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El esplendor del villano

BUENOS AIRES -- En tiempos de declaraciones indoloras y profesionalismo higiénico, Teófilo Gutiérrez conserva algunas viejas mañas que calientan un poco el ambiente.

Posó en la tapa del diario Olé con un cartel provocativo: "No fue córner", en alusión al último Superclásico que River le ganó a Boca en La Bombonera. El gol de la victoria, en efecto, provino de un córner que en realidad había sido saque de arco para los locales.

Pero estas son concesiones al periodismo, que debe cubrir su agenda hasta el domingo y necesita algo más que frases diplomáticas de parte de los protagonistas.

Hay que encender la polémica: ir a buscar la contestación en el entrenamiento de Boca y así aguantar hasta el fin de semana con el público pendiente de los fuegos de artificio.

Teo sabe que es un juego, una cláusula del negocio que a nadie lastima. Su verdadero filo, su conducta áspera se observa dentro de la cancha.

En el revés de su rostro angelical y sus permanentes invocaciones a Dios, el colombiano enseña los colmillos durante el juego.

Experto en sacar de quicio a los adversarios con alguna pisadita ornamental, una falta fuerte o un simulacro que deriva en una tarjeta inmerecida (entre otros recursos), será sin dudas una obsesión para la defensa de Boca.

Taimado con el rival, también supo ser díscolo con los compañeros. Indiferente al odio y el amor. En Racing, terminó a las trompadas por sus gestos individualistas. Por su prescindencia de la suerte colectiva.

Tal distancia del mundo lo hace difícil de herir con sus propios argumentos. Es probable que Teo se pelee en la cancha, pero sería extraño que mordiera el anzuelo de la provocación.

Claro que el Vasco Arruabarrena no sólo deberá considerar la inflamable personalidad del goleador de River y del torneo. Habrá de prever también un dispositivo para contenerlo, pues atraviesa quizá el mejor momento desde que pisó tierra argentina.

Ya fue decisivo en el equipo campeón de Ramón Díaz. Ahora está incluso más fino con la pelota y, sobre todo, juega a otra marcha. Se lo ve más veloz, más espontáneo, y quizá la compañía de Mora (ligerito y volátil) en lugar de Cavenaghi (de movimientos morosos) predisponga mejor sus reflejos.

Todo River, en rigor, se mueve a paso vertiginoso, lo cual, es importante apuntarlo, no le quita claridad. En ese panorama, Teo puede retroceder como le gusta, jugar de ideólogo y encontrar siempre (con la rapidez de Mora a la cabeza) un variado menú de alternativas.

Con la misma idoneidad, se filtra sin pelota en el área y gana de arriba o de abajo. Y hasta es capaz de improvisar un remate kilométrico y letal, propio de alguien iluminado, para rescatar un partido como el que River empató con Lanús.

En lo que va del año, el equipo que ahora conduce Marcelo Gallardo se mantiene invicto en los Superclásicos, al cabo de cinco enfrentamientos. El más celebrado, por supuesto, fue el 2-1 en cancha de Boca. Se jugaba temporada oficial y sirvió de insuperable envión moral en la búsqueda del título.

Boca debe abordar la racha adversa justo en el apogeo de River, en su versión más elevada. Y con su jugador más cizañero y peleador también en la cima de sus posibilidades creativas, goleadoras y de las otras. Que también duelen.