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Raúl Allegre rinde un tributo a una persona muy especial esta semana

Raúl Allegre rinde tributo a una persona muy especial en su vida personal y profesional Especial

BRISTOL -- Empiezo esta nota con una disculpa a los amables lectores que semana tras semana leen mis comentarios y opiniones sobre lo acontecido en la semana previa de la NFL. Hoy quiero dedicarle esta columna a la persona a quien le debo mi trayectoria en el fútbol americano. Sin ella, hoy estaría trabajando en la industria de la construcción en mi querida ciudad de Torreón, Coahuila.

No sé si mis editores querrán publicar estas líneas. Si lo hacen, las palabras a continuación serán para celebrar la memoria de una de las personas que cambiaron el rumbo de mi vida.

Me remonto a septiembre de 1977. Recién terminados mis estudios de preparatoria, sabía que para tener mejores posibilidades de triunfar en la vida, tendría que dominar el idioma inglés. Con el apoyo moral y económico de mis padres, Raúl y Cristina, me enlisté en un programa de intercambio estudiantil. Mi sede sería en Shelton, Washington, con la familia de Paul (Sam) Samaduroff. Recuerdo despedirme de mis padres en el aeropuerto de Torreón sin saber en ese momento que mi boleto era sólo de ida. Mis planes eran estudiar la carrera de ingeniería civil después del año de intercambio, y regresar a Torreón a trabajar con la compañía de construcción de mi padre. Dios tenía otros planes para mi futuro.

Recuerdo cuando el avión bajó en el aeropuerto ubicado entre Seattle y Tacoma. Era un día despejado y la panorámica del Monte Rainier era espectacular. Al salir del avión vi a Joanne por primera vez. Una persona con pelo de tinte negro, robusta en complexión, y con una sonrisa permanente, de esas que se consideran "de oreja a oreja". La acompañaban tres de sus cinco hijos, Ric, Ron y Tanya.

Al cursar mis estudios de secundaria y preparatoria estudié inglés. Dominaba la gramática, pero no podía conversar. Joanne, con una paciencia franciscana, se esmeró para que poco a poco pudiera dialogar en este idioma. Tenía unos días antes del inicio de clases. Estaría en el último año de high School a pesar de haberme graduado ya de preparatoria en Torreón.

Una de mis metas era seguir practicando el deporte. Confieso que era, como dicen muchos en tono despectivo, "panbolero". NUNCA en mis años que viví en Torreón vi un partido de fútbol americano, ni siquiera por televisión. Era centro delantero goleador, rematador de cabeza discreto, con un tiro potente y con la habilidad de finalizar jugadas en frente del portero. Mi nivel era respetable al grado de haber recibido interés de parte de las fuerzas básicas del Santos, que entonces estaban en la segunda división.

En el estado de Washington viví mi primera experiencia en el fútbol americano. En 1977, los Halcones Marinos de Seattle estaban apenas en su segundo año. Tuve la oportunidad de ir a un partido de pretemporada a ver al equipo de Jack Patera, Steve Largent y Jim Zorn, y quedé mesmerizado por el espectáculo. Me empezó a intrigar este bello y complicado deporte.

Fue duro llegar a Shelton y darme cuenta que la opción de jugar fútbol no existía. En ese entonces, este deporte no era tan popular en EU como lo es ahora. No había una sola portería en todo el pueblo de Shelton. En mi primer día de clases, asistí a una práctica del equipo de fútbol americano. Vi cómo un mastodonte de 1.93 metros, y como de 115 kilogramos de peso, trataba de patear el ovoide de punterazo. Al ver eso pensé, como diría Gualo mi hermano, "de aquí soy". Esa tarde, durante la cena, y vaya que nunca me pude acostumbrar a cenar a las 6 de la tarde como se acostumbra en Estados Unidos, le dije a Joanne que quería jugar fútbol americano. Recuerdo vívidamente el incómodo silencio sepulcral que reinó tan pronto comuniqué mis intenciones. Joanne me dijo que no creía que tuviera la complexión física para este deporte. La vi un poco más relajada cuando le expliqué, en mi pobre inglés, que mis intenciones eran ser pateador.

Joanne habló con Jack Stark, el entrenador en jefe del equipo, y me consiguió una prueba. NUNCA antes había pateado un ovoide, pero pensé que no tenía nada que perder. Llegué a la práctica media hora antes como me lo habían pedido, y me asignaron al QB suplente para que me sostuviera el balón. Empezaría con puntos extras, retrocediendo cada cinco yardas hasta donde las pudiera llegar.

El ejercicio fue muy fácil. Pasé del punto extra, a goles de campo de 25, 30, 35 y 40 yardas, con dos intentos de cada distancia. Al llegar a la yarda 30, un gol de campo de 40 yardas, vi cómo el resto del equipo volteaba a ver mis intentos. Hasta el momento no había fallado. En la yarda 35, tenía a la mayoría de los jugadores a mí alrededor. Honestamente estaba sorprendido porque esto era algo muy fácil. Cualquier compañero de mi equipo de fútbol de la preparatoria Carlos Pereyra lo hubiera hecho, o por lo menos eso pensaba en ese momento. Al llegar a la yarda 40, todo el equipo, incluyendo los entrenadores, me rodeaba. Después de conectar los dos de 50 yardas, me pidió coach Stark que intentara uno de 55. Tendría sólo una oportunidad. Cuando conecté con relativa facilidad, el equipo entero explotó en júbilo y el coach me dio la bienvenida al equipo. Como comúnmente se dice, el resto es historia.

Los Shelton Highclimbers fueron un equipo mediocre en 1977. Ganamos solo 3 partidos y tuve nada más tres intentos de goles de campo y nueve puntos extras. Recibí una carta de la universidad de Oregon, pero sin oferta de beca. Joanne, pensando que quizás podría jugar en el colegial, movió sus influencias en la universidad de Washington, de donde se había graduado, y me consiguió otra prueba durante las prácticas de primavera.

Había visitado el estadio de los Huskies durante el otoño, y vi jugar a Warren Moon en su último año antes de que emigrara a la CFL. Salí al campo y me recibió el entrenador de equipos especiales. Pensando que este era un favor a un ex-alumno, pensó bajarme las ínfulas de grandeza y me puso a patear junto con Mike Lansford, quien era uno de los mejores pateadores en la NCAA, y quien llegaría a ser miembro de los Carneros de Los Ángeles. Lansford no me intimidó y como dicen en mi tierra, "quedamos parejos". Al Roberts, el entrenador de equipos especiales, me dijo que tenía talento, pero que "estaba muy verde", y me sugirió ir a un junior college. Pensé que mis posibilidades de jugar fútbol americano colegial habían terminado con las palabras de Roberts quien, por azares del destino, sería mi entrenador de equipos especiales cuando jugué un par de partidos con los Jets en 1991.

Después del año escolar regresé a Torreón, pero no sin antes haber hecho un video para el coach Stark pateando goles de campo de hasta 65 yardas. No pensaba que iba a servir de mucho hasta que en agosto, después de haber pasado el examen de admisión del Tecnológico de Monterrey, recibí una llamada de Joanne. La había visto por última vez a finales de junio cuando manejó desde el estado de Washington para visitar y conocer a mi familia en Torreón. Me dijo que la universidad de Montana tenía interés en mí y que me ofrecían una media beca que incluiría sólo la colegiatura. Los gastos de hospedaje, libros y comidas irían por cuenta de mi familia. Dado que Montana no tenía facultad de ingeniería, decliné la oferta. Al día siguiente, Joanne me volvió a hablar para decirme que había convencido a su contacto en Montana, y que me ofrecían la beca completa. El problema era que Montana no tenía facultad de Ingeniería, y no seguiría mis estudios de Ingeniería Civil. Joanne me convenció de que era una GRAN oportunidad. Me dijo que en EU, en los dos primeros años de universidad, todas las carreras tenían un tronco común, y que después de dos años podría transferirme a una universidad que ofreciera la carrera que anhelaba.

Acepté la oferta. En agosto de 1978, volé a Seattle en donde Sam y Joanne me recogieron en el aeropuerto. Al día siguiente, manejamos a Missoula, Montana, en donde empezaría mi carrera en el futbol American colegial. Después de dos años, seguí el consejo de Joanne y me transferí a la Universidad de Texas. Mi carrera universitaria no fue impresionante, pero convertí los goles de campo en momentos de presión, y eso me valió la oportunidad de probarme en Dallas en 1983. Competí favorablemente con Rafael Septién y los Vaqueros pudieron canjearme a los entonces Potros de Baltimore, que un año después se convertirían en los Potros de Indianápolis.

Así fue como llegué al fútbol americano, todo gracias a la visión, el apoyo y los buenos consejos de Joanne Samaduroff.

El lunes pasado, durante el primer cuarto del partido entre los Delfines y los Jets, me enteré que Joanne había fallecido. Me tomó varios minutos recobrar la calma y la concentración. Afortunadamente trabajo junto a un gran profesional como Álvaro Martín, a quien puse al tanto de la situación, y quien me cubrió por esos momentos. Como miembro de los medios de comunicación, hay veces que hay que salir al aire con gripe, problemas familiares, o en este caso, con el corazón partido. Como dicen comúnmente en el medio de la farándula, "el show debe continuar", y tratamos de hacer nuestro mejor esfuerzo en circunstancias complicadas.

Como escribí hace unos momentos, hay personas que cambian el rumbo de nuestras vidas. Joanne Samaduroff fue una de ellas en la mía. Sin ella, no habría jugado fútbol americano. No habría llegado a la NFL, y no tendría el privilegio, de trabajar en ESPN y de tener contacto con aficionados tan leales y conocedores como los que tenemos.

Existe un video del final del partido inaugural de MNF de la temporada 1989. Si lo llegan a ver, al final, la cámara me sigue hasta donde le doy un abrazo a una dama en las gradas. Ella era Joanne.

QEPD.