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El juego de las diferencias

BUENOS AIRES -- En contra de su costumbre de hacer declaraciones indoloras, los jugadores argentinos fueron muy enfáticos luego del partido ante Bosnia.

Aun los más prudentes señalaron que el diseño táctico del primer tiempo los hizo jugar incómodos y que cuando la Selección recuperó a sus tres delanteros les volvió el alma al cuerpo y pudieron mostrar lo que saben.

Messi fue más allá y sugirió que Argentina, como equipo respetado internacionalmente, no debería estar tan atento a los rivales y pensar más en su propio funcionamiento.

Es encomiable que los futbolistas digan lo que les parece, y lo hagan fuera del ámbito cerrado del vestuario, desoyendo un código nefasto que, en nombre de la intimidad, fomenta el secreto y la opacidad.

Hay quienes sospechan que esta voz levantada al unísono por los futbolistas tiende a desautorizar a Sabella, a quien, de ahora en más, se le haría cuesta arriba imponer sus decisiones.

No creo que al DT de la Selección lo aflijan esas consideraciones. A sabiendas de que su fórmula del éxito depende más de la comodidad del número diez que de sus divagaciones tácticas, ha aprendido a escuchar y a acatar sugerencias antes que a bajar línea.

Su autoestima no se ve afectada por entender que su rol principal es ofrecer las mejores condiciones para que se desarrollen los talentos distintivos del plantel.

Y los futbolistas no le mezquinan respeto ni reconocimiento por este motivo. Al contrario, valoran su flexibilidad y saben mensurar sus méritos y su experiencia.

No es un problema de autoridad lo que salió a la luz en el partido con Bosnia, sino, al parecer, una apreciable diferencia de puntos de vista entre el DT y el plantel.

Los jugadores confían en el argumento ofensivo. En el vértigo que imponen Messi, Agüero, Higuaín y Di María, respaldados por los pies de Gago. Los beneficios de contar con ese escuadrón, opinan, son siempre mayores que las contraindicaciones.

Quizá le teman a cierto desequilibrio, fantasma agitado aquí y allá, pero no sacrificarían su mayor virtud para obtener una dudosa compensación, una seguridad improbable.

Sabella, en cambio, no luce tan convencido de esta fortaleza. De hecho, ante el único rival más o menos serio del grupo optó por el despropósito de una línea de cinco defensores que sólo consiguió neutralizar a sus propios dirigidos.

No habría que pensar que la notoria mejoría de un período al otro –de un esquema al otro– en el primer encuentro llevará al entrenador a deponer sus recaudos ni a diluir sus inseguridades.

Quizá el fantasma del 0-4 frente a Alemania en el Mundial pasado todavía ronde la imaginación colectiva y se manifieste con especial persistencia en la mente de Sabella. Según la moraleja de aquella aciaga tarde en Sudáfrica, no hay que descuidar la contención, el equilibrio y todos esos menesteres orientados a la preservación porque los costos son catastróficos.

Ojalá que en las sucesivas actuaciones los jugadores argentinos puedan demostrarle a Sabella que vale la pena el riesgo. Que el equipo es indudablemente más poderoso con el ataque completo. Y que renunciar a esa posibilidad, antes que inteligencia táctica o realismo conservador, significa dilapidar la riqueza. Una forma de la irracionalidad.