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La historia sin fin

El equipo argentino hizo explotar al público local en el Polideportivo Islas Malvinas Gentileza Ligateunafoto.com

MAR DEL PLATA -- Suele suceder, con las grandes historias, que uno se entusiasma con la idea de que el final nunca llegue. El contagio es interminable, atrapa la introducción, se abraza fuerte al nudo y se evita desplomarse de lleno en el desenlace.

Argentina juega desde hace años disfrazado de dios Cronos. Se devora el tiempo como si fuera un manjar, se regenera con armas que parecían vencidas y, cuando la historia verdaderamente importa, aparecen con un poder expansivo que acapara todo lo que está alrededor.

Luis Scola, elegido MVP del torneo, volvió a ser el capitán de corazón y temple de acero en la definición. El público convirtió el Polideportivo Islas Malvinas en un estadio similar a una arena de Estambul y empujó al equipo a salir adelante pese a las lesiones que parecían conspirar en el cierre de esta generación de ensueño.

Ya nada será igual, gritaron los escépticos de siempre. Los cazadores de sueños volvieron a defender su teoría de romper con las afirmaciones apocalípticas, dejando en evidencia que cuando la pelota y los jugadores son los mismos, no hay razón para pensar en finales espeluznantes.

Durante el torneo, el equipo de Julio Lamas pasó momentos de dudas. Atrás quedó rápidamente esa política de Dream Team que quiso sentenciar la prensa especializada cuando hablaba de este grupo de jugadores, por la misma razón de que estas estrellas jamás podrán entender el básquetbol de esa manera. Uno para todos, todos para uno. Y que viva el básquetbol de equipo.

El juego fue, es y será siempre de conjunto. Argentina entendió eso en la final, dibujando rotaciones sólidas, con puestos bien marcados y evitando caer en el embudo que proponía Rubén Magnano.

Con la lesión de Andrés Nocioni, el equipo tuvo que cambiar el mapa de su juego de manera obligada en el medio del campeonato. Un alero mutado en ala-pivote que carga al rebote y pelea balones como nadie, nunca es fácil de reemplazar. Y si se trata del Chapu, el corazón de este plantel, la historia suena aún más dramática.

A Julio Lamas le costó encontrar la fórmula de este equipo, que terminó apareciendo en momentos clave de la definición ante Brasil. Hernán Jasen fue el jugador de rol fundamental de esta estructura, aportando en defensa y sumando puntos en ofensiva.

Argentina marcó diferencias cuando sucedieron dos cosas sobre el parquet: 1) cuando ajustó su defensa, arma fundamental de esta generación de oro y 2) cuando rotó la pelota en ofensiva evitando piques innecesarios (Carlos Delfino cayó mucho en esta falencia).

Ante los planteos de cerrojo defensivo zonal que propusieron Venezuela, Panamá, Puerto Rico y Brasil, Argentina encontró la fórmula de su juego sólo en la final. Ante Venezuela y Panamá, entraron los triples de manera general. Contra Puerto Rico, lo salvó Manu Ginóbili con bombas en el tercer cuarto. Y ante Brasil en la definición, entendió todo cuando le faltó gol de los internos: colocó a Scola subiendo al poste alto en el arranque del ataque para recibir y lastimar de espaldas al aro. Así, con Luifa en versión Turquía 2010 -rompiendo la zona y aprovechando el pick and roll con Pablo Prigioni, su socio de años-, la vida volvió a ser maravillosa para la armada albiceleste.

La formación que más resultado le dio al equipo albiceleste fue con Prigioni de base, uno de los dos escoltas (Manu o Delfino), Hernán Jasen como alero natural y dos internos naturales como Federico Kammerichs (redondeó un torneo formidable para reemplazar a Nocioni) y Fabricio Oberto o Scola.

No fue fácil el camino para la generación dorada, pero nuevamente volvió a extender su historia ganadora. Empujó con la pasión de siempre, construida desde el talento, el juego de conjunto y el corazón del público que llegó a Mar del Plata.

Prigioni, Pepe Sánchez, Delfino, Nocioni, Ginóbili, Jasen, Scola, Kammerichs, Oberto, Paolo Quinteros y Martín Leiva volvieron a formar un corazón gigante teñido de champagne en el centro de la cancha, con los genios brasileños y dominicanos jugando el papel de testigos ilustres. En definitiva, historia conocida: brazos en alto, grito ensordecedor y espíritu de gloria.

Julio Lamas, quien se tomó su gran revancha de la derrota en la final ante Brasil en el Sudamericano de Bahía Blanca 1999, conquistó su primer título con la selección. Tuvo sus errores en algunos pasajes del torneo, pero se encaminó y encontró la tecla justa cuando el equipo más lo necesitaba.

La fiesta, con estos muchachos, nunca parece terminar. La historia sin fin, entonces, tiene nudo continuado.