Bruno Altieri 9y

Las lecciones de LeBron James

'I'm coming home', escribió LeBron James en su cuenta de Twitter y una nueva era nació en el mundo NBA.

Existen jugadores buenos, muy buenos, sobresalientes e imprescindibles. El fenómeno de Akron pertenece a esta última categoría, capaz de armar y desarmar un equipo -y una ciudad, por supuesto- con su sola presencia en la cartelería.

James, jugador híbrido por naturaleza, genio multiplataforma capaz de ser peón, caballo, alfil y rey en una misma partida, ha escrito para su carrera un libreto similar. No se trata de un diálogo lineal con sus fanáticos a través de hechos predecibles, sino más bien de alaridos que destruyen estructuras para generar interpretaciones disímiles.

LeBron posee los laberintos propios del libro de arena de Borges, de Rayuela de Cortázar. Tiene la furia de las sinfonías de Beethoven, del grito de Munch, de los últimos cuadros de Van Gogh. Ni siquiera los títulos conseguidos con Miami Heat supieron calmar su apetito para la destrucción. Al contrario: lo exacerbaron a entender que nada, por más exitoso que parezca, es lo mismo que lo que se desea. El presente no puede borrar el pasado, el sueño de extirpar lo grabado a fuego no se condice con la realidad. Prometer, uno, dos, tres, mil campeonatos -y lograrlo, a medias- es insuficiente, porque no hay bálsamo que permita quitar la astilla clavada en el pecho.

El abandono suele convivir con esta clase de remordimientos.

El propio camino fue el aprendizaje. Las lecciones de LeBron le permitieron relajarse y dejarse llevar por el oleaje; no importa cuánta fuerza haga en contrario, tarde o temprano estará de vuelta en la orilla.

James nos ha entregado, casi sin darse cuenta, un ensayo maravilloso sobre la fidelidad. El jugador que todo lo pudo, que todo lo puede y que todo lo tiene, regresó para su gran desafío. Su único desafío, a decir verdad. Nadie puede cambiar de identidad ni de pasión. El exilio empieza en las entrañas. En definitiva, no se puede ser extranjero de uno mismo, bien vale leer a Albert Camus para entenderlo.

James sabe muy bien, ahora, que lo del Heat fue sólo una distracción. Por supuesto, fueron las pruebas más difíciles que tuvo que soportar para construirse y construir, pero no se trata de otra cosa que el Mito de la Caverna de Platón (o Matrix, como ustedes deseen): se puede vivir cómodo observando los reflejos en la pared o se puede salir a buscar la verdad, por más dolorosa que sea.

La carrera de LeBron se divide en tres partes: nacimiento, en sus primeros pasos en Cavaliers, evolución, con la conquista de los campeonatos en el Heat, y madurez, en su vuelta a la franquicia que lo vio nacer. No hay nada más conmovedor en el deporte que un regreso, ya sea por lesión, por oportunidad o por convicción, como resulta en este caso en cuestión.

La cabeza de James debe haber encontrado su punto máximo de revoluciones en las Finales perdidas ante los Spurs. El vestuario de Miami en el AT&T Center fue propietario de un silencio que gritó como nunca. Cuando las luces se apagan, cuando las cámaras se esconden, llega la reflexión. Y James, ahí, entendió todo. En su carrera a la eternidad, había hecho trampa. Trampa a sí mismo. Uniéndose a Dwyane Wade y Chris Bosh conquistó títulos, logró anillos, pero jamás pudo aliviar la desazón de lo que pudo haber sido y no fue, en su propia casa. Fueron éxitos necesarios, pero insuficientes. La "Decisión" le dio lo que fue a buscar, que lejos estuvo de ser lo que finalmente necesitó.

El círculo se completa ahora en la ciudad de Cleveland. Los fanáticos que hicieron una fogata con sus camisetas, años atrás, han hecho las paces y le permiten resurgir, ante sus ojos, como el Ave Fénix. Ya no se habla de traiciones, sino de reencuentro. LeBron levanta la mirada, extiende su brazo derecho y saluda a su público, que entiende que el peregrinaje valió la pena. Que la redención forma parte de esta clase de procesos, que las heridas, tarde o temprano, permiten construir un nuevo presente.

En tiempos en los que la fidelidad parece haber pasado de moda, que las relaciones personales y laborales son líquidas, y que la palabra tiene tanto peso como una hoja en el viento, James ha construido un puente que le permite regresar al pasado. Introducción y desenlace se abrazan hoy, para siempre.

Nunca es demasiado tarde.

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