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Soñar para ganar

SEVILLA -- El viaje que emprendió Emilio Sánchez Vicario al aceptar el cargo como capitán de la Copa Davis en 2006 terminó por los aires: lanzado hacia arriba por los integrantes de su equipo, en noviembre de 2008, con el primer título conseguido por España en condición de visitante. El "Marplatazo" es el enfrentamiento anterior de los actuales finalistas de la Copa Davis, la cual repite a seis jugadores de aquella serie (David Ferrer, Feliciano López, Fernando Verdasco, David Nalbandian, Juan Martín del Potro, y se agrega a Marcel Granollers, titular hace tres años, quinto jugador hoy).

Esos tres años al frente del equipo le dieron material de sobra a Sánchez Vicario para escribir un libro, que llamó "Soñar para ganar". En realidad es una escritura compartida, ya que también participó en el proyecto Bruno Moioli, psicólogo, psicoterapeuta y máster en psicología de la salud. Aun con el riesgo de caer en la batea de libros de autoayuda, valla que lograron superar, Sánchez Vicario y Moioli relatan los años en que Emilio debió ganarse la confianza de los jugadores -preferían a Albert Costa como capitán-, más tarde tomar una posición contraria a la sostenía el dirigente que lo había nominado (Pedro Muñoz, enfrentado con los tenistas por la designación de Madrid como sede de la semifinal de 2008 contra Estados Unidos) y por último doblegar, sin Rafael Nadal, a una Argentina que partía como favorita en el cemento del Polideportivo marplatense.

Sánchez Vicario aporta las historias, Moioli las toma para referirse al éxito y el fracaso, el líder y la cooperación, la confianza, la motivación, el talento y la ansiedad, entre otros temas. Algunos ejemplos son los siguientes.

El Rápido
Llegamos al aeropuerto después de trece horas de vuelo, retrasos incluidos, y tardamos otra hora y media más en pasar el control de pasaportes. Cualquiera diría que estaba todo preparado para que esa lentitud se contagiara al juego de la selección. Por delante, "sólo" quedaban 400 kilómetros de carretera, que eran los que separaban al aeropuerto de Buenos Aires del hotel de concentración en Mar del Plata, y para el trayecto qué mejor que un autobús de última generación llamado El Rápido. No le faltaba detalle –tenía todas las comodidades y el chófer, con gorra y camiseta de la compañía, nos esperaba cargado de paciencia y con baraja de cartas incluida, para diversión del combinado-, pero el nombre resultó algo paradójico: ocho horas estuvimos en la carretera hasta llegar de noche al hotel.

Antes de subir al autobús, la prensa argentina se acercó a preguntarme otra vez por las posibilidades del equipo ante la baja de Nadal y les repetí el mensaje que tratábamos de inculcar a los chicos: en deporte siempre hay chances, hasta que no hayan terminado los partidos tendremos las mismas chances que antes... ¿Qué si se pierde fe por la baja de Nadal? ¡No, fe no!, para nada. Estábamos en la final, teníamos una oportunidad e íbamos a ver si la aprovechábamos.

Tan largo trayecto sirvió, entre otras cosas para terminar de confirmar el buen ambiente que teníamos en el equipo, una fuerza que no se veía pero se sentía. Eso fue una de las cosas que más me impactaron de todas las eliminatorias: la energía que se fue creando en el grupo. Cuando llegamos allí, todo el equipo – unas veinte personas y algunos de los mejores jugadores del mundo. Lo vivió con total naturalidad. Nadie se quejó, y eso que el propio ritmo de vida que llevan los jugadores les puede llevar a ser un tanto especiales cuando menos, pero en ocho horas de interminable trayecto no hubo ningún reproche, cada uno a los suyo sin exigencias, contando chistes y con todo un ambiente magnífico. Por ejemplo, en el aeropuerto nos dijeron que serían cinco horas y fueron ocho; a las cuatro horas de trayecto paramos a comer en un asador llamado El Rosal, la comida resultó flojita y nadie protestó, la situación era muy relajada: el Rápido no pasaba de los setenta por hora y a nadie parecía importarle... como detalle, contaré que Verdasco se lo pasó viendo una serie de superhéroes en su ordenador. El caso es que uno de los protagonistas de la serie puede volar, y Fer nos decía entre risas:
-Yo soy el que vuela... Llegado el momento, mostraré mis superpoderes.

Sobre la motivación
La motivación puede salvar escollos de última hora, incluso suplir una carencia puntual como puede ser un tiempo de reacción o de preparación insuficiente. Esto es lo que ocurrió con Feliciano López en la primera eliminatoria, la que nos enfrentaba a Perú.

Tenía que llevar a cuatro jugadores: llamé a Ferrer, Almagro, Robredo y Verdasco, y le dije a Feliciano que él no iba a venir. O al menos eso pensaba, porque al cabo de una semana, el día antes de irnos, David Ferrer se lesionó. Yo ya había anunciado el equipo, pero tuve que llamar a Feli a la carrera porque salíamos de allí, de Barcelona, al día siguiente.
-Feli -le dije-, estás en el equipo.

Y el chaval me responde muy serio:
-No. No voy porque así no se hacen las cosas. Primero me dices que no estoy; ahora me dices que sí...

Yo no sabía qué decirle, porque el tono era incluso de enfado, y cuando más tensa estaba la cosa, me suelta:
-¡Que no, que no, que es broma, que voy!

Casi le mato. Y es que él es muy del equipo, de la bandera... Creo que no podría decir que no nunca, y fíjate cómo es la circunstancia que llegó allí sin preparar y jugó el doble muy bien. Cómo es la energía que se creó en su interior, su confianza, que aunque entró en el último momento lo hizo fenomenal. Si eso no es estar motivado...

Ya conocíamos a la hinchada argentina y sabíamos que para conseguir la victoria tendríamos que templar los ánimos. La afición albiceleste sabe de tenis y la única forma de silenciarlo era enfriarlo, pero nosotros teníamos que dar la mayor batalla posible para tratar de conseguir el éxito. El desafío era aguantar esas cosas y lo que viniera. Estaba claro que no íbamos a entrar en una guerra mundial, sino en un partido de tenis y no caería el mundo porque ganase uno u otro, pero no cabía duda de que habría emoción e iba a ser como si estuviesen jugando millones de argentinos y de españoles. (...)

Con el propósito de preparar al equipo para el público argentino, hice venir a alguna sesión de video o a alguna cena a Álex Corretja, Javier Duarte o Manolo Santana, para que aportaran sus experiencias a la hora de sobrellevar el factor público. Los jugadores decían '¿Otra vez vídeo? No será para tanto...'. Pero sí lo era, y quien mejor gestionase los estímulos externos tendría mucho ganado.

La pista y el público
"Recuerdo que fui a ver la pista y me asusté. Era una caja de zapatos, los fondos cortos, el techo muy bajo y con el público muy encima. Aquello iba a ser una olla a presión. Vi que tendría que preparar bien a los chicos para aquello, para lograr que aguantaran la presión del público lo mejor posible". Aun así, cuando el capitán volvió al hotel a reunirse con los chicos y le preguntaron por la pista, les dijo que estaba muy bien. No quería que se asustaran ya antes de llegar. Iba a trabajar con ellos el factor público para que estuviesen preparados, pero no quería que vieran que la pista estaba diseñada estratégicamente para que el ruido de la grada los afectara mucho más.

"Creo que el público, cuando se expresa de una manera que falta el respeto al contrincante, pierde toda la credibilidad que lleva ganada hasta el momento, aunque a este respecto la consigna también estaba clara y así se lo repetía a los chicos.
-Que no noten que os molestan con sus comentarios. No os quejéis ni hagáis que el juez pare el partido, porque sería peor...

"Casi se podría decir que Rafa vivió la eliminatoria como si estuviese allí: de hecho, valoró la posibilidad de ir a Mar del Plata como espectador, pero al final optó por quedarse en España para no robarle protagonismo a sus compañeros. A cambio, hizo tantas llamadas y envió tantos SMS al equipo que, según llegó a bromear Emilio: 'Si llego a tener el móvil durante el partido, me llama para darme consejos'".

El mensaje a Verdasco
"Fernando perdió una serie de saques fáciles, la gente se empezó a reír y él se bloqueó: todos los mensajes que habíamos trabajado se vinieron abajo, todo le influía (...) Oía las risas de la gente y no entendía mal y probablemente le entraban las dudas (...) Le salió rabia hacia la gente, la gente se dio cuenta y animó más, él se enfadó con la grada y todas estas emociones fueron en su contra (...). Hablaba para sí, no se daba cuenta de los puntos clave y no dejaba de lanzarse mensajes negativos: "Voy a fallar el saque, el revés y otro...".

Al ver venir la situación, empecé a hablarle tan tranquilo como fui capaz, para tratar de que viera lo que estaba pasando, pero no había manera: ya no recibía información, y se bloqueaba, se ponía rabioso... Estaba fuera del partido, en su batalla interna: ya no jugaba ni con el otro, no leía bien una forma fácil y la tiraba complicada... Llegó un momento en que me tuve que poner más duro con él y en vez de decirle que aquella era una oportunidad, cambié el discurso.
-¿Qué hemos estado hablando? ¡No tienes que ganar! ¡Juega!

(...) Yo dispongo de 40 segundos, así que el mensaje que le puedo dar es corto. De todos modos, cuando se levanta y reanuda el juego, me doy cuenta d eque no recibe, de que no le llega nada, y en el siguiente descanso le pregunto.
- ¿Quién está jugando aquí? Mira que no sólo estamos jugando nosotros, hay 15 millones de personas en España viéndonos, no lo haces por ti...
Hazlo por ellos.

El gruñe entre dientes, se queja.
-No, es que el público no...
-Tú haz lo que puedas- le insisto. –Nadie te pide nada, no trates de hacer cosas importantes. Juega al 50-60% de velocidad, y aun así jugarás dos veces más rápido que el otro. No intentes machacarlo.

Verdasco hizo como un aspaviento y entonces la gente reaccionó contra él. El se puso a jugar contra el público, contra sí mismo, contra mí y contra todos... Y así no había manera de que se acordase de lo que hacía bien, y no podía ganar ni ser competitivo. En ese momento me levanté y me peleé con él, ahí en medio de la pista (aunque por suerte casi nadie se dio cuenta). Le dije:
-¿No quieres jugar por nosotros? Porque no estás jugando.
-Es que la gente...
Yo le daba peras y él me devolvía manzanas. Ya no sabía qué decirle y le volví a preguntar.
-¿Qué pasa? ¿No quieres jugar o qué?
Me respondió enfadado.
-No, no quiere jugar con esta mierda. Me quiero ir a mi casa.
-Si no lo quieres hacer por ti, date la vuelta. ¿Ves quién está al lado de tu entrenador?- y le señalé con un gesto a David Ferrer. –Tú estás aquí hoy y tenía que estar él. Y sin embargo, está animándote como el que más. Si no lo haces por ti, hazlo por él".

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