Alejandro Caravario 10y

Del desprecio a la obsesión

BUENOS AIRES -- En la presente edición de la Copa Libertadores, San Lorenzo está en condiciones, como nunca antes, de llevarse a sus vitrinas un anhelo tan largamente postergado que se transformó en una idea fija.
A horas de jugar la revancha con Bolívar (a priori, un rival de los más difíciles que había en el camino), la goleada inapelable del encuentro en Buenos Aires casi le asegura un lugar en la final, donde tampoco enfrentaría a un rival de gran porte.

Lo dicho, las condiciones son muy buenas. Oportunidades así rara vez se repiten y la gente de San Lorenzo pasa por un estado de ansiedad digno de los acontecimientos fundacionales. No es para menos.

Pero este fruto prohibido de hoy ha sido en los orígenes, para el propio club, una copa de cotillón.
En 1960, cuando se jugó la primera versión, con apenas siete equipos de siete países, San Lorenzo llegó rápidamente a la semifinal, y ahí se topó con Peñarol.

Empatados los dos partidos (1-1 en Montevideo y 0-0 en Buenos Aires), llegó el momento del desempate (no existían los goles dobles ni nada parecido). Es decir, el momento crucial.

Según la leyenda, la diferencia de talla entre los dirigentes de una y otra institución fue abismal. Mientras los uruguayos avistaron las posibilidades deportivas y comerciales del flamante torneo, los argentinos no le prestaron atención.

Y el presidente de San Lorenzo, Alfredo Bove, concedió jugar el tercer partido en Uruguay a cambio del total de la recaudación. Pan para hoy y hambre para mañana. Ganó Peñarol y luego se apoderó de la primera Libertadores al vencer a Olimpia en las finales.

Quizá en 1960, con un San Lorenzo que venía de salir campeón, el dinero convencía más que un torneo sin prestigio ni aparente proyección.

Por entonces, el titular de Peñarol era Gastón Guelfi (extendió su mandato hasta 1973) y muy cerca de él andaba quien sería su sucesor, Washington Cataldi, emblemático directivo del club y cuadro político del partido Colorado, en cuyas listas llegó a legislador.

Merced a esta jugada y a que Peñarol ganó las primeras dos ediciones de la Copa Libertadores, Cataldi no sólo quedó como un dirigente de gran panorama estratégico (el que les faltó a sus pares porteños); además ingresó en los anales del fútbol de la región poco menos que como el inventor de la competencia.

Pueden leerse incluso distintos relatos sobre los viajes emprendidos por el empresario oriental para convencer a las autoridades deportivas de distintos rincones de Sudamérica de la conveniencia de organizar un certamen continental.

Claro que esta saga de pionero heroico, más o menos oficial, contrasta con las crónicas del congreso de la Confederación Sudamericana de Fútbol celebrado en 1959, en Buenos Aires.

Allí se le dio el impulso inicial y decisivo a la Copa de Campeones de América, que así se llamó al principio. La propuesta provino de Chile (sí, Chile) y contó con el apoyo entusiasta de la Argentina y de Brasil.

Mientras que la delegación de Uruguay, en la que revistaba Washington Cataldi, levantó una voz vehemente de oposición al proyecto, lo que obligó a postergar las definiciones. El detalle de las negociaciones se puede verificar en la excelente página www.pasionlibertadores.com.

Saber de antemano que una idea va a funcionar es casi imposible. No sólo obra el conocimiento en la materia, sino el pálpito y hasta el azar. Más tarde, cuando las ideas se convierten en realidades exitosas, las sucesivas narraciones asignan protagonismos y olvidos que no siempre son justos.

Quizá, al igual que el presidente Alfredo Bove, ningún directivo sudamericano presintió el porvenir espléndido de la Libertadores. Sólo que algunos clubes le sacaron mejor provecho que San Lorenzo.

El equipo de Bauza podría subsanar a la brevedad esa falta histórica.

^ Al Inicio ^