la cita-.

Un dolor tan letal como la impotencia que paseó Dwight Howard por la cancha desde salió de titular con su hombro dolorido para llegar a los nueve puntos y nueve rebotes en los 28 minutos que jugó antes de ser expulsado por acumulación de personales.

Es inevitable, pero el tropiezo en Boston desluce las victorias anteriores y recuerda una máxima que no se puede pasar por alto: las últimas tres derrotas de los Lakers fueron ante equipos con un promedio superior al .500. Y es que Memphis Grizzlies, Chicago Bulls y los Celtics, desenmascararon las vergüenzas laguneras a base de dobles dígitos.

Entonces salen a relucir los 17 encuentros perdidos y 8 ganados en la carretera esta temporada, y otra estadística no menos espeluznante que habla de que se trata de la tercera ocasión que los Lakers no acumulan .500 en los primeros 50 partidos de competición desde que la ABA pasó a ser la NBA (la última fue en la 93-94).

Y todo esto justo cuando el camino comenzaba a florecer y el juego del equipo desprendía aromas de remontada. Cuando el Kobe Bryant más asistente desarbolaba defensas para no hacer caso a su genética de anotador; cuando Gasol estaba mostrando su mejor juego de la temporada y logró en cuatro citas que pocos echaran de menos a Howard; cuando Steve Nash volvió a ser el valiente encestador de antaño y Earl Clark la revelación hecha sangre fría y joven en una plantilla vetusta. Por no hablar de una banca enchufada y de un Metta World Peace irregular pero sólido cuando siempre que hace falta.

Por eso duele tanto haber caído ante un rival histórico como los Celtics. Porque el futuro no augura nada bueno con una plantilla que tiene que sobreponerse a las adversidades día tras día. Con Jordan Hill fuera por lo que resta de temporada, Gasol inactivo hasta casi abril, un Howard renqueante que será preso de su hombro hasta que no tome la decisión de operarse y un equipo agarrado con pinzas que no se puede permitir ninguna lesión más; ninguna derrota más.

La magia lagunera se quedó en Boston y habrá que recuperarla si el equipo quiere seguir remando hacia los playoffs. Porque ahora es el turno de los menos habituales, de que aquellos que están esperando su momento como Devin Ebanks o Robert Sacre, entre otros, den el do de pecho y aporten su grano de arena para paliar la fuerza con la que el destino caprichoso está golpeando al equipo. Pero sobre todo es el momento de recuperar la unidad y limpiar los trapos sucios en casa y no delante de los medios.

El cruce de declaraciones entre Kobe y Dwight no es fruto de la casualidad ni buen agüero para la ansiada recuperación. El malestar de los últimos días entre los dos jugadores quedó plasmado en Boston. Primero con unas desafortunadas declaraciones ventiladas en la prensa por parte de la Mamba Negra, luego con la réplica de un 'Superman' cada vez más irascible no sólo con los reporteros, sino con su compañero.

La responsabilidad es de ellos, de los jugadores, pero también de un Mike D´Antoni que tiene que cortar de raíz la mala vibra provocada por los egos de dos monstruos del básquetbol. Porque si las lesiones desestabilizan, los enfrentamientos entre compañeros agravan la situación más aún si cabe.

Se puede perder la magia en el juego del equipo, pero que al menos las caídas se produzcan con la unidad por bandera. Lo contrario maximiza el ridículo.