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La importancia de la Selección

BUENOS AIRES -- Ayer fue un día horrendo, neblinoso, con una garúa que volvía todo gris. Me sentía dentro de un tango. Buenos Aires parecía ahora sí, Paris, o alguna ciudad nórdica europea, Berlin, Londres.

Estaba bajoneado, deprimido por la situación económica. A veces pienso cuánto me gustaría ser como esos turistas brasileños que vienen unos días y se van para Bariloche, para los Glaciares a disfrutar de la vida. Pero lo único que puedo hacer por el momento es quedarme entre los caños de escape de los taxis y los colectivos. No da para más mi presupuesto.

Sin embargo, no todas son pálidas, ayer jugó Argentina...

Un viejo amigo me llamó y me dijo, "Cucu, vamos a ver el partido de Argentina, la revancha contra los alemanes. Dejate de pálidas, cuando todo va mal lo único que nos queda es la risa". Remató.

Francamente, no me parecía muy atractivo ir a ver Argentina-Alemania y este partido jamás podía ser una revancha. Pero mi amigo es testarudo y me insistió. "Llegó la hora de la verdad, Cucu, la hora de la revancha". No se puede comparar un amistoso con una final de Copa del Mundo.

Para mi sorpresa, el bar estaba lleno. O había mucha gente bajoneada o muchos creían que este partido tenía alguna importancia. El fútbol tiene mucho de irracionalidad. Pero también es cierto que no hay que ser tan negativos cuando nos sentamos a ver un partido de fútbol. Leónidas Lamborghini decía que cuando las pretensiones son enormes, los resultados son deformes.

Haber ingresado a ese bar me salvó la vida. La gente estaba contenta, había una hilaridad muy importante en el ambiente. Argentina, nuestra querida selección, no paraba de hacer goles y jugaba muy bien.

Erik Lamela y Di María jugaban un fútbol extraordinario. Escuché estas palabras de emoción:
"Lamela tiene que ser el conductor que Argentina necesita. Es un jugador de gran jerarquía".

"Y Agüero volvió a ser el que era...". "Al gran Masche lo vi un poquito lento", decía un señor de anteojos que no se cansaba de aclarar que había dirigido al Porvenir en los años 20.

Lo importante es que la gente estaba feliz con el simple hecho de ver jugar a su selección. Sin copas, ni grandes hazañas de por medio. En ese bar del centro, aprendí a ver la vida de otra forma. Sin tantos dramas. Se puede ganar y perder, pero hay que dar gracias de que estemos todos bien.

¡Argentina jugando, qué cosa más bella! Fue un 4 a 2 emotivo. Ver atajar grandes pelotas al Chiquito Romero, ya fue todo un lujo. Ver correr como un tren por los costados al gran Di Maria y a Zavaleta fue volver a soñar con ese equipo que nos hizo felices en Brasil.

Recuperamos el afecto, los argentinos recuperamos el amor por la camiseta que lo teníamos perdidos. Recuperamos la sintonía. Más allá de los alemanes, del resultado, siempre seres hinchas de Argentina.