Alejandro Caravario 10y

Las ambiciones y la realidad

BUENOS AIRES -- Independiente tenía dos alternativas para encarar su regreso a la categoría más importante del fútbol.

Por un lado, hacerlo con cautela, reconociendo el terreno de a poco y buscando la consolidación (defensiva, en primer término) antes que el protagonismo que muchos entienden como una exigencia de la gente y la camiseta. La opción dos era retomar las expectativas de un grande, como si nada hubiera sucedido, como si la personalidad del equipo no estuviera algo inestable (por no decir machucada), al cabo de una temporada en el exilio.

La perspectiva más mesurada la encabezaba el anterior entrenador, Omar De Felippe, quien tenía a favor la experiencia de un año en el ascenso, donde Independiente tuvo que penar con la humildad de un equipo al que no le sobra nada.

Pero, nueva dirigencia mediante, el club se quedó con el plan más ambicioso. Y la elección de un entrenador como Jorge Almirón (aún en aprendizaje, pero con un credo netamente ofensivo) fue una señal categórica del rumbo elegido.

Probablemente, los refuerzos del equipo, por cantidad y jerarquía, no responden en forma cabal a propósitos de alto vuelo. A pesar de haber renovado su línea delantera, el corazón del equipo y la elaboración de juego dependen de dos nombres conocidos: Montenegro, lejos de su esplendor, y Mancuello, cuyo vigor supera sus condiciones estratégicas, pero es el más participativo, el que más busca y sorprende. Y eso la gente lo reconoce.

El comienzo del torneo ante Rafaela parecía indicar que con la voluntad ofensiva era suficiente. Que el equipo reflejaría en la cancha ese principio por el mero peso del deseo. Un exceso teórico.

Pero en los encuentros subsiguientes, sobre todo el sábado frente a un Vélez implacable y preciso como un mecanismo perfectamente programado, desnudó algunas flaquezas básicas y en franca contradicción con sus afanes de pelear el campeonato y posicionarse de inmediato como el grande que siempre fue.

Por un lado, el discurso de ir al ataque y jugar en campo adversario chocó con la inoperancia de la gestión ofensiva. Frente a un equipo sólido, generó contadas ocasiones de gol y estuvo lejísimos de insinuar una recuperación. El propio entrenador, con inocultable desazón, admitió la endeblez de sus jugadores para la tarea que debería definir el perfil del equipo.

Claro que la falta de reacción ante un rival que abultaba el marcador y llegaba hasta el arco de Rodríguez con llamativa facilidad (por armado propio, con un Pratto inspirado, y también por desconcierto de los locales), no reside exclusivamente en la incapacidad de avanzar con profundidad y recursos diversos. La falta de fortaleza anímica para reponerse ante el gol en contra es determinante. Y se notó en las dos derrotas de Independiente.

Al parecer, si el Rojo la emboca de entrada, puede ser que sus intenciones prosperen y que los goles surjan. Si, en cambio, debe remar y elaborar juego con la paciencia y el temple que requieren las situaciones adversas, hace agua.

Entonces, las situaciones adversas dejan de ser coyunturales, momentos de un partido, para transformarse en problemas insolubles.

Finalmente, el técnico dio una pista que no suena alentadora. Hizo entrar a Pisano -uno de los futbolistas más interesantes- sólo para controlar las subidas de Papa. Un jugador imaginativo, llamado a desequilibrar, destinado a sumar en la protección, en el dispositivo defensivo.

Quizá no fue un renunciamiento, sino puro realismo. Lo cierto es que Almirón, según adelantó, tendrá que trabajar mucho. Para levantar los ánimos y, por lo que dejó entrever, para conformar un grupo que afiance "el equilibrio" antes de proponerse hazañas de recién llegado. Realismo, como se dijo, para un equipo todavía en formación.

^ Al Inicio ^