Nicolás Baier 10y

Para ser campeón falta un plus

SAN PABLO (Enviado especial) -- Después del grito desenfrenado, la euforia, la sensación de heroísmo y cuando el ritmo cardíaco vuelve a ser normal, llega el silencio. Y con él, la reflexión.

Luego de los cuatro partidos que disputó la Selección argentina hasta el momento en el Mundial nos preguntamos por lo más rescatable de cada triunfo. Arribamos a una opinión unánime: el triunfo propiamente dicho y la presencia de Lionel Messi.

El equipo de Sabella todavía no tuvo una actuación descollante, que llene los ojos, con gran funcionamiento colectivo. Al contrario, sufrió más de lo esperado y dependió exclusivamente de la magia de su capitán. Aun así, cambió todos sus compromisos por victorias y llegó a los cuartos de final. ¿Es importante? Por supuesto que sí. Pero el triunfo no valida todo. Si no, analizamos únicamente resultados.

¿Cuáles son las causas de la pobre performance del equipo? En principio bajos niveles individuales. La dupla central compuesta por Fernández y Garay no otorga garantías y en un equipo que cuenta con cuatro hombres de ataque (los tres puntas más Di María), se puede pagar caro. En el medio, Fernando Gago está lejos de ser el socio ideal que tuvo Messi en otros tiempos, sin profundidad. Y adelante, Gonzalo Higuaín parece estar desconectado del resto. De los titulares en San Pablo, fue el que menos pases recibió (23). Todavía no logró el poder de fuego que suele tener el 9 de Argentina.

Con el correr de los minutos, el equipo parecío resignado. Probablemente lo haya desgastado chocar contra una pared. Preocupó la imagen de una Selección cansada, apagada, como la gente que por primera vez no pudo ser "local" en Brasil.

Si el técnico calificó con "7 puntos" la actuación contra Nigeria, el duelo de octavos estuvo muy por debajo. Un planteo firme en defensa le volvió a complicar la historia. Hasta sufrió atrás en el primer tiempo. La Selección contó con su 60 por ciento habitual de posesión, pero no lo tradujo en situaciones nítidas. Remates desde afuera y algún que otro cabezazo. Mucho pase lateral, poca imaginación para entrar y Rojo nuevamente como un factor gravitante con sus desbordes por izquierda.

A favor de Sabella, el respaldo que le dio a Sergio Romero y precisamente a Rojo sigue siendo recompensado dentro de la cancha. El arquero volvió a aparecer cuando lo llamaron y el lateral, el más discutido antes del Mundial, se ganó el respeto de todos por su entrega. Su baja por suspensión ante Bélgica, que generará el ingreso de Basanta, obligará a encontrar caminos alternativos para lastimar.

En contra del DT, una importante demora para hacer los cambios, con jugadores que físicamente y futbolísticamente no podían dar más. Tampoco le funcionó la apuesta de Lavezzi como mediocampista derecho. No cumplió ninguno de los dos roles. Maxi o Augusto podrían haber entregado mayores soluciones.

Por lo que corre, por la distribución y por lo que ordena, Mascherano es una pieza insustituible de este equipo. Y Leo, por supuesto. Cuando Suiza decidió jugarse una ficha al cierre del suplementario, cometió su peor pecado. Y así, la Selección encontró una chance única para desnivelar a los 118. Es su juego predilecto y todavía no lo pudo aplicar. Con espacios, te mata de contra. Y mató con la corrida de un Messi que se llevó marcas y abrió a la derecha para la definición de primera de Di María. Otra vez, las individualidades marcaron la diferencia.

Después, lo conocido. Un milagro en plena área chica que evitó el 1-1 de Suiza en el descuento. Siempre es bienvenido un guiño de la suerte. La cuestión es no necesitarlo tan seguido.

Que la Copa del Mundo está muy pareja, que cualquiera le pelea a cualquiera y que los favoritismos no pesan son todas verdades. Pero no sirven como excusas. Tampoco es un atenuante a esta altura que el rival se tira tan atrás. Hay que encontrar movilidad y mecanismos para vulnerarlo.

Lo más importante es que Argentina tiene mucho margen para mejorar. Si jugando así llegó hasta los ocho mejores, no hay que perder el optimismo. Está claro que las victorias, por más opacas que sean, no se desmerecen.

Lo que hay que tener claro es que para ser campeón, se necesita un poco más.

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