Rodrigo Azurmendi 10y

Derribando barreras desde 1999

Los San Antonio Spurs no debían ganar este partido.

El oponente era más joven, más atlético y jugaba en uno de los recintos más difíciles de la NBA. Mucho menos cuando, al reanudarse el partido tras el entretiempo, llegaba el baldazo de agua fría de que Tony Parker no iba a regresar a la duela.

Los Spurs no debían ganar en tiempo suplementario, estirando los minutos de gran parte de una rotación que suele brillar en parte por el descanso.

Tim Duncan no debía superar a Serge Ibaka, ese que se había convertido en una figura mítica en el tercer y cuarto partido de la serie. Mucho menos disputando tantos minutos.

Manu Ginóbili no alcanzaría para conducir al equipo de tiempo completo, un rol que no ejerció nunca en su estadía en Texas. Los fantasmas de la serie ante Miami Heat hace un año aparecerían y se llevarían con ellos la gran temporada del argentino.

Gregg Popovich, criticado por sus decisiones en las Finales de 2013, no iba ser capaz de hacer los ajustes para poder lidiar con el atletismo y la velocidad de OKC. Mucho menos cuando su elegido, Matt Bonner, abolló el aro durante toda la noche.

Los Spurs no debían llegar y citarse nuevamente contra LeBron James y contra la historia, pero lo hicieron.

En una noche magnífica, donde la NBA dejó en claro que tiene al mejor producto deportivo del mundo, los Spurs volvieron a superar todas las expectativas, a callar las dudas de los escépticos y a confirmar ese dicho que reza: "viejos, viejos son los trapos".

¿Cómo lo lograron? Como siempre lo han hecho.

Popovich, cansado de romper récords, podría haber decidido hace algunos años perseguir la marca de 72 victorias de los Chicago Bulls de 1995-1996. Sin embargo, su obsesión suele ser los anillos, y por eso su manera de encarar la temporada regular es digna de copiar.

Scott Brooks intentó evitar la eliminación utilizando a cuatro jugadores y a Derek Fisher. Popovich se pasó siete meses construyendo la confianza de Danny Green, de Tiago Splitter, de Boris Diaw, de Patty Mills, de Cory Joseph, de Aron Baynes y de Matt Bonner. La expectativa es que un día serviría, y que uno de sus protegidos estaría preparado para el momento.

El sábado fue el canadiense Joseph, con un puñado de minutos regulares. Fueron dos puntos y una asistencia, pero el número más importante de su noche fue un cero. Esa fue la cantidad de pérdidas que tuvo en siete minutos, y su labor sirvió para darle descanso a Mills y a Ginóbili. Su noche fue un éxito que no puede contabilizarse desde lo estadístico.

Algo similar fue lo de Diaw, aunque a una escala mucho mayor. El francés sumó 26 puntos y su presencia fue gran parte de la razón por la que Ibaka no logró ser el factor fundamental que fue días antes. Su éxito estuvo en todos lados: en la línea para congelar el partido, en el perímetro para atraer una marca y en la pintura, con una de sus penetraciones lentas pero precisas que siempre dan a pensar lo peor y que terminan siendo tan efectivas.

También apareció Ginóbili. El Manu de la gente, del pueblo de San Antonio que nunca le reprochó nada, aun cuando su cabeza va más rápido que sus manos y pies. El argentino tuvo una prueba de fuego y la pasó con creces con una ficha que resume lo que es su carrera: 15 puntos, seis rebotes, cinco asistencias y cuatro robos.

Las tres pérdidas también son parte de su esencia, así como los 10 tiros fallados, pero su agresividad, esa alergia al miedo que lo caracteriza, hizo olvidar a Parker durante esos 29 minutos tan vitales como interminables.

Ginóbili revivió a San Antonio con un triple y luego falló el tiro del triunfo sobre la chicharra. Al final, y con el partido en juego, tuvo la humildad de dejarlo todo en las manos del jugador franquicia, esa generosidad que quizás le faltó a Russell Westbrook del bando contrario.

Ginóbili confió en Duncan y Duncan respondió. Como siempre y como nunca. El "Big Fundamental" fue, por falta de sinónimos, fundamental.

Duncan bailó y movió los pies de esa manera que solo él puede hacerlo. Enfrentó a Ibaka, confrontó al que fue su némesis en esta serie y salió victorioso. Finalmente, y en la línea de tiros libres, venció a esos fantasmas del pasado que lo aquejaron en la primera etapa de su carrera, y no lo tembló el pulso.

Fue el Duncan de siempre, ese que por momentos nos hace olvidar que es humano debido a su falta de emoción, al menos para las cámaras y los micrófonos.

Los Spurs están en las Finales en temporadas consecutivas por primera vez en su historia, algo que es tanto un nuevo récord como un nuevo desafío.

¿Llegará el quinto título?

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