Carlos Bianchi 9y

La final nunca se salió del libreto

BUENOS AIRES -- Las apuestas previas a la final del Mundial de Clubes daban al Real Madrid como amplio favorito sobre San Lorenzo y no se equivocaron: el campeón reinante de Europa cerró con otro título un año en el que puede postular, sin temor a equivocarse, su condición de mejor equipo del mundo.

En la previa, era difícil encontrar argumentos para pensar que podía haber otro ganador. Pero San Lorenzo se aferraba a aquello que hace del fútbol el objeto de nuestra pasión: que cuando los 22 protagonistas entran al campo de juego, se ponen en marcha esperanzas y voluntades individuales y colectivas de torcer el rumbo de la historia.

Ese es el desafío que forma parte del deporte y le da sentido a la competencia, a la vez convirtiendo en grandes a determinados jugadores y equipos: aquellos que consiguen sobreponerse a las adversidades y, por el contrario, sacan fuerzas de ellas para superar a rivales que, en los papeles, tienen todas las de ganar.

Claro que para eso tienen que confluir muchos factores, y el primero es ser capaz de reconocer las diferencias. San Lorenzo hizo eso desde su planteo, lo que es a mi entender una prueba de inteligencia: si no puedo jugar de igual a igual, tengo que ser capaz de anular las virtudes del contrario y esperar la oportunidad para golpearlo en alguno de los escasos flancos que ofrezca.

En cuanto a la primera parte del plan, San Lorenzo hizo su trabajo de manera muy eficiente ante un Real Madrid que sabía que iba a tener el control y que, pese a la jerarquía de sus jugadores, no se siente tan cómodo en ese rol. Los de Ancelotti prefieren tener espacios para contraatacar, y eso fue justamente lo que San Lorenzo no les dio, achicando sus líneas. Y sin terreno, le cuesta mucho más a figuras de la talla de Cristiano Ronaldo o Gareth Bale desequilibrar, ya que para hacerlo necesitan lugar para usar su velocidad.

El partido entró así en el ritmo que le convenía a San Lorenzo: lento, interrumpido, sin el vértigo característico y que tanto le conviene al Madrid. La pelota tenía que pasar una y otra vez por Kroos o por Isco, para que estos la jugaran hacia los laterales y luego recibirla de vuelta sumando toques y más toques, o a lo sumo intentar largos cambios de frentes para alejar el juego de la zona de congestión.

Entonces, en vez de ver los partidos abiertos que suele regalar Real Madrid por la Liga o la Champions, nos encontramos con una final anodina y previsible. Si el Real Madrid llegó poco, eso fue mérito de San Lorenzo: pero al mismo tiempo, el campeón no tuvo punch ofensivo, con lo cual el partido fue una sucesión de escenas muy similares entre sí: Real Madrid buscando pacientemente cómo llegar al arco de Torrico, San Lorenzo frustrando esos avances pero sin armar una réplica verdaderamente peligrosa, para terminar devolviéndole la pelota al rival y así volver a empezar, una y otra vez.

Cuidado que si San Lorenzo no pudo llegar, fue porque enfrente tuvo a una de las mejores defensas del mundo. Siempre se habla del poderío ofensivo del Madrid, pero a veces a costa de olvidarse que los de atrás son todos titulares en sus selecciones... ¡incluso varios suplentes lo son! Al salir Marcelo y Carvajal, por ejemplo, ingresaron Fabio Coentrao y Arbeloa, con lo cual la última línea no se resintió en lo más mínimo. El mismo Pepe, al que tantas veces se lo tildó de rústico, cada vez hace menos faltas y ofrece más solidez. Y ya hablaremos de Sergio Ramos...

En ese escenario, era cuestión de tiempo que llegara el gol madridista, ya que los de blanco tenían la iniciativa y la jerarquía individual como para desequilibrar. San Lorenzo no tenía casi margen de error: ya lo había sufrido en el minuto inicial, cuando una pérdida de Mercier terminó en un buscapié de Cristiano Ronaldo que no encontró ni el arco ni el pie de Benzema.

Otra pérdida en el medio derivó en una contra que a duras penas despejó Torrico al corner, y de ahí llegó el gol que abrió el partido, y quién sino el hombre que se especializó este año en hacerlo: Sergio Ramos, ganándole en el salto a Mario Yepes para conectar de cabeza y poner el 1-0.

Como anécdota, recuerdo haber estado dirigiendo al Atlético Madrid cuando el Real pagó casi 30 millones de euros al Sevilla por el pase de Ramos. En ese momento, me costaba entender cómo los de blanco pagaban tantos millones por un defensor. El tiempo me demostró que estaba equivocado y, a esta altura, Sergio Ramos más que pagó la inversión. Hoy es a mi entender el mejor central que hay en el mundo, por eficacia defensiva y ofensiva, por técnica y por personalidad.

No cambió mucho la cosa en el segundo tiempo, y eso pese a que la diferencia no fue abrumadora a favor del Real Madrid, ni siquiera en la cantidad de llegadas. Torrico tuvo una buena tarde hasta la pelota que se le escapó y derivó en el segundo gol, pero tampoco lo exigieron tanto como para verlo revolcándose a cada minuto.

En definitiva, el partido se desarrolló en el terreno lógico, el que todos esperaban, y cada cual cumplió con su papel al máximo de sus posibilidades. Y ahí es dónde se notó la superioridad de un equipo con un presupuesto enorme y con jugadores con tanta técnica que, a la larga, terminan haciendo la diferencia. Con técnica se abren huecos donde parece no haberlos, se demora la llegada del cansancio porque se corre menos y, en algún momento, se consigue el desequilibrio.

Asistimos así a una nueva consagración de un equipo que parece estar en el pico de su rendimiento, implacable en la Champions y líder en la Liga. Ancelotti supo adaptarse a diversas situaciones, como lesiones y la llegada de nuevos jugadores que se fueron adaptando sin problemas y rápidamente a lo que se requirió de ellos, como Kroos y James Rodríguez.

Una reflexión final sobre el formato del torneo, aunque repita algo que ya he dicho hasta el cansancio: no me gusta cómo se juega el Mundial de Clubes. No es excusa que los equipos más débiles estén cumpliendo un sueño al enfrentarse a los poderosos. En todo caso, que tengan esa posibilidad en igualdad de condiciones y no jugando cuatro partidos en menos de dos semanas, como le pasó a un Auckland City semiprofesional. A medida que avanza el torneo, y más cuando se juega en canchas pesadas como sucedió en esta ocasión, terminan dándole una ventaja más a los que ya de por sí son favoritos.

Felicidades.

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