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El Sur en el norte

BOGOTÁ (Enviado especial) -- "San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo, Pompeya y más allá la inundación". Homero Manzi escribió el maravilloso tango Sur allá por la década del cuarenta, cuando en Buenos Aires aún había una Luna suburbana. Estas estrofas son mucho más que una canción, conforman uno de los emblemas de la capital argentina, una descripción de la alegría y el dolor que conviven en la ciudad.

El tango. Es muy difícil dimensionar un estilo musical que además es una forma de vida, una manera de sentir. La música ciudadana nació hace más de cien años a orillas del Río de la Plata. No importa si fue de un lado o del otro, que en realidad son lo mismo. Desde que dejó de ser una danza africano y mutó en un sentimiento sudamericano, miles de hombres y mujeres rieron y lloraron, soñaron, recordaron, sientieron de la mano del dos por cuatro. Eso es el tango: un sentimiento.

A partir de este momento me tomaré una licencia periodística y, si el lector lo permite, comenzaré a escribir en primera persona, porque este es sólo el relato de un argentino lejos de casa. Ni un análisis futbolero ni la historia de un personaje local. Sólo la historia de una pasión cultural que no conoce de fronteras y que vive con el mismo fuego en aquella esquina de Manzi o en esta hermosa ciudad de Bogotá.

Cuando subí al taxi y escuché Sur en la voz de Adriana Varela me emocioné pero no me sorprendí. Ya en mi estadía en Cartagena y en Pereira había sentido sonidos familiares. Desde vehículos, desde comercios y desde casas. El tango allí estaba. Sí, la música de mis abuelos también estaba acá, a miles de kilómetros de Boedo, de San Telmo, de Caminito.

Quizás tenga que ver con Carlos Gardel, quien pasó a la inmortalidad en Medellín. O simplemente sea ese sentimiento del que hablábamos antes. Es posible que, alguna vez, un colombiano curioso escuchara una milonga o un vals. O una extraordinaria interpretación de Agustín Magaldi. Acaso ese bogotano o manizaleño o cucuteño se haya enamorado de ese ritmo y quisiera compartirlo con sus amigos enseguida. Y luego ellos con sus familiares. Así creció este amor colombiano por el tango que yo hoy disfruto como algo inesperado y maravilloso.

Le pregunto al taxista: ¿Desde cuándo escucha tango? Desde siempre, me dice el hombre mientras suena Balada para un loco en una interpretación del Polaco Goyeneche. Es un fanático, conoce quiénes fueron los autores de cada uno de los temas que tiene en su disco compacto. Desde Piazzolla hasta Cacho Castaña, los más populares tangueros forman parte de su discoteca.

"Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo"... dice el Polaco. Y yo pienso en las callecitas de Bogotá, que también tienen ese qué se yo, ese que es el mismo que las de Buenos Aires, que las de casa. No será Arenales, pero sí Caracas, o la quinta.

La capital colombiana es un sitio en el que el tango se escucha más o igual que en el lugar donde nació. Y aquí viene la autocrítica. Nosotros, los jóvenes bonaerenses, le tememos a lo que creemos desconocido y por eso no amamos la música que viene en nuestro ADN. No es mi caso, porque siempre fui un tanguero fuera de tiempo, pero hablo en plural porque es una carencia de dos generaciones. El dos por cuatro es parte de nuestra identidad, pero también lo es de la identidad de cualquiera que se emocione con Sur, o con Balada o con Anclao en París.

Discepolín, Cadícamo, Del Carril, Julio Sosa y otros inmortales tangueros nunca habrán pensado que sus voces de arrabal se disfrutarían en 2011, en el extremo norte de nuestra amada latinoamerica. Pero así es. En Chapinero varios clubes bailan al ritmo del dos por cuatro mientras en otras esquinas de la ciudad el Choclo suena como si fuera una cumbia en Cartagena.

Subo a otro taxi. "Y un perfume de yuyos y de alfalfa que me llena de nuevo el corazón". Esta vez canta Edmundo Rivero. Sí Rivero, el de Chorra, el de Amablemente. Porque todos los inmortales reyes de la música ciudadana tienen su lugar en esta Bogotá que no está a la orilla del Río de la Plata, pero siente el tango como nosotros, los del Sur.