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Diferencias de carácter

BUENOS AIRES -- Es cierto que se abusa de la psicología (en el tenis, por ejemplo) para explicar vaivenes deportivos que tienen, en rigor, razones técnicas más visibles.

No existen las victorias psicológicas, pero es innegable que algunos giros imprevistos en las conductas de los deportistas (en este caso de los equipos) resultan difíciles de fundamentar.

Un vuelco de este tipo fue el que se observó en el transcurso del partido entre Atlético Nacional y River. Y esa transformación en el ánimo colectivo de ambos acaso sea más relevante que el espesor futbolístico en el momento del desenlace, en el Monumental, la próxima semana.

En el primer tiempo, el andar de los colombianos fue casi perfecto. Dominó la pelota, prevaleció nítidamente sobre el rival imponiendo su buen pie y, sobre todo, aplicando una practicidad demoledora para abrir huecos en una defensa que suele ser sólida.

Lanzadores rotativos –todos de gran precisión– habilitaban al veloz Orlando Berrío, y sus corridas enloquecían a un desconocido Vangioni y llegaban hasta los umbrales del gol.

Nada del otro mundo, pero contundente: un delantero profundo, circulación de pelota, ritmo parejo, un adversario absolutamente controlado y el público en llamas.

Todo hacía pensar en una noche llevadera y feliz para Atlético Nacional. Sólo que el descanso obró como un abismo.

En la segunda parte, los equipos no fueron los mismos sino la antítesis de su versión inicial.

River se repuso del acoso. Y se acordó de cómo se administra la pelota para conseguir protagonismo. No lo amedrentó el mal trago de la primera parte, recuperó solidez en defensa y fue a buscar el partido con decisión pero sin ansiedad.

En suma, tuvo una respuesta madura en el apuro. Capeó la adversidad con temperamento, se reconfiguró y se hizo dominador de la historia. Empató y pudo haber ganado. Tal vez si Teo, entre displicente y torpe, hubiera tenido una noche más inspirada.

Menos comprensible es la actitud del local. De gobernar con buenas artes y eficaces argumentos el desarrollo del juego, pasó a una posición expectante. Cedió el terreno, el liderazgo, y adoptó un rol para el que no se mostró tan apto.

¿Habrá sido responsabilidad del jefe táctico, Juan Carlos Osorio? ¿O los jugadores se diluyeron solitos?

El cambio de Sebastián Pérez por Copete denunció una voluntad conservadora. Además, ¿cómo se le ocurre al DT sacar a su mejor jugador, Berrío, por más que haya entrado uno con rasgos similares, Guisao?

Un libreto no escrito, convertido en peligroso lugar común, ordena "trabajar" los partidos en ciertas circunstancias. Es decir, replegarse, obligar al rival a hacer el desgaste y apelar al expediente rápido del contraataque.

Si Osorio leyó que era momento de hacer eso, se equivocó de medio a medio. Nacional tenía todo para ganar y lo despilfarró. Facilitó la levantada de River.

Equilibrados en el marcador, ambos equipos fueron, sin embargo, completamente asimétricos en sus ambiciones. River honró la pregonada grandeza que porta su nombre; el rodeo ajeno fue una anécdota.

Quizá esa misma grandeza del equipo argentino tornó a los colombianos cautelosos en extremo, inseguros de la evidente superioridad del primer tiempo.

Tales actitudes son determinantes a la hora de definir un campeón.