Alejandro Caravario 10y

Ver para creer

BUENOS AIRES -- Cuesta creer que el equipo de Boca que le ganó a Vélez, hasta ayer puntero invicto, es el mismo que había dado pena frente a Estudiantes, a punto tal que la dirigencia entendió que se había tocado fondo y procedió a despedir a Carlos Bianchi.

Alguno encontrará lícito agitar la teoría absurda de que los jugadores, cuando se hartan de un DT, juegan mal adrede para librarse de él. Porque Boca fue irreconocible.

Pero no creo que se trate de conspiraciones autodestructivas, sino de algunos retoques inteligentes de parte del flamante entrenador, Rodolfo Arruabarrena, para emparchar una imagen muy deteriorada.

No es que Boca hizo una revolución, pero algunos ajusten lo hicieron parecer. A falta de trabajo (sólo dos días de entrenamiento con el plantel), el Vasco apuntó a un maquillaje efectivo que embelleciera una jeta magullada. Pensó en seducir pronto a la tribuna, de la que se espera el apoyo sin miramientos en este nuevo capítulo.

La salida de Zárate y de Bravo (de actuaciones flojas consuetudinarias, algo que irrita y achica la paciencia), sumadas a las de Castellani y Chávez, más el ingreso de Gago, Colazo, Meli y Acosta fueron huellas de identidad con las que Arruabarrena marcó la cancha, su cancha.

A mitad de camino entre los ajustes tácticos y el mensaje renovador para el público, las variantes resultaron atinadas. En especial la riesgosa aventura de Colazo, una de las figuras del equipo, como lateral izquierdo.

Fuera de los nombres y las funciones, la instrucción clave que motorizó la metamorfosis fue la de pelear cada pelota con denuedo, y presionar todo intento de los jugadores adversarios en cualquier lugar del campo.

Así Boca mostró desde el primer minuto una actitud agresiva y dinámica. Si bien mantuvo a Calleri como único delantero definido y lo buscó mediante envíos largos, dio la sensación de haber adoptado una actitud nítidamente ofensiva.

Era el efecto producido por un equipo que había pasado por una terapia exprés y descubierto su entusiasmo dormido. Su deseo de ganar. Por lo demás, el acento estuvo en mantener el orden, cohesionar una posición defensiva que estaba haciendo agua en las fechas anteriores.

Sin duda, el factor anímico fue el que movió la aguja. A punto tal que, aún encontrándose con una desventaja inmerecida (Vélez hizo poco y nada, otro mérito de Boca), el equipo de Arruabarrena fue capaz de revertir el marcador y absorber una expulsión. Un temple asombroso para un grupo que era pura debilidad.

Y como un acierto llama al otro hasta constituir una mini racha, a Boca le salieron casi todas. Por ejemplo, cuando le tocó entrar, se destapó Chávez con un golazo, haciéndole honor por fin a sus antecedentes.

Además, Gago pareció el de las épocas de esplendor y Boca la metió tres veces en 45 minutos cuando en todo el torneo había convertido sólo dos goles. Lo que se llama un círculo virtuoso (y afortunado).

Algo de make up y una inyección de amor propio alcanzaron para recuperar las esperanzas. Mejor dicho, para empezar de nuevo.

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