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Lo dejo a tu criterio

BUENOS AIRES -- Ahora que Lanús le descontó dos puntos a River y la disputa por la punta vuelve a tomar color, el escandaloso arbitraje de Andrés Merlos en Lanús-Arsenal expande su importancia. Se magnifica el error del árbitro.

El propio Gallardo, al cabo del insípido empate ante Vélez, hizo referencia a la injustificada duración del tan mentado partido en clave irónica.

Buscado por todo el mundo, Merlos se refugió en la liga de Pehuajó, ámbito periférico que le vino muy bien luego de la altísima exposición que le depararon sus deslices en el fútbol de Primera División.

Luego del arbitrar Atlético San Martín-Deportivo Argentino, el gran protagonista del fútbol del fin de semana enfrentó los micrófonos y aceptó su falla: "Me equivoqué en dar el último minuto", reconoció.

Claro, el problema es que ese minuto permitió un gol que valió dos puntos. Fue el célebre minuto fatal (para Merlos). Sin la victoria de Lanús, la exageración en el tiempo extra, algo habitual, habría pasado inadvertida. A la impericia de Merlos, se sumó la mala fortuna.

El juez -muy competente según el modesto punto de vista de este cronista- se someterá ahora a una sanción severa, que probablemente lo margine de las cancha hasta el próximo año.

Y si nos guiamos por el titular de Sadra, Guillermo Marconi, al que se le puede decir cualquier cosa menos que es amigo de Merlos, quizá lo bajen de la lista de internacionales.

Cierta sed de reparación será saciada, de acuerdo. Pero nada cambiará el resultado artificial de Lanús-Arsenal. Y lo que es más grave, la suerte de los partidos seguirá en manos del criterio exclusivo de una sola persona, el árbitro.

La mensura del tiempo que se debe adicionar corre siempre por cuenta del referí (a veces nos parece excesivo; otras, una compensación insuficiente). Y su carácter discrecional no ha sido una excepción en el partido del escándalo.

Para los árbitros, no hay mecanismos de consulta ni instancias revisoras inmediatos. Lo mismo sucede con las jugadas mal cobradas que, con un ajuste reglamentario y el auxilio a mano de las cámaras, podrían resolverse fácilmente evitando injusticias.

Por citar un caso reciente, Germán Delfino abrió las puertas de la victoria de Boca ante Tigre sin que a nadie se le moviera un pelo.

Andrés Chávez, a todas luces un mal actor, fingió una infracción dentro del área que sólo se creyó el árbitro. Un error corriente, completamente subsanable al observar el video desde cualquier ángulo (ni siquiera fue una acción que mereciera una minuciosa reconstrucción), selló la suerte de un partido.

Que ninguno de los dos equipos se jugara la campaña en ese encuentro no le resta gravedad ni incidencia decisiva a la patinada de Delfino.

En cualquier caso, convendría bajarle el tono a las imputaciones. Introducir sospechas de corrupción es lisa y llanamente estúpido. Pero sabemos que la vocación por detectar conspiraciones es constitutiva del hincha.

Merlos se equivocó feo. Como tantos árbitros. El problema es que el fútbol está a merced de las resoluciones en caliente de una sola persona. Si se valida ese estado de vulnerabilidad, no hay lugar para las quejas.