Rafael Ramos Villagrana | Enviado 9y

La Arena Borisov de Minsk es un camposanto de ilusiones

MINSK -- ¿Qué puede haber más depresivo que un estadio nuevo vacío? Peor que vacío, abandonado. Peor que abandonado, desdeñado. Peor que desdeñado, despreciado. La indiferencia es la pena capital del olvidado.

La Arena Borisov hoy vive la muerte del desamparado, del inerme. Es el monumento a la omisión afectiva de su propia gente.

Es un mausoleo a la muerte de Bielorrusia en la Eurocopa y del Bate Borisov en la Champions League. Un camposanto de las pretensiones de gloria para un escenario que costó 50 millones de dólares.

Ahí se enfrentan México y Bielorrusia en partido amistoso.

Y un estadio sin los estertores de pasión de aficionados en la tribuna, es como un balón abandonado, deprimido, deformado por falta de aire que le dé vida, como si le hubiera infartado su corazón de vinil.

Un estadio vacío es como la sequía de un delantero: vive con la sangre congelada, en silencio, torvo, apesadumbrado, estéril, inútil, viviendo un funeral cada 90 minutos, en la declaratoria suicida de la impotencia.

Un estadio vacío es un lamento complementario a la frase célebre de Alfredo Di Stéfano: "Un domingo sin futbol es como un día sin sol". Un estadio sin vida multiplicada por cada garganta de sus feligreses sería como un domingo sin futbol y un día sin sol.

La Arena Borisov muere de abandono, la muerte más penosa y lacerante para un estadio de futbol.

^ Al Inicio ^