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Sólo para hinchas

BUENOS AIRES -- Suele decirse que los clásicos no se juegan, se ganan. Para el futbolista, para el hincha, llegado un punto la
metodología es absolutamente irrelevante.

O, mejor dicho, no explica gran cosa de los momentos de gloria. Esos instantes selectos del deporte que no vale la pena procesar en un discurso (sería un desperdicio), sino vivirlos con ciega felicidad.

Algo así se puede pensar con la consagración tan demorada, tan ansiada, de San Lorenzo, que por fin levanta la Copa Libertadores, el trofeo faltante en sus vitrinas.

Con un estadio caliente como un volcán, que crujía hasta los cimientos con la multitud desbocada, ávida de festejar, el equipo de Bauza tuvo una noche, paradójicamente, para olvidar.

Ante un rival tibio, poco acostumbrado a las grandes veladas internacionales, San Lorenzo fue la viva voz del desconcierto. Quizá por las ataduras que genera tan alta responsabilidad. Quién sabe.

Lo cierto es que, desde el pasto, no hubo la mínima correspondencia con la muchedumbre. Salvo el andar siempre seguro y predictivo de Mercier y algo de Romagnoli, San Lorenzo pareció un equipo del montón, no el campeón de América. Ni siquiera asomó el temple requerido en semejantes oportunidades.

No le importó a los miles de hinchas, que se abrazaron a un penal infantil para cantar victoria. Las finales no se juegan, se ganan, podrían adherirse a la institucionalización del lugar común.

Las finales se juegan, cómo que no. Sólo que, en casos como el de San Lorenzo, sobre todo se gozan. No se discuten ni se justifican ni se analizan.

Cualquier objeción al rendimiento, a la actitud de los jugadores, les importa un bledo a los que trasnocharon en San Juan y Boedo agitando banderas.

Allí no había lugar para críticos, para periodistas neutrales y exigentes, para paladares negros ni blancos. Sólo para fieles de San Lorenzo, que tomaron la revancha ante Nacional de Paraguay como excusa para entrar en la historia que hasta aquí les había cerrado las puertas.

Tampoco sería justo que nos quedáramos con la última postal de pobreza futbolística como el promedio de una campaña en la que San Lorenzo, aun sin brillar, entregó mucho más. Y lo hizo con valentía.

No olvidemos que se clasificó gracias a un resultado ajeno. Y desde entonces, con la humildad forzosa de los que entran por la ventana, fue construyendo un recorrido que lo dignificó y lo convirtió en un rival respetado. De hecho, pasó dos turnos luego de definir en Brasil, una plaza que inspira temor.

Esta Copa no es el premio a una actuación heroica sino a una estrategia, a la constitución paciente de un equipo al que no le sobró nada, pero tampoco le faltó.

Es la hora de los hinchas. De sus criterios pasionales y su euforia contenida. Los demás debemos abstenernos.