<
>

La ilusión del crack propio

Falcao heredó la pasión por el fútbol de su padre Getty Images

BUENOS AIRES -- A pesar del esfuerzo y de las plegarias que acompañaron su convalecencia, Radamel Falcao García no pudo llegar al Mundial. En vistas de que su estado físico no era óptimo, el entrenador de Colombia, José Pekerman, lo excluyó de la lista definitiva de 23 futbolistas.

La baja para Colombia es más que sensible. Antes de romperse los ligamentos, en enero, Falcao venía perfilándose como uno de los mejores delanteros del mundo.

Su progresiva maduración indicaba que, luego de haber explotado a nivel de clubes (con un pico entre 2011 y 2013, su etapa en Atlético de Madrid), el Mundial de Brasil le llegaba en el momento ideal para convertirse en una de las estrellas de la competencia y empujar a Colombia a posiciones sin precedentes. No pudo ser.

Con 28 años, Radamel iba a disputar su primera Copa del Mundo. Es factible que tenga otra oportunidad, si Colombia se mantiene a estas alturas, pero quién sabe.

No funciona como consuelo, pero hay que decir que algunos de los apellidos más luminosos de la historia tampoco pasaron jamás por un torneo mundial de selecciones.

El ejemplo más ilustre es Alfredo Di Stéfano, quien a punto de jugar con la roja española en la Copa de Chile 62 quedó al margen por lesión. Aún así, nadie le niega su butaca en el vip del fútbol. Y, según los veteranos que lo vieron seguido, hasta podría pelear por lo más alto del podio.

George Best y Eric Cantona, dos talentosos futbolistas separados por 20 años y unidos por cierto espíritu libertino, tampoco trotaron por las arenas mundialistas y eso no les impidió despertar pasión de multitudes y torrentes de elogios por parte de los especialistas.

Johan Cruyff, otro elegido, sí jugó un Mundial, el de 1974, y estuvo al comando del inolvidable equipo holandés. Pero la cita no lo deslumbró. Porque desistió de participar del torneo de la Argentina por cuestiones familiares. "Tuve que hacer el fútbol a un lado", reconoció en una entrevista, como si hablara de un oficio cualquiera. Sobra decir que esta ausencia no melló su dimensión de jugador revolucionario y genial estratega.

En tren de seguir consolando al pobre Falcao, podríamos preguntarnos si el Mundial es una instancia de consagración, una prueba de jerarquía, más importante que las principales competencias de clubes. Si Cristiano Ronaldo, con Portugal, no alcanza los cielos que frecuenta con el ultrapoderoso Real Madrid, ¿alguien discutiría la corona de laureles que luce sobre el jopo?

La enorme diferencia la vive el público. De este lado del mapa, en el hemisferio sur, no abundan los deportistas galácticos. Aunque son argentinos, colombianos, brasileños o uruguayos, trabajan para los clubes ricos, camisetas de todos los idiomas cuyos seguidores se dan los lujos que en Sudamérica no existen.

Los Mundiales, entonces, permiten recuperar la identificación con esas lejanas vacas sagradas. Y el público, durante el mes que dura la estación futbolera, ve lucir la camiseta querida a los genios impagables. Falcao, Messi, Luis Suárez, Neymar vuelven al barrio. La ilusión se renueva, como todos los ritos, al cabo de un ciclo invariable: cuatro años.