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Sentido de pertenencia

Miles de personas recibieron al equipo de Ezeiza, demostrando que ganar no es lo único que importa Télam

RÍO DE JANEIRO (Enviado especial) -- La multitudinaria bienvenida que se le dio a la Selección argentina en Ezeiza provoca satisfacción. Se aprendió que la victoria no es el único valor importante.

Durante este último mes, los argentinos se animaron a creer. Se encolumnaron detrás de una ilusión. Encontraron en el fútbol un motivo para estar unidos. La unidad, justamente, fue una de las grandes virtudes del equipo de Sabella.

Al plantel albiceleste se le reconoció el sentido de grupo, ese que el entrenador priorizó a la hora de definir la lista de 23. Quizás, otros futbolistas estaban en mejores condiciones, pero el DT creyó que la armonía también gana partidos.

No sabemos si este avance como sociedad durará mucho. De hecho, no son pocos los que se niegan a celebrar un segundo puesto. Están en todo su derecho. Lo que hay que entender es lo difícil que resulta llegar a ese lugar de privilegio. Pasaron grandes técnicos y jugadores y Argentina tuvo que esperar 24 años para estar cerca de la gloria.

Se llegó a Brasil 2014 con la tranquilidad que generaba tener cuatro monstruos en ofensiva. Las lesiones, algunos bajos niveles individuales y un cambio de sistema moderaron esa expectativa. La Selección se transformó en un equipo más compacto, sólido, equilibrado, como le gusta al ex-DT de Estudiantes. Así, sobre todo Messi e Higuaín tuvieron mucho menos lucimiento.

Romero se hizo gigante en el arco, sobre todo en la definición por penales de semis ante Holanda, y calló muchas bocas. Lo mismo pasó con Rojo, que pasó de cuestionado a elogiado por su carácter. Garay y Demichelis se afianzaron en la zaga. Biglia y Enzo Pérez, sin tanto cartel, se adueñaron de la titularidad en el tramo decisivo. El equipo fue de menos a más.

Con esa fórmula, se llegó a la ansiada final del Maracaná. Un partido parejo, con ocasiones para los dos, que se destrabó recién en el suplementario, a siete minutos del final. Tal vez queda la idea de que se dejó pasar el tren. Un camino allanado desde el sorteo, ningún cuco enfrente y un Messi que cumplió 27 años durante el torneo, una edad óptima. La caída dejó tristeza, desazón. Pero la certeza de que los jugadores se brindaron al máximo.

Por esa entrega llegó el merecido reconocimiento para Javier Mascherano. El símbolo del esfuerzo. La voz de mando, el capitán sin cinta. El fiel exponente del sentido de pertenencia. Ese amor por la camiseta valoraron los miles que se acercaron a recibir al plantel. Probablemente, el dolor de haber perdido con Alemania lo acompañe toda su vida, como al resto de sus compañeros. Con el tiempo, le encontrará un valor.

Aprendimos que no todos los segundos son unos fracasados ni los primeros de los perdedores. Ojalá que dure.