Alejandro Caravario 10y

Personalidad colectiva

BUENOS AIRES -- Interpretar la idea. Así, con todas sus resonancias platónicas, definen los entrenadores la clave de un buen funcionamiento de equipo. Se supone que debe haber un plan asimilado y compartido. Mejor dicho: un principio rector detrás del cual cerrar filas. Sin él, no hay chances de éxito.

Tal teoría tiene apariencia de cháchara, especialidad en la que descuellan muchos técnicos. Pero a veces hay que rendirse ante la evidencia.

Algo de eso está ocurriendo con River. Parece que los planetas se alinearon para favorecer su derrotero. Haga lo que haga y juegue quien juegue, el destino le sonríe. Pero es indudable que sobre bases tan precarias y circunstanciales es imposible fundar ningún proceso confiable. Algún secreto debe haber.

Los jóvenes Driussi y Simeone sellan una difícil victoria en Asunción, cuando sus antecedentes inmediatos lo hacían impensable. Por otra parte, el partido ante Libertad, en otro momento psicológico, era irremontable.

Entra Pezzella en el Superclásico para jugar de nueve (sí, de nueve) y cabecearla al gol, y efectivamente clava el empate al recoger un rebote de su frentazo.

Falla el corazón del equipo, Kranevitter, dueño del quite y la reposición rápida en la mitad de la cancha, y la mayoría pronostica un River distinto, una pérdida irreparable. Sin embargo, Ponzio lo sustituye jugando en un nivel superlativo.

Con su estilo más pausado, con su inclinación al pelotazo kilométrico (a veces exacto, hay que reconocerlo), pero con idéntica jerarquía, a pesar de los comentarios en contra.

El equipo no ha cambiado nunca. Aun con las bajas sensibles de Teo Gutiérrez y Vangioni. Es cierto, las goleadas de los comienzos no se repitieron. Se acumularon en cambio los empates. No obstante la minuta esencial se mantiene. Solidaridad, juego en corto y en velocidad, presión constante, búsqueda del gol hasta el final.

La idea, se ve, ha hecho carne en el plantel. Y todos la ejecutan sin vacilar. A todos los interpela y les permite extraer lo mejor de sí. Mora y Sánchez son excelentes ejemplos. Discutidos tiempo atrás, de rendimientos pálidos, hoy rozan el techo de sus posibilidades. Sorprenden.

Lo mismo pasaba con Boca cuando estaba al mando Bianchi. Entraba Barijho por Palermo y el abismo entre ambos desaparecía de inmediato. Boca no resignaba un gramo de su pólvora. La personalidad colectiva estaba por encima de los nombres.

Contra Belgrano regresarán Teo Gutiérrez, Vangioni y Balanta (¡Semejante campaña sin que haya jugado Balanta!). Jugadores de un espesor que no abunda en la liga local y que forzosamente elevan el promedio.

Aunque ninguno está más allá de la idea platónica. El responsable del diseño general es Gallardo, cuyos arcanos aún no se han ventilado. Con Bianchi, a falta de mejor explicación para su buena estrella, se hablaba del celular de Dios. Con el DT de River, como todavía no ha ganado ningún título, existe cautela en las metáforas.

Sus jugadores lo definen como un gran motivador. Y un fiel intérprete del linaje riverplatense. Quizá no haga falta mucho más.

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