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Los brasileños tuvieron su fiesta

Muchas camisetas amarillas infiltradas en el Maracaná... Getty Images

RIO DE JANEIRO (Enviado especial) -- En dos días, llegaron cien mil hinchas argentinos a Río de Janeiro. Sin embargo, la Selección albiceleste fue más visitante que nunca en el estadio Maracaná. Es que la gran mayoría de los espectadores de la final de la Copa del Mundo eran brasileños que, por unas horas, se vistieron de alemanes. Sí, en una especie de "síndrome de Estocolmo" futbolero, los simpatizantes de la Verdeamarela alentaron a aquellos que pocos días antes les provocaron la peor derrota de su historia.

Más de 74 mil personas colmaron el estadio Mario Filho en el último partido del Mundial. Hubo un puñado de alemanes nativos, unos 20 mil argentinos y el resto eran torcedores locales que no quisieron revender las entradas y presenciaron el partido más importante de todos a pesar del rotundo fracaso de la Canarinha. Durante el encuentro, se escucharon mucho más los silbidos que el aliento a los argentinos.

"Argentina es nuestro más odiado rival. Queremos que pierdan porque si ellos salen campeones aquí nunca más dejarán de molestarnos". Palabras más, palabras menos, esta fue la razón por la cual los anfitriones se pusieron del lado del Seleccionado europeo. Parece sensata teniendo en cuenta la rivalidad de ambas naciones, pero no tiene mucha lógica si se piensa en el 7-1 que dejó una marca difícil de borrar en el fútbol brasileño.

En un torneo de este tipo, es fácil darse cuenta de la cantidad de ciudadanos que hay de cada país. La salida a la cancha del plantel alemán fue aplaudida por gran parte de la concurrencia, pero casi nadie cantó el himno. Es decir, que esos aplausos vinieron en su gran mayoría de los brasileños. Ni siquiera ovacionaron a los jugadores cuando se dio a conocer la formación, una práctica normal antes de cada juego. ¿La razón? Simple, no los conocen.

Tras sufrir un bochorno histórico, el pueblo brasileños sólo tenía un objetivo: que Argentina no gane su tercer título del mundo en Río de Janeiro, lo que habría cerrado un campeonato nefasto para los anfitriones. Por eso, si para evitar la consagración de los vecinos era necesario torcer por el equipo que humilló al Scratch, había que hacerlo.

Las camisetas verdamarelas le dieron otro colorido a la previa y a las tribunas de la final del mundo. Además del celeste, blanco y negro de los Seleccionados protagonistas, se sumó el amarillo del dueño de casa. Como en cada uno de los 64 partidos del Mundial, los hinchas de Brasil fueron al estadio vestidos con la camiseta nacional. Ni siquiera la decepción los hizo dejar los colores en casa.

El ambiente que se respira en una Copa del Mundo no tiene comparación. Hay una energía diferente a la de cualquier otro torneo. Es todo mucho más intenso. Y esas emociones se potencian cuando se juega la final. Hay nerviosismo, tensión, felicidad, tristeza. Todo en el mismo lugar y al mismo tiempo. Los argentinos pasaron del éxtasis con el gol anulado a Higuaín -que muchos celebraron- a la agonía por el tiro en el palo de Höwedes. De la gratitud por el sacrificio de Mascherano a la incredulidad por la ocasión que perdió Palacio.

En tanto, los brasileños vivieron su propia "fiesta", la que su Selección no pudo brindarles. Se sabe que el pueblo brasileño es un pueblo alegre, que se siente mucho más cómodo en la celebración que en la infelicidad. Por eso, necesitaba cerrar el Mundial con una mínima satisfacción. Durante el encuentro entonaron su ya famoso "Pentacampeón" y también el hit de moda en estos días en Río de Janeiro: una canción que habla de Pelé y la adicción de Maradona. Al final, celebraron con los alemanes la victoria.

De todos modos, tampoco fue un festejo desmedido ni nada de eso. El gol se gritó con alma y vida, pero apenas finalizó el juego, la mayoría de los presentes abandonó el Maracaná. Sólo quedaron los futbolistas alemanes y sus verdaderos hinchas, que coparon parte de una de las cabeceras. El resto volvió a casa aliviado por la tristeza de sus clásicos rivales. Aunque ya mañana deberán empezar a pensar en cómo revierten la historia tras una actuación decepcionante.