Alejandro Caravario 9y

Vamos que venimos

BUENOS AIRES -- La AFA suele tomar decisiones desconcertantes. Hasta hace unos meses, se atribuían a la autocracia reinante durante más de 30 años y, por lo tanto, nadie alzaba la voz. A lo sumo, los disidentes se quejaban en los pasillos y a la hora de la reunión decían "Sí, Don Julio".

Ahora que el mandamás ha muerto y ninguno tiene sus espaldas para aguantar los disparates, la cosa se complica.

Un gran ejemplo es el engendro de 30 equipos que comenzará a jugarse el año próximo. Si bien nadie ha sabido explicar cuál es la ventaja de convocar semejante multitud, la competencia no tiene vuelta atrás.

El capricho de Grondona (fatídico legado para el actual presidente, Luis Segura, y demás deudos de la dirigencia) será perpetrado porque ya es tarde para borrar con el codo lo firmado oportunamente.

Por ejemplo, es tarde para decirles a los 10 equipos que aterrizarán desde el ascenso (otra muchedumbre insólita y sin precedentes en el fútbol mundial) que la AFA se arrepintió y por lo tanto permanecerán en la B Nacional.

Y, sobre todo, no se puede ir en contra de la opinión de Fútbol para Todos, generoso sponsor de la pelota, que pretende un "torneo federal" y que dure todo el año.

En principio, la plana mayor de AFA había consensuado empezar con una competencia breve, semestral, a partir de febrero de 2015. Pero la presión del único anunciante torció este rumbo y tendremos campeonato anual, a la vieja usanza, desde el vamos. Concluirá en diciembre y contemplaría dos descensos, según el tradicional sistema de promedios, y otros tantos ascensos.

El proyecto ya tiene sobradas idas y vueltas como para desconcertar hasta al hincha más atento. Así que no sorprendería que este martes, cuando deberían confirmarse las enmiendas propuestas por el Estado, surgieran modificaciones de último momento.

De todos modos, lo más llamativo de esta ampliación inusitada de participantes es el objetivo que persigue: volver a un torneo "viable", de acá a cuatro o cinco años, ¡con 20 equipos! Así lo han repetido los dirigentes más encumbrados de AFA.

Imaginen que alguien decide cambiar los colores de su casa. Y abandona, por caso, el rosa pálido del dormitorio conyugal para pasar a un verde manzana. Más vital, más enérgico y juvenil. Eso sí, con la firme expectativa de que las nuevas capas de pintura se descascaren en breve para que aflore el querido y discreto tono rosa.

No se molesten: es imposible de entender.

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