Alejandro Caravario 10y

El Mundial empezó hace rato

BUENOS AIRES --
El artista Paulo Ito, cultor del grafiti callejero, pintó un mural en una escuela de San Pablo en el que se combinan su denuncia por el hambre en Brasil y su oposición a la Copa del Mundo a celebrarse en aquel país.

En la imagen, un niño pobre llora ante el plato que le han dejado en la mesa. En lugar de comida, hay una pelota de fútbol.

La sensibilidad social de los artistas brasileños es reconocida. Con mayor o menor talento, con mayor o menor vocación especulativa y efectista, desde poetas populares hasta realizadores de cine se han ocupado del hambre, que ha sido una constante en la historia brasileña moderna.

Sin embargo, ninguna obra ha dado la vuelta al mundo tan vertiginosamente como la pintura de Ito, montada en las redes que nos proporcionan una comunicación global instantánea.

Pero sospecho que el tema convocante no es la desprotección infantil ni el hambre de una parte de la población dentro de un país de pavorosa desigualdad.

Se trata del Mundial. Del partido que ya empezó a jugarse, de los usos políticos del fútbol, que le han deparado a Brasil una gran agitación que además promete no detenerse.

La corriente empezó hace un año con las protestas nacionales por el aumento del boleto, siguió con algunas consignas más vagas y también con reclamos específicos como el de los conductores de colectivos, que paralizaron San Pablo en estos días (la misma situación se produjo en Río de Janeiro una semana antes), y la saga de las huelgas policiales.

Esa última, una verdadera extorsión a las autoridades políticas, que derivó en desmanes de distinto calibre.

A estas medidas y quejas sectoriales se sumaron últimamente algunos atentados menores a la simbología del Mundial, como la quema de una réplica gigante de la copa en Teresópolis, estado de Río de Janeiro, donde se concentrará la selección local.

Es difícil establecer la legitimidad de manifestaciones tan diversas. Como es difícil dar por sentado que el Mundial ocasiona un desvío de fondos que de otro modo se habrían orientado a áreas sensibles como educación y salud, y a paliar el hambre de los más necesitados.

Tales transformaciones dependen de estrategias políticas de largo alcance y de medidas medulares que promuevan una distribución más equitativa.

Si todos se han lanzado a protestar ahora es porque el Mundial visibiliza, expande las voces como ningún otro canal. Y el gobierno brasileño, más expuesto, hará lo posible porque las aguas no se agiten peligrosamente.

El Mundial modifica el tablero político, altera los usuales mecanismos y capacidades de negociación y de presión. El Mundial resignifica la vida social.

Para colmo, la pelota cae en Brasil en medio de un año electoral. En octubre, la ciudadanía elegirá presidente. Dilma Rousseff, que va por la reelección, cuenta con el 40 por ciento de intención de voto, muy lejos de sus competidores, según la encuesta más reciente de Ibope publicada por el diario Folha de San Pablo.

El dato alerta sobre la representatividad de las protestas, que parecen tener al gobierno federal como destinatario último. Dilma, en lugar de perder adhesiones, ha crecido en popularidad de acuerdo con este
informe.

En un templo futbolero como Brasil, la pelota tiene una enorme influencia no sólo en los rituales domingueros.

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