Alejandro Caravario 9y

Un Racing inédito

BUENOS AIRES -- Hubo algo de sufrimiento, es cierto. Porque el 1-0 frente al tibio y condescendiente Godoy Cruz no parecía un resultado seguro una vez que River, en el partido que se jugaba en paralelo, también se puso en ventaja ante Quilmes.

Pero la zozobra duró poco. Enseguida Racing pudo festejar el ansiado título, luego de 13 años de sequía.

El desenlace tanto del encuentro (un adversario bajo control casi permanente) como del campeonato (la marcha firme y sin deslices del equipo de Cocca, con un sprint final de seis victorias consecutivas y su arco en cero) fueron bastante previsibles.

Algo curioso en la historia de un club que, en las últimas décadas, nos tiene acostumbrado a las hecatombes políticas y deportivas.
No es que Racing transformó su inestabilidad genética, sino que esta vez salió de su crisis reglamentaria con mayor madurez, sin resignarlo todo, con una noción de futuro.

Porque si bien ahora es pura felicidad, hace sólo un año (fines de septiembre de 2013), Racing, para variar, se enfrentaba al descalabro institucional. Con las renuncias de Gastón Cogorno y Rodolfo Molina, tuvo que asumir de apuro (y sin mucha convicción) Víctor Blanco, un empresario de discurso moderado. Mientras tanto, el equipo iba último.

No se consumó el desastre en esta ocasión, sino, curiosamente, la lenta reconstrucción de una institución averiada, pero de piel dura.
A mediados de este año, con la llegada de Cocca, la total renovación del plantel y el regreso de un ídolo como Diego Milito, se inauguró una etapa esperanzadora.

Pero Racing volvió a caer en su propia trampa. Luego de la eliminación de la Copa Argentina, la fragilidad anímica se hizo visible nuevamente.

El entrenador fue muy crítico con el plantel (pudo tranquilamente haber sembrado ofensas definitivas) y Víctor Blanco reforzó el rezongo con la distancia que le otorga su cargo y una falta de tacto asombrosa. Dio a entender que algunos jugadores no ponían todo lo que se requiere.

Ahí teníamos, en mitad de la travesía, un entrenador desesperado al primer traspié y un dirigente que se expresaba con la liviandad de un hincha del llano.

Sin embargo, la sangre no llegó al río. En contra de su tradición, Racing no embistió el témpano. Tampoco desmanteló el equipo, sino que con algunos ajustes de nombres y reposicionamientos tácticos, corrigió el rumbo.

Aunque el plantel era íntegramente nuevo y se suponía que le demandaría un tiempo ensamblarse satisfactoriamente, las piezas encajaron con llamativa velocidad. Un toque de fortuna infrecuente en la historia racinguista.

Superada la calentura circunstancial, Cocca no perdió la calma (ni siquiera cuando los hinchas lo apretaron con pancartas), confió en sus jugadores, incluso en los más resistidos como Bou, y sacó el equipo adelante.

Salió de la tempestad con paso firme, con una seguridad impropia de la emergencia. Racing se convirtió en un equipo compacto, basado en su columna vertebral defensiva (Saja, la línea de cuatro, donde sobresalió un colosal Lollo, y el infatigable Videla) y un dispositivo de ataque práctico y eficaz. El plus de claridad e inteligencia de Milito se complementó con un período de iluminación de Bou.

Paciencia, constancia, capacidad para absorber civilizadamente una crisis, solidez futbolística, respaldo político, un plantel cohesionado y dispuesto a perfeccionarse. Y los guiños del azar, claro, que sin ellos no se logra nada. Parece Racing año verde, Racing de fantasía. Fue Racing campeón.

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