Tim Keown 10y

Cuando la tierra movió la Serie

En el viejo estadio Candlestick Park solían presentar un video de orientación sobre evacuación de la facilidad antes de cada partido de los Gigantes. En la pantalla vieja, pequeña y apenas visible, unas flechas orientaban a los fanáticos y señalaban la "línea ordenada" de seguridad que debían formar en el poco probable -- ellos siempre incluían la frase "poco probable" -- caso de una emergencia.

En California, mientras se conduce por puentes o se camina por debajo o por dentro de enormes estructuras como el Candlestick, nosotros sabemos que existe realmente solo una clase de emergencia: terremoto. Nos hemos convertido en adictos a la escala de Richter, y podemos sentir un temblor e inmediatamente descartarlo como un "3" o un"2," como indigno de causar seria preocupación, como una novela romántica. Y cuando golpea como un trueno y te sacude de lado a lado -- como ocurrió cuando uno de 6.0 despertó mi pueblo en el medio de la noche el 24 de agosto de este año -- nosotros sabemos la diferencia. Por algunos pocos segundos, a medida que la casa cruje y se mueve y se apagan las luces de la calle, lo impensable comienza a hacerse posible: ¿Acaso este es El Grande?

Siendo alguien que se crió en el área de la Bahía y que pasó algunas noches frías de verano en el Candlestick, yo generalmente solía ignorar los detalles específicos del video de evacuación. Pero puedo recordar la impresionante cantidad de concreto que se apreciaba en todas direcciones -- especialmente la dulce cornisa que sobresalía del piso superior -- y me preguntaba qué pasaría si la misma se desdoblara. Contrario a los oriundos de Nebraska que aceptan los avisos de tornados como un hecho de la vida, los californianos colocan los terremotos en la parte más distante del cerebro. Nosotros pensamos sobre los temblores solo cuando suceden en algún otro lado, o cuando alguien -- como por ejemplo el Equipo de Evacuación del Candlestick -- nos lo recuerda.

Pero entonces nosotros estabamos ahí, observando la apertura del tercer juego de la Serie Mundial de 1989 en television, cuando Tim McCarver comenzaba a recordar la línea conectada por Dave Parker a la esquina del jardín derecho en el Juego 2, y como Candy Maldonado titubeó antes de lanzar tarde la pelota hasta la intermedia mientras José Canseco cruzaba el plato con una carrera. Incluso ahora, observando el pietaje nuevamente, sabiendo todo lo que sabemos sobre lo que sucedería inmediatamente después, la tentación es demasiado grande:

Esperen un segundo. ¿Acaso José Uribe no tocó a tiempo a Parker? ¿Realmente fue quieto? ¿Acaso eso no habría cambiado todo?

Y entonces algo extraño le ocurrió a la transmission y entonces te devuelves a la realidad. La imagen comenzó a perderse mientras se escuchaba a Al Michaels entrar y decir, "Déjame decirte algo... estamos sufriendo un terre... "

El terremoto de Loma Prieta, que ocurrió hace 25 años a las 5:04:15 hora local (8:04:15 ET) del 17 de octubre de 1989, alcanzó 7.1 grados en la Escala Richter, y duró 17 segundos que se sintieron como un mes. Causó 63 muertos y más de $6 mil millones de dólares en daños. Un pedazo del piso superior del Puente de la Bahía colapsó y cayó en el piso inferior. Una sección de una milla de largo de la autopista Interestatal y con 880 -- la Estructura Cypress de dos pisos -- se aplastó durante la hora pico. Surgieron fuegos en el Distrito de la Marina de San Francisco. El ángulo deportivo palidece en comparación.

Y aun así, las noticias del terremoto se esparcieron por el mundo a través del deporte. Los Gigantes y los Atléticos estaban en medio de la Serie Mundial -- ¿cuán raro fue eso? -- y el momento icónico de la tragedia se convirtió en un partido de béisbol que no se jugó. ESPN, que en ese entonces apenas tenía 10 años de edad, tenía un generador eléctrico de emergencia en su camion de transmission localizado en el jardín central, lo que le permitió ir al aire y reportar algunas de las escenas que solo se podían ver estando en vivo desde una ciudad a oscuras. El dirigible de Goodyear, contratado por la tele cadena ABC para proveer tomas aéreas del estadio, se convirtió en un vehículo para filmar pietaje para documentar la tragedia. Sin el béisbol, ¿quién sabe lo que no nos hubiésemos enterado?

Hay tanta sabiduría que rodea el evento. Un geólogo -- un hombre cuyas predicciones sensibles fueron vistas como causantes de pánico por los principales medios de noticias -- predijo el terremoto una semana antes en una entrevista con un reportero de la pequeña publicación Gilroy Dispatch. Willie Mays por poco no llega al Candlestick esa noche porque no le gustaba la manera en que se sentía el aire ese día en la ciudad, caliente y denso. En el camerino esperando para que comenzara el partido, el abridor de los Gigantes Don Robinson estaba preparándose, poniéndose cinta adhesiva en la rodilla cuando el cuarto de preparadores físicos comenzó a estremecerse.

La mejor descripción del terremoto vino del lanzador de los Gigantes -- y ahora miembro del equipo de transmisión -- Mike Krukow, quien dijo que se sintió como si un topo de 600 libras saliera detrás de la cerca del jardín derecho.

El juego fue pospuesto, y en los días que siguieron, en vestíbulos de hotel iluminados con velas, el comisionado Fay Vincent habló sobre la insignificancia de "nuestro pequeño y modesto juego". Fue un buen toque, consciente de la situación en general a la espera del momento adecuado para volver a la carga. No había garantías de que la Serie se reanudaría, así que cuando finalmente se reanudó -- 10 días despues, cuando el Candlestick recibió una merecida ovación -- representó uno de los pocos casos en el deporte en el que la palabra "catarsis" encajaba de verdad.

Los Juegos 3 y 4 fueron repeticiones de los Juegos 1 y 2. Los Gigantes tuvieron que medirse nuevamente a Dave Stewart y Mike Moore, lo que significó que realmente no fuese una serie de siete juegos, sino más como un par de series de dos juegos, y los Gigantes no estaban hechos para competir contra los Atléticos bajo esos -- o quizás ningún -- parámetros. Los Atléticos eran el mejor equipo independientemente del calendario, pero los Gigantes del 1989 se irán a la tumba creyendo que ellos hubiesen tenido algo de oportunidad si se hubiesen enfrentado a más lanzadores de la rotación de Oakland.

Sin embargo, no importa, porque el punto culminante antes de que se pudiese jugar finalmente el Juego 3 de una Serie Mundial que duró dos semanas y media, fue cuando el reparto de Beach Blanket Babylon -- una operación cursi basada en San-Francisco -- cantó "San Francisco" y todo el mundo cantó con ellos. Los fanáticos cantaron, los reporteros cantaron, los jugadores cantaron -- por algunos momentos, no hubo cinismo.

Yo tenía en ese entonces 25 años, inmune a casi todo excepto mi propia ambición, y estaba parado allí en el tercer piso -- entremedio de esas cornisas letales -- y canté a toda voz, desafinado y ahogado en lágrimas. Nadie estaba demasiado pendiente al béisbol, a quien ganó o quien perdió o cómo. Se sentía como si los jugadores -- especialmente los Gigantes, quienes se quedaron en la ciudad durante el receso mientras los Atléticos se entrenaron en Phoenix -- se sentían de la misma manera. El béisbol era apenas un símbolo, una diversión, un recordatorio de algo que parecía importante no hace mucho. Era una manera de continuar, de reconocer y de seguir adelante. Era un negocio sin terminar.

Era además un recordatorio -- de la misma manera que lo fue la postemporada del 2001 para los Yankees a la sombra de lo ocurrido el 9/11 -- que no hay porqué avergonzarse por preocuparse por algo frívolo.

Después de todo, ¿dónde más 60,000 personas se reunirían para cantar a todo pulmón?

Es fácil decir que el deporte puede ofrecer un balsam temporero, que el deporte puede representar la normalidad y la esperanza en tiempo de caos. En este día hace 25 años, cuando la tierra se movió y el estadio se mantuvo firme, el béisbol se convirtió en algo que la gente pudo abrazar, algo por lo cual preocuparse y gritar y cantar. El béisbol no importó -- no importó para nada -- pero al mismo tiempo importaba más que cualquier otra cosa.

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