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Yo sí lo grito

Maidana cumplió la famosa ley del ex y no tuvo dudas en gritar el gol Télam

BUENOS AIRES -- Superar a tu clásico rival durante los 90 minutos y armar una fiesta en casa, no tiene precio. Dejar una imagen tan pobre y perder el Superclásico con el gol de un ex jugador tuyo, no tiene nombre.

No faltará el que diga que Boca perdió porque "le cerró las puertas a Dios". Claro, después del affaire del mediático y oportunista pastor, al que le prohibieron la entrada a la práctica, los ánimos quedaron susceptibles. Y los creyentes, alarmados. Lo cierto es que el conjunto de Borghi no hizo absolutamente nada para merecer fortuna divina, si vale el término.

El amo y señor de la edición 187 del Superclásico fue River. Sin ser una máquina, lo empezó a ganar desde el minuto 1 por actitud. Esa que no se negocia según los técnicos. Los centrales sacaban todo. Hasta Lamela robaba pelotas, metiéndose en el terreno de Almeyda y Acevedo, quienes se encargaban de borrar a Riquelme de la cancha. Aunque a decir verdad, el propio Román no podía con su alma.

El 10 de Boca, víctima de una tendinitis rotuliana, pidió el cambio a los 11 minutos de juego. El Bichi lo dejó, Román casi no tuvo participación en el primer tiempo y ni salió para el segundo. Se esfumaban las ilusiones boquenses de ver a un Riquelme inspirado, como hace 10 días en su regreso al fútbol ante Argentinos.

En las llegadas de gol también se notaron las diferencias. Remate de Pavone que pasó cerca, zurdazo a colocar de Lamela que también, volea alta de Ferrari tras un jugadón de Pereyra, tiro libre de Acevedo que rechazó García, otra buena respuesta del arquero ante un remate de Ortega. En suma, cinco chances para el Millonario en la primera mitad. ¿Boca? Nada. La imagen de Riquelme y Palermo chocándose cuando intentaron armar una pared habla por sí sola.

El Súper no regalaba fantasías. La pelota volaba por los aires, había poco compromiso con la tenencia y un viento que, si bien molestaba, no sirve de excusa para lo mal que se jugaba. En ese dolor de ojos, River seguía siendo más. Y de tanto buscar, encontró el gol.

Corrían 8 minutos del complemento, cuando Lamela ejecutó el córner desde la derecha. Maidana se escapó de la marca de Caruzzo para meter un cabezazo cruzado, inalcanzable para García. Primer gol en Primera para el ex defensor de Boca, citado por Sergio Batista para la selección local. "Yo ni lo grito", pensará más de uno. Pero resulta que Johnny lo gritó. Y con ganas.

La rebeldía apareció sólo en la tribuna de Boca, desde donde sus hinchas arrojaron bengalas y asientos a la bandeja inferior. En la cancha, el conjunto de Borghi no reaccionaba. Sí desde el empuje, no desde las ideas. Se repetía en bochazos para Palermo y ahora para el ingresado Viatri.

Pavone no tenía situaciones para anotar, pero arrancaba aplausos con su sacrificio. Acevedo, uno de los mejores de la cancha, no sólo quitaba y tocaba, sino que llegaba a posición de gol. River no podía cerrar la historia.

Sin embargo, la preocupación estaba en el Xeneize. El tiro de esquina mal pateado de Chávez, una señal. La pifia de Monzón cuando quiso tirar un centro con cara externa, otro ejemplo. Riquelme observó los últimos 15 de pie, agarrado al banco de suplentes. Boca no lastimaba. Ni generaba cosquillas. De hecho, la única aproximación seria la tuvo a un minuto del final, cuando Chávez mandó a las nubes una pelota que le bajó Palermo de cabeza.

Baldassi pitó el final y se estremeció el Monumental. Todos los jugadores de River se unieron en un abrazo. Bueno, casi todos. Almeyda, serio, prefirió ir a saludar a los derrotados. Seguramente, el capitán sabe que más allá de lo que significan estos tres puntos, el equipo sigue en Promoción y pasa uno de los momentos más delicados de su historia.

Enfrente el presente no es mucho mejor. Si Borghi ya tenía decidido renunciar más allá del resultado del derbi, la derrota y sobre todo la producción de su equipo lo acompañaron hasta la puerta. Ciclo cumplido para un Bichi que no pudo disfrutar el desafío profesional más importante de su carrera: 5 victorias, 2 empates y 7 derrotas, con un 40,5% de efectividad, en apenas 5 meses de trabajo.

Con la vigente Ley de Murphy, a Boca todo lo que le podía salir mal, le salió mal. Jugando así, ni un pastor, ni un milagro podía salvarlo. La contracara fue River. Tuvo un martes de felicidad y le regaló una alegría a su gente.

Puso corazón y dejó todo. Lo jugó como una final. Con Maidana, que no es el Chino boxeador, le dio un golpe de nocaut. Y lo gritó, lógico. Como para no festejarlo.